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Grandes éxitos, épicos fracasos y presupuestos millonarios: la vertiginosa carrera de Ridley Scott a los 87

La etapa tardía del legendario director, que se ha apuntado uno de sus mayores éxitos con ‘Gladiator II’, ha dejado sus películas más grandiosas pero también las que más han dividido a la crítica y a su público

Director Ridley Scott in 2024.
El director Ridley Scott en 2024.Karwai Tang (WireImage/Getty)

Con 87 años recién cumplidos y un nuevo éxito de taquilla, el de Gladiator II, sumado a su imponente trayectoria, Ridley Scott (South Shields, Reino Unido) se puede permitir dar algún recado. Como Clint Eastwood, que también acaba de estrenar a los 94 otro largometraje en cines, Jurado nº 2, el cineasta británico ya ha dejado claro que seguirá rodando mientras viva y pueda, lo que en la gira de promoción de su último trabajo le ha servido, por ejemplo, para burlarse de Quentin Tarantino y decirle que debería “callarse y hacer otra película”, en respuesta al anuncio de su retirada (Tarantino tiene 61). El envite contra su colega no es lo más reseñable de la temporada 2024 de entrevistas de Scott. Después de terminar el año pasado proclamando que “los franceses no se gustan ni a sí mismos”, por las quejas galas hacia Napoleón (2023) o pidiendo a los historiadores “que se busquen una vida”, de la secuela de Gladiator (2000) ha confesado no saber si hubo tiburones en las nauas de Roma pero que decidió “ir adelante” de todas formas; o, a propósito de la escena de lucha de los númidas contra babuinos digitales, que se inspiró en el ataque de un babuino alopécico que presenció en Sudáfrica.

Sobre dirigir con casi noventa años, ha dicho que se siente como “en un coche de Fórmula 1″ yendo hacia adelante. Aunque quizá la más impactante declaración de la cosecha sea la de que considera Gladiator II “la mejor película” que ha firmado, como soltó en The Hollywood Reporter. Su último blockbuster se ha recibido con división de opiniones, pero hasta los más firmes entusiastas tendrán difícil no ver como una boutade la frase del director de Alien, el octavo pasajero. “Es una de las mejores”, retrocedía comedidamente después en la entrevista. “He hecho unas cuantas películas buenas”. Lo que no se le puede desmentir al británico es que, igual que el automóvil de competición con el que gusta de asemejarse, no para. En abril tiene previsto rodar en Italia una película de ciencia ficción con Paul Mescal que, desde su siempre hiperbólico prisma, asegura que cuenta con “el mejor guion” que ha leído en una década. En septiembre pondrá en marcha un biopic de los Bee Gees. Y ya habla de un tercer Gladiator, con un hipotético argumento inspirado en El Padrino: Parte II (1974).

Ridley Scott on the set of 'Black Rain.'
Ridley Scott en el rodaje de 'Black Rain'.Sunset Boulevard (Corbis via Getty Images)

Su ritmo prolífico, incluso intensificado en los últimos años, no se ha visto correspondido con brillantes críticas. Más bien al contrario. A las modernas películas de Scott –entre las que se encuentran algunas de las más caras de toda su carrera– no les falta ambición, aunque el carácter resolutivo del cineasta, tan dado a tirar por la calle del medio frente a cualquier duda, crea en estas superproducciones una extraña sensación por el desequilibrio entre la escala y el desdén con el que parecen acometidas. El propio director de fotografía de Gladiator II, John Mathieson, un viejo conocido de Scott con quien llevaba sin colaborar desde Robin Hood (2010), ha criticado su actitud: en el podcast The Doc Fix cargó contra su jefe acusándolo de “vago” e “impaciente”, por cubrir las escenas con multicámaras para rodar de golpe todos los planos en la menor cantidad de tomas posibles. “No es algo bueno para la fotografía, porque solo puedes iluminar desde un ángulo. Si ves sus películas antiguas, la profundidad [visual] se debía en gran parte a la iluminación. Pero él solo quiere quitárselo de encima”, lamentaba.

