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Por qué viajamos tan mal: guía para no llevarnos de vacaciones el estrés del día a día

Si intentamos ver todo, no soltamos el móvil, queremos programar cada movimiento y pretendemos que las costumbres en el otro lado del mundo sean las mismas que en nuestro hogar, ningún viaje será placentero. Una serie de expertos nos dan las claves

Venecia, uno de los principales ejemplos de turismo masivo y problemático, en agosto de 2023.
Venecia, uno de los principales ejemplos de turismo masivo y problemático, en agosto de 2023.Stefano Mazzola (Getty Images)

De acuerdo con Paul Morand, un viaje es una nueva vida en la que cabe un nacimiento, un crecimiento y una muerte. Aunque al escritor quizá le faltó olfato para añadir en su esquema unos 15 o 16 ataques de ansiedad. Viajar en la actualidad es tantas veces una réplica miniaturizada de la vida, ahora que el capitalismo ha universalizado y abaratado la capacidad de aventura, que cada vez es más habitual escuchar al viajero demandar, exhausto, unas vacaciones de sus vacaciones.

Porque viajamos mal: angustiados, cabreados. Y mientras arrastramos nuestros cuerpos zombies de vuelta al lugar de trabajo, estremecidos aún por la resaca de negociar con webs comparativas de precios de hoteles y agregadores de excursiones organizadas, con nuestras parejas y nuestros amigos, con hospederos avariciosos y con hordas de turistas a las que, por alguna razón, no identificamos como iguales sino como una plaga distinta, no podemos dejar de preguntarnos por qué viajamos tan mal. Expertos y víctimas proponen cinco nervios sensibles para el estrés viajero.

La dependencia del móvil

El 60% por ciento de los españoles sienten la necesidad de estar conectados en todo momento a las redes sociales durante sus vacaciones, y el 83% teme quedarse sin cobertura, según una encuesta realizada por la plataforma Evaneos. La ansiedad por compartir minuto a minuto nuestras experiencias y la imposibilidad, por desgracia forzosa, de desconectar del trabajo, convierten nuestros nervios en cerillas consumidas y difícilmente recuperables con un bañito en el mediterráneo.

Elena García Donoso es una escritora y conferenciante especializada en viajes. Tras quince años afiliada a la aventura, en los que le ha dado tiempo a convivir con tribus en África, bucear con tiburones e intimar con los Inuits en el Ártico, ahora se dedica a compartir sus experiencias a través de charlas motivacionales. Aunque reconoce el valor de la tecnología para aproximarnos a lenguas desconocidas y agilizar la inmortalización de recuerdos, recela de sus excesos. “No hay nada de malo en hacer fotos, lo que sí es malo es viajar sólo para hacer fotos. Los móviles ayudan muchísimo a viajar, a conectar y a mejorar la experiencia. Pero claro, hay que usarlos bien y eso significa que el móvil sea una herramienta que ayude al viaje, no que el viaje sea la herramienta para usar el móvil”, puntualiza.

El móvil es una buena herramienta para atesorar recuerdos de las vacaciones, pero puede arruinarlas si gana demasiada presencia en ellas.
El móvil es una buena herramienta para atesorar recuerdos de las vacaciones, pero puede arruinarlas si gana demasiada presencia en ellas.Robert Alexander (Getty Images)

La dependencia esclava de la tecnología afecta, además, al diseño del viaje. “Uno de los grandes errores que se comete al hacer un viaje es tener unas expectativas demasiado altas, provocadas en su mayoría por escoger un destino influidos exclusivamente por el contenido que nos llega a través de las redes sociales”, explica Clara Estrems, autora del blog de viajes Las sandalias de Ulises. “Las redes sociales son un vehículo fantástico para dar a conocer determinados lugares o destinos, pero en la gran mayoría de ocasiones lo que vemos no solo es información sesgada, sino muchas veces editada y manipulada en cuanto a colorido y escena. ¿Nos ayuda a conocerlo? Sí. ¿Es suficiente para preparar un viaje? No”.

Planificación: exceso o defecto

La sensación de haber planificado demasiado o de haber planificado demasiado poco se apoderan con catastrófica frecuencia de experiencias que deberían ser aliviadoras y que, en cambio, acaban introduciendo en nuestra coctelera emocional todavía más estrés. ¿Existe una antelación ideal para empezar a definir nuestras vacaciones? Es difícil decretarlo, si bien las estadísticas aclaran que, de manera previsible, los españoles hacemos honor al tópico en este caso. Lorenzo Ritella, country manager de la plataforma de gestión de alojamientos turísticos GuestReady, establece que, según datos internos de su empresa, “los españoles son más de reservar en el último momento, con una media de un mes y veinte días antes de la fecha de comienzo del viaje”, sólo superados en urgencia por los italianos. Los turistas americanos, de acuerdo con Ritella, son los que planifican el viaje con más antelación, con una media de reserva de tres meses y veintidós días, mientras que en Europa los alemanes hacen también honor al cliché y son los más previsores, reservando todo con dos meses y tres días de antelación.

