La verdadera austeridad
Se trata de evitar otro “trimestre del diablo” como el de 2008, en el que todo parecía posible
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen (¡qué decepción!), anunció hace unos días en una contorsión ideológica poco solemne la suspensión del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, que hasta ese momento había sido uno de los pilares sacrosantos de la zona euro. De tal manera que los programas nacionales de estabilidad serán sustituidos sin mover un músculo por medidas de estímulo, que significarán borbotones de déficit y la deuda pública. Incluso la muy ortodoxa Alemania ha aprobado un paquete de ayudas para hacer frente al coronavirus, que habrán sobrecogido al anterior zar de las finanzas germanas (y europeas), Wolfgang Schäuble: acabar con el dogma del rigor fiscal mediante la mayor emisión de deuda pública desde la Segunda Guerra Mundial. La explicación: poco antes, el instituto IFO había hecho público un estudio que decía que los costes de esta pandemia probablemente superarán todo lo que se conoce en materia de crisis económicas o de los desastres naturales en Alemania en las últimas décadas. ¡Qué pragmatismo cuando se trata de Alemania!
Se trata de evitar los sufrimientos de una recesión, tal vez de otra gran depresión y, en el corto plazo, de otro “trimestre del diablo” como fue el cuarto del año 2008, en el que todo pareció posible, incluida una implosión del sistema financiero que de haber llegado a sus últimas consecuencias habría acabado con las bases de la economía productiva.
Se ha terminado por la vía de los hechos, no de la reflexión ni de la autocrítica, con la nefasta “austeridad expansiva” que aniquiló el verdadero significado del concepto de austeridad. Durante muchas décadas fue una idea que consistía en la impugnación de raíz de un modelo de crecimiento basado en el derroche y en el desaprovechamiento de los recursos naturales, que pretendía sentar las reglas para sustituir el consumismo más desenfrenado y para luchar contra la emergencia climática, considerada el problema más grave de la humanidad. ¿En qué momento se perdió la batalla de la verdadera austeridad y ésta se convirtió, con sus principales características regresivas, en la bandera autoritaria de las políticas aplicadas por la troika durante la Gran Recesión? Poco a poco, a la noción se le fue arrancando su significado inicial para devenir en un sinónimo de las reformas estructurales equivalentes a los recortes de los servicios sociales, a las devaluaciones salariales y a las limitaciones al Estado de bienestar.
El grado superlativo de esta manipulación fue el llamado “austericidio”, que tuvo su máxima expresión en un pequeño país como Grecia, considerado durante la Gran Recesión su cobaya favorita. Su puesta en práctica significó que los ciudadanos helenos perdieron como media un 25% de su riqueza en un lustro, lo que parecía imposible que sucediese si no era participando, por ejemplo, en un conflicto bélico.
Ahora que acaba de morir Ricardo Díez-Hochleitner, presidente del Club de Roma, conviene homenajearlo recordando que esta ONG encargó al Instituto Tecnológico de Massachusetts, unos meses antes de la primera crisis del petróleo en los años setenta, un informe que tituló Los límites del crecimiento (que se actualizó varias veces), en el que se denunciaba que si el aumento de la población mundial, la industrialización, la contaminación, la producción de alimentos y la explotación de recursos naturales se mantenían sin variación, la Tierra alcanzaría los límites absolutos de crecimiento en 100 años.
Fue un político italiano, Enrico Berlinguer, secretario general del Partido Comunista de ese país, quien en un opúsculo titulado Austeridad actualizó los estudios del Club de Roma. Berlinguer se adelantó a nuestros tiempos con una versión de la austeridad muy distinta de la que se impuso a los ciudadanos europeos en la anterior crisis económica. Y dice: “Estamos convencidos de que no es en absoluto cierto que la sustitución de determinadas costumbres actuales por otras más austeras o no derrochadoras vaya a conducir a un empeoramiento de la calidad y de la humanidad de la vida. Una sociedad más austera puede ser una sociedad más justa, menos desigual, realmente libre, más democrática, más humana”.
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