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¿Hay sitio en el mundo para tantos ricos?

Que las élites se han hecho demasiado grandes para caber en los centros de poder es una tesis con fervientes adeptos, pero tal vez no baste para explicar todo lo que nos pasa: expertos a favor y en contra debaten esta sorprendente visión de la crisis contemporánea

Grabados del siglo XIX que muestran a las élites de entonces disfrutando de sus privilegios.
Grabados del siglo XIX que muestran a las élites de entonces disfrutando de sus privilegios.ICON

¿Hay un atasco en la cumbre? Desde hace al menos 30 años, las sociedades occidentales están produciendo más élites de las que son capaces de digerir. Cada vez son más numerosos los licenciados en Cambridge o Harvard que no encuentran hueco en los consejos de administración de las grandes multinacionales, la cúpula de la Administración o del ejército, las instituciones internacionales o Parlamentos. Al menos una parte de esa élite sobrante se convierte en indigesta. Se sentían llamados a comerse el mundo, pero el overbooking les obliga a conformarse con las migajas.

Tal vez puedan permitirse no ya los mejores vinos del planeta, sino incluso comprar un viñedo en la Toscana o Napa. Pero sentirse privados del acceso al poder político efectivo y de la verdadera influencia social les causa una profunda insatisfacción vital y, en algunos casos, les incita a no comprometerse con la estabilidad del sistema (capitalismo, democracia parlamentaria, globalización, consensos liberales) o incluso a conspirar activamente para destruirlo.

Esa supuesta revolución de las élites descontentas explicaría, en gran medida, que vivamos en sociedades cada vez más convulsas, violentas y menos estables. Esa es, al menos, la opinión de Peter Turchin, académico estadounidense de origen ruso, padre de una sugerente teoría que él ha bautizado como sobreproducción de élites. Turchin se ha ganado en los últimos meses una cierta reputación de gurú. Se supone que fue el primero en prever, ya en 2013, que 2020 sería un año de grandes desastres y violencia política en la Unión Europea y Estados Unidos, el preámbulo de una década funesta. El estudioso asegura que llegó a su conclusión aplicando a los acontecimientos históricos de los últimos 10.000 años un sofisticado sistema de análisis cualitativo que permite detectar sucesos recurrentes y patrones. Y si hay un patrón que, siempre según Turchin, se repite una y otra vez, es el de los estallidos de violencia política que se producen en cuanto las élites proliferan de manera desordenada.

El atasco en la cumbre explicaría fenómenos como la crisis de la Francia feudal del siglo XIV, la caída del imperio romano o el desplome de la dinastía Jin, que hizo posible la invasión de China por los mongoles. Esos principios fueron desarrollados de manera exhaustiva en Ages of dischord: A structural-demographic analysis of american history (”Las eras de la discordia: un análisis demográfico-estructural de la historia de EE UU”), ensayo de Turchin, inédito en España, que se publicó en 2016 y que ha sido muy citado estos días, al cumplirse, al menos en apariencia, algunos de los vaticinios que en él se hacían.

En la imagen, el rey de Arabia Saudí a su salida del Palacio del Eliseo tras una reunión con el presidente francés, en París (Francia), 27 de junio de 2007.
En la imagen, el rey de Arabia Saudí a su salida del Palacio del Eliseo tras una reunión con el presidente francés, en París (Francia), 27 de junio de 2007.MAYA VIDON (EFE)

En sus entrevistas y artículos divulgativos, Turchin recurre a analogías que hacen que el concepto de sobreproducción de élites resulte más intuitivo. Por ejemplo, la familia real de Arabia Saudí, un ejemplo de manual. La familia Saúd lleva décadas ampliándose de manera descontrolada y ahora cuenta con un número tan alto de príncipes y princesas que no existen cargos suficientes para mantenerlos ocupados a todos. Muchos de ellos llevan una vida ociosa, formándose en las mejores universidades de Occidente, organizando fiestas o coleccionando arte. Pero por cada princesa opulenta y occidentalizada que pasa su vida rodeada de orquídeas salvajes en mansiones de Londres, París y Nueva York hay al menos un Osama Bin Laden en potencia: un pariente resentido que dedica su vida a destruir el sistema que hizo a su familia inmensamente rica y próspera.

Aunque su teoría se inspira parcialmente en los estudios de científicos sociales como James Wolf, que fue el primero que habló del exceso de élites como un factor de inestabilidad social, Turchin es un verso suelto. Se formó como zoólogo y ecólogo y estudia las sociedades humanas como si fuesen organismos biológicos sujetos a las leyes de la evolución. Pese a todo, cada vez son más los analistas que prestan atención a sus teorías. Empezando por el editor y experto en finanzas John Maudin, autor de un artículo en Forbes en el que asegura que “la alianza antisistema entre las víctimas de desigualdad creciente y las élites insatisfechas explica fenómenos actuales como la irrupción de populismos cada vez más agresivos a derecha e izquierda del espectro político: Donald Trump y Bernie Sanders”.