Las consecuencias de planificar mal y fiarlo todo a la suerte y la improvisación son obvias: de repente, no quedan entradas para los museos que te apetecía visitar ni reservas en los restaurantes donde todo el mundo te recomienda comer. El extremo opuesto, sin embargo, también cobra su peaje a la salud. “En el caso de que planifiquemos demasiado al milímetro todas las horas del día, estaremos dejando muy poco espacio al lugar para que se muestre tal y como es, y no tener espacio a la improvisación o a disfrutar de planes espontáneos que nos pueda ofrecer el destino”, advierte Clara Estrems. La psicóloga Natalia Ibáñez desgrana las consecuencias de sustituir el cerebro por una tabla de Excel antes de irnos de vacaciones. “Cuando viajas, quieres escapar de la rutina. Y si haces una extensión de tu día a día en tu tiempo de esparcimiento y lo planificas todo al detalle, buscando aprovechar el tiempo de forma obsesiva para sacar el máximo provecho a cada momento, no estás descansando verdaderamente, sólo replicando tu rutina de siempre durante tus escapadas”.

Colas para entrar en el Museo del Louvre de París en agosto de 2022.
Colas para entrar en el Museo del Louvre de París en agosto de 2022.STEFANO RELLANDINI (AFP via Getty Images)

La irritante solución pasa por ese lugar tan elusivo: el término medio. Elena García Donoso, que trata de volcar su experiencia en su empresa de formación y aventura Viajes al otro lado del miedo, cree que la capacidad resolutiva, la gestión del miedo y poner el foco en las soluciones más que en los problemas son herramientas que ayudan a gestionar los imprevistos para no dejarnos dominar por el pánico. “No sirve de nada dedicar tiempo a decirse frases como ‘me tenía que haber preparado más’. En vez de eso tenemos que sustituir esos pensamientos, que serán inevitables en un primer momento, por frases en positivo, orientadas a futuro que nos ayuden a tomar acción. Por ejemplo: ‘Voy a dar un paseo y a descubrir lugares que no habría visto si hubiera habido entradas”.

Dormideras fantasma

La gestión del alojamiento es otro de los factores que puede convertir la cabeza del viajero en una tetera a punto del colapso. “Es importante hacer preguntas sobre el alojamiento, las condiciones y los servicios disponibles para evitar sorpresas una vez lleguemos al destino. Además, tener claros detalles tan sencillos como confirmar la hora de llegada o la entrega de llaves antes y después de nuestra estancia puede ahorrarnos tiempo y estrés”, recalca Lorenzo Ritella.

La arquitecta Ana Irisarri fue víctima de una de esas reservas imprudentes. En 2022, ella y cuatro amigos contrataron el alojamiento “más cutre y más barato” que había en el centro de Roma con menos de un mes de antelación, ignorando, en el proceso, una colección inacabable de malas reseñas, riesgo que en sus cálculos mentales parecía asumible debido a las prisas de la situación. “El alojamiento era una infravivienda, un zulo, no se parecía nada a las fotos. Era un piso antiguo de Roma que habían dividido en habitaciones con mamparas de baño de vestuario y daba muchísimo asco”, describe. Encima, el gestor del hospedaje les dijo que no podían dormir allí debido a un imprevisto, pero que como tenían una reserva para cuatro días, les derivaban a otro lugar. “Intenté hablar con el encargado por teléfono, un señor mayor muy loco que no dejaba de gritarme en italiano. Me dijo que qué me creía yo y nos envió a dormir a un piso de un señor mayor llamado Alfredo, muy elegante, que subarrendaba habitaciones”. Alfredo resultó ser un caballero muy simpático que, envuelto en sedas de la mejor calidad romana –llevaba un traje de doble abotonadura–, les invitó a un café mientras les aclaraba que el gestor hotelero con el que hablaban por teléfono era un hombre “ciertamente loco” que estaba en silla de ruedas (ésa era la razón por la que no podían verlo cara a cara, al parecer, sólo recibir sus gritos por teléfono). “Es imposible que lleguéis a ningún acuerdo con él, tenéis que dormir conmigo”, les advirtió.

