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La película antisistema que se convirtió en un taquillazo: ¿qué queda de ‘Matrix’ 25 años después?

La obra maestra de las hermanas Wachowski cumple un cuarto de siglo y aún defiende una influencia tan abrumadora como indomable. Su cuarta entrega reafirmó su condición subversiva frente a la instrumentalización del mercado y la ultraderecha

Keanu Reeves y la pastilla roja, una estampa que ha hecho que demasiados se tomen 'Matrix' como un asunto personal.
Keanu Reeves y la pastilla roja, una estampa que ha hecho que demasiados se tomen 'Matrix' como un asunto personal.

El 31 de marzo se cumplen 25 años de Matrix, la película que nos guió hasta las puertas del siglo XXI. Fenómeno global instantáneo, la saga firmada por las hermanas Lana y Lily Wachowski supuso una brecha, un antes y un después en la historia del cine: mezcla perfecta de ambición filosófica e innovación técnica, es el texto definitivo para pensar la condición digital y los horizontes que esta plantea. La historia es de sobra conocida: nos habla de Neo, un hacker anunciado como salvador de la humanidad, que se encuentra encerrada en un simulacro digital y esclavizada por las máquinas. Fruto de la necesidad de obtener energía, se ha impuesto un modelo extractivista que ha acarreado una devastación ecológica total y una alienación completa del individuo, cercenado de su propio cuerpo y de cualquier colectividad: el nuevo status-quo requiere de la transferencia de la conciencia humana a una realidad virtual controlada por programas, de la que sólo unos pocos rebeldes han logrado escapar.

Cualquier lectura de estas películas se queda pequeña. Son un alegato a favor de la imaginación y su poder sin límites: “Matrix es sonido y visión, poesía pop, multitud de hilos que convergen al mismo tiempo”, explica Ales Kot, a quien conocemos en España por trabajos en el cómic como Zero (ECC Ediciones, 2014), Niños salvajes (ECC Ediciones, 2015) o Bloodborne (Norma Editorial, 2019-2021) y que actualmente se dedica por completo al guión y la producción de cine y televisión en el ámbito norteamericano. Sus obras, radicalmente políticas, tienen mucho en común con el trabajo de las Wachowski. “Una de las interpretaciones de Matrix que me pareció tan clara como el día es que no tienes que ser tus condicionamientos. Altérate. Presta atención al poder. Plántale cara y defiende lo que es correcto. Sus obras me han dado fuerzas para hacer un arte decididamente mío, subversivo y sincero”.

Como explica Kot, Matrix es “un texto trans, un texto ciberpunk, un texto queer y un texto sobre el mundo en que vivimos”, algo que se construye narrativamente, sí, pero también mediante el dispositivo estético. ¿Quién no recuerda el festival de cuero y de látex negro, las gafas de sol o la música electrónica para siempre vinculada a estas películas? Dentro de la matrix hay dos mundos: uno corporativo de rascacielos, camisa blanca y corbata, en el que habitan los trabajadores alienados, y uno hedonista, de hackers y raves clandestinas, que es el que alumbra la revolución. Esto también habla del espíritu de la época: en 1998, un año antes del estreno de la película, Simon Reynolds publicaba su Energy Flash (Contra, 2014), un repaso por los movimientos musicales que constituyeron la cultura del baile underground entre finales de los ochenta y los primeros noventa. Entonces, muchos abrazaban los postulados de T.A.Z y el modelo futurista “tecno-rebelde” descrito por Alvin Toffler en La tercera ola (Plaza & Janés, 1993), entendiendo la tecnología como forma de empoderamiento y resistencia frente a la misma plutocracia que inventa y produce en masa las máquinas que nos suplantan.

Un enorme cartel de 'The Matrix Reloaded' expuesto en Bangkok en 2003.
Un enorme cartel de 'The Matrix Reloaded' expuesto en Bangkok en 2003.PORNCHAI KITTIWONGSAKUL (AFP via Getty Images)

Supeditados a la creatividad del individuo y a su voluntad liberada, los ceros y los unos se vuelven carne, como si de un milagro bíblico se tratase. Su dominio de la tecnología permite a Neo tocar, dañar e incluso resucitar a los muertos dentro de la matrix: le permite rebelarse. Las películas, si bien ambientadas en el mundo digital, tienen un fuerte componente erótico, carnal, que atraviesa toda la obra de las Wachowski, desde Lazos ardientes (1996), con su romance lésbico y su estética sadomasoquista, hasta Sense8 (Netflix, 2015-2017), que postulaba la construcción de comunidades globales ajenas a fronteras nacionales o geográficas y cuya comunión se representaba, también, a través del sexo grupal. La serie, formalmente innovadora y con unos costes de producción elevadísimos, fue cancelada tras dos temporadas y cerrada abruptamente con una película que sirvió de concesión a las protestas de sus fans.

