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“No sabemos estar enfermos, queremos curarnos en minutos”: por qué somos cada vez más hipocondríacos

Se abusa de ir a Urgencias, se busca en Google cada mínima molestia y se exige a los médicos pruebas diagnósticas por síntomas triviales cuando lo que de verdad necesitamos es confiar en los facultativos sin interferencias

No son pocas las veces que Woody Allen ha hablado abiertamente de su propia hipocondría: "El más leve síntoma, por ejemplo, un labio agrietado, de inmediato me lleva a la conclusión de que debo tener un tumor al cerebro".
No son pocas las veces que Woody Allen ha hablado abiertamente de su propia hipocondría: "El más leve síntoma, por ejemplo, un labio agrietado, de inmediato me lleva a la conclusión de que debo tener un tumor al cerebro".
Sara Navas

“Las dos palabras más bellas de nuestro idioma no son ‘¡te quiero!’, sino ‘¡es benigno!”. Esta frase que Woody Allen pronunciaba con su habitual verborrea en Desmontando a Harry podía sonar a parodia en 1997, año en que se estrenó la película que protagonizaba y dirigía el cineasta. Pero casi 30 años después, representa cada vez a más personas, cada vez más jóvenes. “Creamos hipocondríacos desde la cuna porque hemos perdido el sentido común”, afirma a ICON Juan Toral, médico especialista en medicina familiar y de urgencias. “La gente joven abusa de ir a urgencias porque el concepto de salud se ha desvirtuado. Acuden a consulta ante cualquier estado que no es óptimo –por tener un uñero, un catarro o vómitos–, queriendo encontrarse bien en cuestión de minutos. El problema es que ahora no sabemos estar malos y la exigencia es enorme. Esto con la gente más mayor no pasa”. Reconoce Toral que en un turno de 24 horas de urgencias en un Centro de Salud en el que ven entre 220 y 280 pacientes solo un par de ellos suelen ser urgencias reales.

La hipocondría, descrita por la RAE como una “afección caracterizada por una gran sensibilidad del sistema nervioso con tristeza habitual y preocupación constante y angustiosa por la salud”, es un trastorno de ansiedad que va en aumento y lleva a quienes lo padecen a exigir a sus médicos pruebas diagnósticas por síntomas triviales, a buscar en Google cada mínima molestia, a acudir por su cuenta a especialistas que no deben y a autodiagnosticarse, siempre creyendo que padecen algo grave. “Son pacientes que sufren mucho”, apunta Antonio Torres, médico de familia con 40 años de experiencia. “Siempre encuentran una alteración que les perturba: dos pelos en el peine que indican alguna enfermedad, orinar menos de lo que creen que es normal… Actualmente tenemos la necesidad de que nos garanticen que no hay ningún daño. Intentar dar con la explicación inmediata de lo que nos pasa es lo que más ha proliferado en consulta”.

De ahí que, como explica Torres, se esté dando un uso abusivo de pruebas diagnósticas cuando lo que habría que hacer es solicitarlas solo cuando la sospecha clínica sea suficiente como para iniciar un estudio. Torres reconoce que es habitual que un paciente le pida una radiografía de columna lumbar como si fuera inocua, cuando hacerse únicamente una es como hacerse cincuenta de torax en descarga de rayos X. “Queremos que nos digan que lo que tenemos no es importante y exigimos muchas pruebas rápidamente para tener la certeza. Pero lo que de verdad necesitamos es recuperar la confianza en los facultativos”.

El psicólogo Rafa Guerrero, director de Darwin Psicólogos y profesor en la Facultad de Educación de la Universidad Complutense de Madrid, achaca este auge de la hipocondría a que la sociedad actual es compleja. El especialista en salud mental explica a ICON que hoy en día tenemos una vida poco predecible, lo que genera altos niveles de estrés; hay demasiada información que no sabemos gestionar y que tampoco está garantizada; surgen enfermedades de moda que descubren las redes sociales, y de su mano el miedo a padecerlas. “Depositamos la capacidad de diagnóstico y evaluación en internet y patologizamos cualquier dificultad. Además, el ritmo de vida que llevamos en las grandes ciudades nos está pasando factura mental y físicamente”, argumenta Guerrero.