Una estampa clásica del veraneo: los rascacielos de Benidorm llenos de apartamentos a rebosar en agosto.
Una estampa clásica del veraneo: los rascacielos de Benidorm llenos de apartamentos a rebosar en agosto.JOSE JORDAN (AFP via Getty Images)

Irisarri, que no quería resignarse a dormir con Alfredo –por muy encantador que fuese–, llamó a la compañía con la que había reservado el hotel. “Estuve hablando por teléfono con un señor latino de EE UU durante horas. Como era Semana Santa y estaba todo lleno, sólo había dos opciones. Primero nos ofreció un hotel a las afueras, cerca del aeropuerto, que rechacé porque en las condiciones de la web pone que te tienen que ofrecer una alternativa cercana a tu reserva original. Así que al final nos brindó la opción de ir a un hotel de 5 estrellas, de lujo, en el centro de Roma. Se llamaba Hotel Edén y las habitaciones costaban 1.000 euros por noche, pero no pagamos la factura, la pagó la plataforma”, cuenta Irisarri. ¿La moraleja? “Hay que leerse siempre la letra pequeña y quejarse mucho”.

La empatía en los viajes de grupo

Cada año, por estas fechas, asistimos a la sospecha, confirmada por los más recientes estudios universitarios de sociología o las últimas exclusivas de la prensa del corazón, de que las parejas rompen más en verano. ¿Quién no ha experimentado temblores en su relación bajo el apremio de unos trenes que se pierden, unas colas de entrada no previstas o una habitación doble que en la web ponía que tenía cama de matrimonio y en la realidad son dos camas de 90?

Lo mismo sucede con los grupos de amigos que, tras un viaje conjunto, dejan de ser tan amigos. La psicóloga Natalia Ibáñez repite la palabra “empatía” en su encerado particular para explicar este fenómeno. “Antes de embarcarte en unas vacaciones en grupo, tienes que determinar por qué escoges viajar así y no de manera individual”, indica. “La capacidad de adaptación, la flexibilidad y las expectativas de cada persona son diferentes. En algunos escenarios, es necesario dar tu brazo a torcer, y en otros van a ser los demás los que tengan que ceder. Siempre va a haber pactos a los que someterse, porque algunas personas se dejan llevar por la espontaneidad y otras necesitan tener cierta sensación de control sobre su agenda”.

Respeta las costumbres locales

Aparte de alimento principal para los guiones de comedias francesas y españolas protagonizadas por Christian Clavier y Leo Harlem, respectivamente, los choques culturales son otro gran desestabilizador del trotamundos medio. Así lo confirman desde la plataforma de organización de free tours GuruWalk: “Muchas veces los viajeros se desesperan cuando ven que en otros países los trabajadores del sector servicios hacen su trabajo de forma mucho más tranquila de lo que ellos están acostumbrados, cuando se dan cuenta de que el nivel de vida del destino que están visitando está por encima del de su país de origen o incluso se sienten incómodos teniendo la obligación de dar un porcentaje del precio de lo que compran en forma de propina”.

Sí, en casi todos lados alguien atenderá en inglés, pero es muy aconsejable aprender algunas palabras y expresiones básicas en el idioma del lugar que se está visitando.
Sí, en casi todos lados alguien atenderá en inglés, pero es muy aconsejable aprender algunas palabras y expresiones básicas en el idioma del lugar que se está visitando.SOPA Images (LightRocket via Getty Images)

Elena García Donoso propone “aprender las principales palabras o expresiones básicas de la lengua del país visitado” como medida para tender puentes: “Casi nadie le presta atención a esto y en casi todos los destinos hay entre cinco y diez expresiones que vas a necesitar y son fáciles de aprender; el hecho de recurrir a ellas se suele agradecer por parte de las personas del lugar y es un detalle empático y respetuoso”.

Éstas no son todas las cartas que hemos de barajar para evitar convertir las escapadas veraniegas en odiseas tortuosas. Hay otras, como hacer seguro de viaje, intentar evitar las escalas, no subestimar el equipaje o untarse de crema solar hasta para entrar en los museos. Viajar es importante, como prueba su presencia en todas nuestras metáforas. Un enamoramiento es un viaje, una guerra es un viaje, hay algo obsesionante en la necesidad de viajar que nos convierte a todos en yonquis de la experiencia. Y tal vez ese fuelle irreprimible que nos sacude el pecho ante los viajes, ante la obligatoriedad de emprenderlos y de enseñarlos y de que nos salgan como es debido, nos empequeñezca.

Ningún experto recomendará a un trabajador que, en vez de invertir sus días libres de descanso en un viaje, se quede en casa leyendo un libro o haciendo.. nada. Pero no será éste el primer tema en el que los expertos se equivocan. Volviendo a Paul Morand, podría ser buena idea recuperar aquella frase que, al parecer, le dijo a su amigo Marcel Proust cuando éste, encamado, se lamentaba de la falta de viajes en su vida por culpa de una salud siempre frágil y limitante: “Para viajes”, dijo Morand, señalando algo que no cabe en ninguna guía, “los del corazón”.

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