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Cuentos a fotogramas
Columna
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Albert Lamorisse, memoria del hombre que filmó el aire

El director francés, genuino poeta de la imagen, falleció rodando una película cuyo narrador era el viento

Elsa Fernández-Santos
Un niño, un mundo gris y un globo rojo: todo lo que necesita el bello cuento de Lamorisse.
Un niño, un mundo gris y un globo rojo: todo lo que necesita el bello cuento de Lamorisse.Photofest

Se acaba de cumplir el centenario del inventor del juego de estrategia militar Risk y creador de dos de las películas más mágicas de la historia del cine, Crin blanca y El globo rojo. Albert Lamorisse era un genuino poeta de la imagen que falleció de forma prematura en 1970 a los 48 años en un accidente de helicóptero en Irán. Rodaba un documental sobre el país financiado por el sha Reza Pahlevi. Lamorisse resolvió su acercamiento a la cultura persa con una película filmada solo desde el aire y con un narrador omnipresente: el viento.

Con su alma de documentalista, el director francés situó su ópera prima, Bim (1951), en Túnez. Era la historia de un niño pobre y su pequeño burrito. Dos años después, la bellísima Crin blanca narraba en 47 minutos la amistad entre un niño y un caballo salvaje blanco. Su obra maestra llegaba a los tres años de Crin blanca y en un formato aún más reducido de 34 minutos. Con cinco años de edad, Pascal Lamorisse se convirtió en el personaje principal de la milagrosa película de su padre. Un precioso niño solitario vestido de gris que se paseaba por el barrio parisiense de Ménilmontant junto a un misterioso globo incandescente que lo seguía a todas partes. Víctima de la envidia de los otros niños, Pascal perdía a su único y preciado compañero. Ante este cruel desenlace, los globos del mundo se escapaban de sus dueños para rescatar al desconsolado niño y llevarlo con ellos más allá de las nubes y los tejados de París. Una imagen cuya poderosa melancolía revivió décadas después Pixar en Up o inspiró la película más francesa del cineasta Hou Hsiao-Hsien.

El globo rojo fue premiada en Cannes y logró el Oscar al mejor guion original en el mismo año que estaban de candidatas nada menos que La Strada y El quinteto de la muerte. Mientras en EE UU y otros países se convertía en un fenómeno popular que se proyectaba en escuelas, en España se quedó en el reducto de cuatro gatos afrancesados. Así que mucho antes de poder verla, mi padre, que era un maravilloso cuentacuentos, me regaló el cine antes del cine convirtiéndolo casi plano por plano en mi cuento favorito de cada noche.

Al sha de Persia no le gustó El viento de los enamorados (1978), la película aérea de Lamorisse sobre Irán. El ministerio de Arte y Cultura, que también estuvo detrás de F de Fake (1973), de Orson Welles, le presentó sus quejas: la película era una evocación de la mitología y la historia persa a través del mundo rural, de sus pastores y agricultores, pero ellos querían mostrar su cara más industrial y moderna. Le insistieron en que rodara en la presa de Karaj. Lamorisse expresó sus reticencias y le respondieron ofreciéndole todas las garantías de seguridad, que incluían al piloto personal del sha. Tal y como el cineasta temía, el 2 de junio de 1970 el aparato se enredó en unos cables eléctricos y se estrelló contra el río Karaj. Fallecieron el piloto, el cineasta y su equipo. Su hijo Pascal acabó la película, que se estrenó en 1978, un año antes de la Revolución Islámica. Cuentan que en algunas cintas pirata circula un misterioso epílogo. Seis minutos extraídos de lo que sobrevivió del accidente y que, en un vano intento de mostrar el nuevo Irán, ha quedado como su siniestra despedida.

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Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’

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