“Padecemos de infodemia, accedemos a muchísima información que no está contrastada ni sabemos de dónde viene y la damos por válida, muchas veces poniéndola por encima del conocimiento de un facultativo con décadas de experiencia”

Según el V Estudio de Salud y Vida elaborado por Aegon Seguros, el 52% de los españoles busca en internet los síntomas que padece para tener un diagnostico antes de ir al médico. Este porcentaje va en aumento, ya que en 2022 era del 43,5%. En cuanto a los rangos de edad, los jóvenes de entre 18 y 25 años son los que más recurren a internet para informarse sobre dolencias. Lo hace una gran mayoría, el 70,6% de ellos. Mientras que los mayores de 65 años apenas recurren a “doctor Google” (solo un 33,3%). Esta práctica, cada vez más habitual, tal y como prueban los datos, deriva en todo lo contrario: desinformación y alarmismo. “Todos deberíamos hacer pensamiento crítico, discernir y analizar de dónde viene la información que estamos consultando. Las fuentes se deben contrastar, no podemos creernos todo lo que vemos en internet porque se trata de una información de acceso muy fácil que lo único que consigue es asustar. Las familias de ahora tienen más miedo que hace 15 años porque no saben filtrar todo lo que reciben o encuentran en redes sociales e internet”, expone Lucía Galán Bertrand, pediatra con veinte años de experiencia conocida en redes como Lucía, mi pediatra.

“Google no se usa bien. Ahí es muy fácil encontrar que tienes justo lo que te preocupa”, reconoce también Juan Toral. Antonio Torres coincide: “Padecemos de infodemia, accedemos a muchísima información que no está contrastada ni sabemos de dónde viene y la damos por válida, muchas veces poniéndola por encima del conocimiento de un facultativo con décadas de experiencia”. Mercedes Herrero Conde, ginecóloga y sexóloga, habla también de intereses ocultos detrás de mucha de la información médica que se encuentra en internet. “Hay informaciones que se visten de ciencia sin serlo. Por eso siempre recomiendo responder estas dos preguntas: ¿quién lo dice? y ¿qué gana con lo que dice? Para que podamos valorar si es alguien entendido en la materia o no y para tener claro si se trata de contenidos con un interés publicitario oculto. Cuando algo no se explica abiertamente, me lleva a la desconfianza”.

Juan Toral percibe que vivimos con un estrés que en muchos casos provoca sintomatología en gente sana que se comporta como si estuviera enferma. “Veo mucha ansiedad en los pacientes y cuando empecé, hace 11 años, no era así. Por eso cada vez se realizan más pruebas cardiacas y se recetan antidepresivos a veinteañeros. Estamos en una rueda de buscar enfermedades: a las personas sanas se les da la sensación de que hay que controlarlas con pruebas como analíticas que realmente en la mayoría de los casos no son necesarias”. Los facultativos también tienen que lidiar con enfermedades de moda que los pacientes más jóvenes descubren en la redes sociales. “Ven a un influencer en TikTok que dice que, por ejemplo, tiene Sibo [un sobrecrecimiento bacteriano en el intestino delgado] y explica cómo lo ha descubierto y luego llegan a consulta pidiendo esas mismas pruebas”.

Todos los especialistas consultados coinciden en que las personas hipocondríacas sufren verdaderamente por los síntomas que dicen tener y lo mejor que pueden hacer como profesionales es, una vez escuchadas y validadas sus emociones, aportar datos que contrarresten esos miedos infundados. “Es como vacunarles, gracias a una información sopesada, contra su hipocondría. Además hay que destacar que suelen ser pacientes muy agradecidos cuando se sienten bien atendidos y acompañados”, señala la doctora Herrero. “Pero es verdad que padecer cáncer es lo que más desata sus miedos. A pesar de que la principal causa de muerte sean las enfermedades cardiovasculares y no el cáncer”. Ya lo dijo Woody Allen en un artículo que The New York Times le encargó en 2013 para que hablara de su propia hipocondría, “el más leve síntoma, por ejemplo, un labio agrietado, de inmediato me lleva a la conclusión de que debo tener un tumor al cerebro, o bien un cáncer de pulmón. En una ocasión, pensé incluso que tenía el mal de la vaca loca”. Y aunque él escribió estas líneas pasados ya los 70 años, llevaba a sus espaldas décadas lidiando con su hipocondría y su temor a morir. Algo a lo que, hipocondríaco o no, todo ser humano deberá enfrentarse algún día.

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Sobre la firma

Sara Navas
Redactora de ICON desde 2016, año en que llegó a EL PAÍS. Es licenciada en Comunicación Audiovisual por la Universidad Complutense de Madrid y ha escrito el libro ‘La monarquía al desnudo. Del rey que nació en un retrete al soberano playboy’.
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