Para Maudin, es probable que Turchin esté dando en el clavo con su extravagante teoría: “Puede parecer una interpretación algo simplista de un fenómeno muy complejo”, argumenta, “pero los que insisten siempre en que es necesario estudiar los fenómenos en toda su complejidad rara vez llegan a conclusiones o sus conclusiones no explican nada. Turchin ha tenido el coraje y la inteligencia de proponer una causa plausible para el periodo de enorme inestabilidad política que estamos viviendo”.

Leticia Ruiz Rodríguez, vicedecana de investigación de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid, reconoce no estar familiarizada con la teoría de Turchin. En cuanto se la exponemos, reacciona con escepticismo: “Me resisto a aceptar que la existencia de un número creciente de personas capacitadas para ocupar puestos relevantes en el mundo del arte, la cultura, la política o la comunicación sea un fenómeno negativo”. En opinión de Ruiz, es posible que esa tendencia a crear “mucha” élite cree ciertos “daños colaterales”, pero es muy dudoso que estos superen a los beneficios: “Mejorar las habilidades y capacidades de los ciudadanos es una de las maneras más eficaces que tiene una sociedad de crecer, fortalecerse y potenciar su desarrollo económico y social”.

El entonces todavía presidente Donald Trump y su esposa, Melania Trump, atienden a sus seguidores el último día de mandato del republicano. Se ha señalado a Trump como un ídolo de todas esas élites descontentas que han proliferado en las últimas décadas.
El entonces todavía presidente Donald Trump y su esposa, Melania Trump, atienden a sus seguidores el último día de mandato del republicano. Se ha señalado a Trump como un ídolo de todas esas élites descontentas que han proliferado en las últimas décadas.Pete Marovich (Getty)

Cuando se habla de atasco en la cumbre, continúa Ruiz Rodríguez, se olvida que “vivimos en sociedades muy dinámicas donde se produce una continua rotación de élites en el ámbito político, económico y social”. En principio, caben todos. No hay razones objetivas para que un excedente de talento, de capacidad y de éxito produzca inestabilidad social y conduzca al desastre.

Ruiz cuestiona incluso la noción, cada vez más extendida, de que estemos viviendo en una época particularmente convulsa o inestable: “Creo que lo que ocurre en realidad es que hemos desarrollado una fuerte aversión colectiva a la incertidumbre, cuando la historia nos demuestra que hasta unas pocas décadas esa incertidumbre era la norma y la estabilidad era la excepción”. Para ella, “en las sociedades más dinámicas, los ciudadanos plantean continuas demandas a las que los poderes políticos deben dar respuesta, y eso genera un potencial de cambio y una inestabilidad que no tienen por qué ser negativos”. De lo que hay que preocuparse, en su opinión, “no es de la inestabilidad en sí, sino de las respuestas que se dan a esa inestabilidad”.

También el politólogo canadiense Eric Kaufmann, experto en demografía y conflictos sociales, discrepa del análisis “sesgado y oportunista” de Turchin. En un artículo en la revista UnHerd, Kaufmann argumenta que la inestabilidad política no la produce un exceso indigesto de élites, sino los sospechosos habituales: el reparto desigual de la riqueza y los conflictos culturales e ideológicos no resueltos. Kaufmann comparte la voluntad de Turchin “de inyectarle algo más de ciencia al estudio de la historia”, pero rechaza la fe ilimitada del antiguo zoólogo en “modelos matemáticos cerrados que permiten predecir cómo los imperios se expanden y se contraen y las sociedades se consolidan o se disgregan siguiendo ritmos biológicos predeterminados”.

El politólogo recuerda que Turchin empezó estudiando cómo se comportan y cómo proliferan especies parásitas como el escarabajo de la patata, y en su teoría parece querer estudiar a las élites como si fuesen “no una abstracción sofisticada y compleja, sino el escarabajo de la patata de la historia y las sociedades humanas”.

¿Son las universidades de élite en las que se forma la clase dominante un vivero de radicales antisistema frustrados porque no reciben el reconocimiento que creen merecer? Kaufmann opina que no: “Es cierto que la nueva izquierda, populista y posmoderna, tiene mucho predicamento entre los estudiantes de universidades de élite como las de la llamada Ivy League”, explica, “pero la mayoría de esos jóvenes radicales, en cuanto obtienen su título y acceden al mercado laboral, se convierten en ciudadanos cada vez más moderados y proclives a la corrección política, como ha ocurrido siempre”. Turchin cree que gran parte de los fenómenos políticos contemporáneos, del Brexit al asalto al Capitolio pasando por las revoluciones patrióticas, neosoberanistas, xenófobas o euroescépticas, se explican por la existencia de una élite insatisfecha que el sistema no está siendo capaz de digerir. La suya es una tesis tan original como fascinante, aunque la mayoría de sus colegas en el campo de las ciencias sociales no la compartan.

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