El escritor y ensayista cinematográfico Jorge Fonte, autor del monográfico Ridley Scott (Cátedra, 2016), comparte ese desencanto con su trabajo actual. “Sinceramente, no he visto Gladiator II porque me da miedo, respeto y mucha pereza. Tuve la suerte de concluir el libro con Marte [2015], que es, a grandes rasgos, la mejor de la última etapa”, reconoce a ICON. “Sí que vi la versión de Napoleón que estrenó en cines, no la extendida, que me dio también un poco de pereza, y me aburrió mucho. Cuando ves a Napoleón bombardeando las pirámides [de Egipto], desconectas. La historia no está bien contada y Joaquin Phoenix parece que se tomó un ácido antes de rodar. Entre batalla y batalla te duermes, te despiertas con los cañones”. Sobre el sonado disparo a las pirámides en Napoleón, Scott defendió que narrativamente “era una manera rápida de decir que tomó Egipto”.

Fonte señala que “a lo largo de su carrera, siempre ha tenido muchos altibajos, películas inmensas y otras que podría habernos ahorrado”, aunque le llama la atención el diálogo entre el Scott del presente y el actual ecosistema industrial. ¿Un maestro churrero de proyectos de 200 millones de dólares ideal para la era del contenido? “Hay un consumo cada vez más rápido de películas y series, tal es la avalancha que se nos viene encima. Se están produciendo a un ritmo excesivo, llegan a plataformas y las olvidamos. De Ridley Scott hay películas recientes suyas que es como si nunca las hubiese visto. Todo el dinero del mundo [2017] y La casa Gucci [2021] son casi iguales. Y El último duelo [2021] me pareció demasiada película para tan poca historia. No necesitaba dos horas y media para eso”.

Restaurando el sueño de Marco Aurelio

Ridley Scott, que comenzó su carrera como visionario director de ciencia ficción y hábil conocedor del lenguaje publicitario, ha visto su nombre mucho más asociado en la segunda mitad de su vida a las megaproducciones épicas. Aunque la ambientación histórica siempre le interesó, como prueba la película con la que debutó, Los duelistas (1977), o su defenestrado relato de la llegada de Colón a América en 1492 La conquista del paraíso (1992) –que, según ha revelado hace pocas semanas, quiere reestrenar con un nuevo montaje de cuatro horas–, el gigantesco éxito del primer Gladiator le convirtió en el hombre que refundó el péplum. Junto a El Señor de los Anillos (2001), la película de Scott sentó las bases del cine espectáculo del siglo XXI e inauguró una nueva edad de oro para la aventura épica, a la que volvería con desiguales resultados en El reino de los cielos (2005), Robin Hood (2010) o Exodus: Dioses y reyes (2014).

Andrew B.R. Elliott, investigador británico que estudia la representación del pasado en la ficción, coordinó y editó en 2014 The Return Of Epic Film: Genre, Aesthetics & History In The 21st Century (El retorno del cine épico: Género, estética e historia en el siglo XXI), libro donde indagaba en las razones de ese resurgimiento. “Scott consigue evocar el espíritu del pasado, no solo un mundo pasado. Su Coliseo trae a la vida la Antigua Roma de una manera que una visita real al auténtico Coliseo no puede lograr. El ojo pictórico de Scott tiene un gusto en la puesta en escena que hace difícil descartar lo que vemos como un pasado remoto, sino algo vivo, que respira y que está ahí”, explica a ICON. Elliott cree que las olas del cine épico de Hollywood representan el paso a la edad adulta de los directores de diferentes generaciones, aludiendo, en el caso del responsable de Gladiator, a la herencia de Anthony Mann, William Wyler, Giovanni Pastrone o Cecil B. DeMille: “Hay algo de autobiográfico en ese instinto. El retorno a la épica en los dos miles marca la madurez de directores que recrean las producciones épicas de su juventud en los cincuenta y sesenta, que a su vez homenajeaban las de los años veinte y treinta, y así sucesivamente”.

