_
_
_
_
‘BE PINK FLAMINGO, MY FRIEND’
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El porqué de la fascinación que despierta uno de los pájaros más ‘kitsch’ del planeta

El documental ‘The mystery of the pink flamingo’ intenta discernir por qué los flamencos están estampados en todo tipo de objetos y cuál es su significado dentro de la cultural popular

Rigo Pex, investigando los infinitos matices del rosa en ‘The mistery of the pink flamingo’.
Rigo Pex, investigando los infinitos matices del rosa en ‘The mistery of the pink flamingo’.
Elsa Fernández-Santos

Mi fascinación con el flamenco rosa se remonta a la preadolescencia y fue tan apasionada como fugaz. Lo he recordado al ver el documental The mystery of the pink flamingo (El misterio del flamenco rosa), tan inclasificable como el ave que inspira su extravagante título. Dirigido por el valenciano Javier Polo y protagonizada por el musicólogo, dj y performer guatemalteco Rigo Pex, también conocido como Meneo, se trata de una película que, por un lado, cuenta todo tipo de curiosidades sobre uno de los pájaros más kitsch y raros del planeta y, por otro, acerca al espectador a la metamorfosis de su personaje central, Rigo, que siempre vestía de negro, “el color de la sombra”, hasta que se dejó llevar por los placeres del rosa flúor.

Rigo se entrevistará con personajes fuera de la norma, excéntricos amantes del mal gusto que adoran al flamenco. En España, el embajador pink es el actor y director Eduardo Casanova, autor de Pieles y declarado activista contra “el sistema de lo bonito”. Disfrazada en algunos tramos de documental gamberro, la película intenta discernir por qué estos animales están estampados en todo tipo de objetos y cuál es su significado dentro de la cultural popular. Del pavoneo de bailaores como Antonio Gades a la fábrica más conocida de flamencos de plástico de Estados Unidos, el filme se adentra en escenarios tan insólitos como la casa de la mayor coleccionista del mundo o la llamada Pink Lady de Hollywood, que viste de rosa desde 1980.

El colofón lo ponen el cineasta John Waters y Allee Willis, compositora del tema central de Friends. El director de Pink flamingos derrocha su contagiosa alegría al recordar el horror que vivieron sus padres (obsesos del buen gusto) cuando comprobaron las asquerosas aficiones de su hijo: “También mis profesores... pero yo busqué a gente como yo y la encontré en la bohemia. Las drogas fueron fundamentales, el LSD y los porros. No hacía las películas drogado, pero sí se me ocurrían en ese estado”. Por su parte, Willis, a quien está dedicado el filme, se reserva un discurso para los anales de la autoayuda y el vuelo libre y, como una diosa del kitsch, lanza un “be a flamingo” que dan ganas de tatuarse.

En mi entorno era difícil ignorar el estigma de un pájaro que representaba lo peor: un mundo superfluo y, sobre todo, muy hortera. Mi primer recuerdo me lleva a la serie Flamingo Road, que abrió mis fantasías preadolescentes más vulgares y me descubrió a la villana más flamenco rosa que recuerdo: Morgan Fairchild. Podemos decir que viví mi adicción a la serie en la clandestinidad porque en mi casa ese tipo de programa estaba prohibido. Mi otro momento llegó con los discos de Christopher Cross, que se distinguía por los flamencos rosas en su portada y que yo escuchaba con mis amigas del colegio hasta que descubrí que los chicos directamente vomitaban con sus melodías. Ahí quedó la cosa, los noventa arrasaron con lo que restaba de mis devaneos flúor y, aunque en los dosmiles me compré unas zapatillas Vans negras con flamencos, lo cierto es que ni llegué a estrenarlas. En una cosa no se equivoca la película de Javier Polo, nada esconde tantos complejos como el buen gusto.

Puedes seguir ICON en Facebook, Twitter, Instagram,o suscribirte aquí a la Newsletter.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’

Más información

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_