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ENSAYOS DE PERSUASIÓN
Columna
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El ‘sentido común’ de nuestra época

Hay que evitar que la acelerada recesión se convierta en otra Gran Depresión

Joaquín Estefanía
El entonces Primer Ministro británico, Gordon Brown, con varios representantes sindicales mundiales, durante los días de marzo de 2009 en que el G-20 se reunió en Londres.
El entonces Primer Ministro británico, Gordon Brown, con varios representantes sindicales mundiales, durante los días de marzo de 2009 en que el G-20 se reunió en Londres.Sang Tan/Getty Images

Más de un año antes de que acabase la II Guerra Mundial, los vencedores se reunieron para determinar cómo iba a ser el futuro económico del planeta. En julio de 1944, decenas de naciones de todo el mundo se convocaron en el balneario de Bretton Woods (Nuevo Hampshire, EE UU) y acordaron las principales reglas del juego comerciales, monetarias y financieras para la paz y las instituciones que las harían posibles. Esas normas estarían vigentes después de más de tres décadas de proteccionismo, con dos conflictos bélicos generalizados en medio y decenas de millones de muertos en ellos. Los acuerdos de Bretton Woods activaron un nuevo orden económico internacional y la etapa más estable del capitalismo, y duraron hasta principios de los años setenta, cuando Richard Nixon dio unilateralmente por clausuradas muchas de aquellas decisiones.

Sesenta y cuatro años después, en 2008, cuando empezaba la siguiente crisis mayor del sistema, la Gran Recesión, se activó el G 20, formado en 1999, cuando los países desarrollados se dieron cuenta de que debían dar la palabra también a los emergentes en aras a la gobernanza mundial. El G 20 sustituyó al Consejo Económico y Social de la ONU, compuesto de 54 miembros y enterrado por su extrema burocratización. El G 20 celebró dos reuniones prometedoras en Washington (noviembre de 2008) y Londres (2009), en las que aprobaron los estímulos públicos masivos como principal herramienta para sacar a la economía mundial del marasmo, así como la reforma del sistema financiero y el final del secreto bancario con la elaboración de una lista negra de paraísos fiscales.

Apenas se hizo nada en esas coordenadas y la “refundación del capitalismo” devino en tópico. Cuando se superaron los peores momentos de la crisis, las buenas intenciones de regulación se olvidaron. Uno de los líderes más activos de aquellos G 20 fue el británico Gordon Brown. No deja de ser paradójico que 12 años después, estando fuera ya del poder, el propio Brown sea el primer firmante de un manifiesto dirigido al actual G 20 para demandar una acción conjunta contra la pandemia del coronavirus y para que la recesión que se está expandiendo con una rapidez inusitada no se transforme en una depresión cuya profundidad pueda superar a la de los años treinta del siglo pasado. Los firmantes que acompañan a Brown se han olvidado de la antigua austeridad obligatoria (que muchos de ellos apoyaron sin piedad cuando mandaban) y exigen a los actuales líderes mundiales que se comprometan a financiar cantidades muy superiores a la capacidad actual de las instituciones multilaterales: “Un problema económico mundial exige una respuesta económica mundial. Nuestro objetivo debe ser impedir que una crisis de liquidez se convierta en una crisis de solvencia, y una recesión mundial se convierta en una depresión mundial”.

Es evidente que, ante la gravedad de la situación, el sentido común económico de nuestra época ha cambiado. No deja de ser representativo uno de los últimos editoriales del Financial Times, una de las biblias periodísticas del capitalismo de laissez faire, que resume ese nuevo sentido común: 1) Para pedir sacrificios a la sociedad hay que ofrecerle a cambio un contrato social que beneficie a todos; 2) La crisis está dejando al descubierto sistemas sanitarios desguarnecidos y económicos frágiles en países cuyos Gobiernos luchan contra bancarrotas masivas y aumentos desaforados del desempleo; 3) Deben abordarse reformas radicales y dar marcha atrás a la política de cuatro décadas; 4) Los Gobiernos habrán de tener un papel más activo en la economía y deberán contemplarse servicios públicos como inversiones y no como gastos; 5) Hay de buscar fórmulas para que el mercado laboral no sea tan inseguro; 6) Redistribuir volverá a estar en la agenda y habrá que cuestionar los privilegios de que gozan los mayores y los ricos; 7) En este paquete deberán figurar políticas hasta ayer consideradas excentricidades como la renta básica universal y el impuesto al patrimonio.

Se pretende enterrar el efecto Mateo del pasado inmediato: a quien más tiene más se le dará y al que menos tiene se le quitará.

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