Además del consabido “eco en la eternidad” al que aludía el personaje de Russell Crowe, no es difícil detectar reflejos contemporáneos en las dos películas de Gladiator, crónicas del ocaso de un imperio decadente, marcado por la corrupción, las desigualdades, la tiranía y el panem et circenses. Elliott, no obstante, no cree que el sentido del zeitgeist sea la clave del triunfo de Scott. “Creo que ese tipo de afirmaciones yerran el blanco. El reino de los cielos es un buen ejemplo: por supuesto que una película de 2005 centrada en las Cruzadas inevitablemente tendrá que ver (y se consumirá) con los conflictos contemporáneos en Oriente Próximo, pero casi todas las películas anteriores sobre las Cruzadas tienen también resonancias con su tiempo. Cualquier reflexión sobre el pasado, si es buena, las tiene”. Para Jorge Fonte, la gran aportación del cineasta a la épica ha sido su celo en las recreaciones: “Antes veías a Richard Burton y parecía que venía del tren de lavado, ni se despeinaba peleando. Ese realismo en los elementos de las batallas, en las que te ensucias de barro, sangre, nieve… es algo que agradecerle. La visión que tenemos ahora de la Roma imperial viene muy marcada por él”, dice a ICON.

No se puede desligar de la identidad artística de Scott, asimismo, la del también británico Stanley Kubrick, cuyo Espartaco (1960) es una de las influencias más evidentes de Gladiator. Cuando se embarcó en Napoleón, hubo quien interpretó el movimiento como una enmienda al legendario cineasta, otro todoterreno capaz de abordar exitosamente producciones bélicas, históricas o de ciencia ficción que, sin embargo, nunca cumplió su sueño de sacar adelante un largo sobre Bonaparte. Crítica y público se sorprendieron (algunos, para muy mal) al encontrarse el pasado año una película de registro cercano a la comedia, un retrato ridículo del emperador que se vuelve todavía más grotesco en la superior versión extendida de tres horas y media. Para alguien que, paradójicamente, ha hecho de los presupuestos altísimos y los decorados monumentales un hábitat natural, Napoleón dejaba intuir que Ridley Scott no sentía nada especial por la ambición ni las gestas extraordinarias como fin en sí mismo, compatibles, al término del día, con ser un hombre tan patético y triste como su protagonista. En lo que casi podía leerse como un comentario intertextual, donde Kubrick o Abel Gance colapsaron antes de completar la empresa, Scott relativizaba su importancia.

Por la velocidad a la que despacha encargos y el desconocido grado de implicación en los guiones de sus películas (ha admitido que interviene, pero sin recibir crédito por no pertenecer al sindicato), sería osado apuntar a discursos autorales de los que extraer cómo y qué piensa Ridley Scott, aunque Napoleón ofrece una ventana sugerente a un cierto cinismo amargo. En un perfil en The New Yorker con motivo de su penúltima película, se aludía a otra cuestión fundamental para entender al cineasta en los últimos años: el suicidio de su hermano, el también director Tony Scott, en 2012. Momentos antes de que se quitase la vida, el hombre tras Alien y Blade Runner supuestamente había intentado animar por teléfono a su familiar para que trabajase en una nueva película, a fin de vencer el bache anímico. “Ridley me dijo una vez que toda su vida le ha perseguido una depresión profunda. La llama el perro negro, que es como la nombraba Churchill. Dice ‘Si paro, me hundo”, declaraba el biógrafo Paul Sammon.

Gladiator II le ha dado la mayor apertura comercial de su carrera en todo el mundo y supera los 320 millones de dólares acumulados. La nave sigue avanzando, lejos de sus críticos, lejos del perro negro. Y quien tenga reservas con la calidad de su última etapa siempre puede acudir a lo que recordaba en The Guardian el columnista Stuart Heritage: “La buena noticia de que tenga más proyectos es que habrá más entrevistas a Ridley Scott”.

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