El carácter irredentamente queer de estas obras –que deconstruyen el género y se declaran antisistema en cada giro del camino– vuelve llamativos los intentos persistentes de la extrema derecha norteamericana por apropiárselas: la imagen de la elección a la que se somete Neo, entre una píldora azul (permanecer en la ilusión de la matrix) y una píldora roja (conocer la verdad y liberarse, pero adentrarse en un futuro incierto) ha servido a varios sectores reaccionarios para publicitar su ideología como la única realidad posible. Ya es historia de internet la respuesta de Lana Wachowski a Ivanka Trump y el ahora dueño de la red social, Elon Musk, cuando declararon en Twitter (X), tras votar a Donald Trump en las elecciones de 2020, que se habían tomado la píldora roja: “Que os jodan a los dos”.

Su lenguaje también ha sido ampliamente adoptado por la comunidad incel, grupo de jóvenes radicalizados misóginos, autodenominados “célibes involuntarios”, que la española Gala Hernández retrató recientemente en La mecánica de los fluidos (2022), corto premiado en la SEMINCI de Valladolid y nominado a los Premios César. “Ciertamente las películas no dicen lo que ese segmento sociópata, hambriento de poder y colonial-fascista de la sociedad quiere creer que dicen”, opina Ales Kot, que considera estos intentos de darle la vuelta al sentido de las películas “endebles e intelectualmente vagos”. Las Wachowski hablan de imaginación, de creatividad, de cambio; para él, lo contrario a lo que postulan estas ideologías. “Tienen tanto miedo al cambio que quieren que su mundo siga siendo siempre el mismo, como niños asustados que se aferran a un pasado muerto”, dice.

Un póster de 'Matrix' es exhibido en una casa de subastas en Londres en 1999.
Un póster de 'Matrix' es exhibido en una casa de subastas en Londres en 1999.Andrew Matthews - PA Images (PA Images via Getty Images)

En Matrix, líbido y revolución van de la mano y las fuerzas del orden son precisamente unos bots desindividualizados, deserotizados y, al menos de primeras, desprovistos de un yo diferenciado del sistema. La influencia de la visión de las hermanas Wachowski en el arte posterior ha sido monumental: “desde Lazos ardientes en adelante se convirtieron en una fuerza que sirvió de guía tanto de lo que hoy es posible en el cine pop, en el cine queer y trans, en el cine subversivo… Creo que sólo estamos empezando a vislumbrar su influencia profunda. Las veo en todas partes, desde los dramas de terror de Jane Schoenbrun hasta John Wick y sus divertidísimas salidas de tiesto; desde la moda hasta el post-internet”, dice Kot.

Hoy por hoy, cuando se vuelven virales imágenes de coches que se conducen solos mientras el conductor trabaja con las gafas de realidad virtual puestas, el tecno-optimismo de Matrix puede parecer ingenuo, aunque de actualizar su visión futurista a los retos del presente se ocupó la propia Lana Wachowski en The Matrix Resurrections (2021). Decididamente antinostálgica, ésta nos muestra un Neo –el que fuese el mesías de la revolución digital– obsoleto en la nueva web 3.0, plagada de bots, redes de datos y programas capaces de doblegar sus poderes. La película adopta un nuevo ‘realismo capitalista’ (Mark Fisher, Caja Negra, 2016) para reflexionar sobre su propio carácter de franquicia y producto exitoso en el mercado, que contrapone al fracaso de su proyecto emancipatorio y su deseo esperanzado de empezar de nuevo. Se opone, así, al carácter tan autorreferencial como antipolítico que caracteriza la mayoría de blockbusters de la industria: “La nostalgia puede ser una nave útil, un vehículo para exploración: bajamos hasta las profundidades del pasado y desenterramos el presente”, opina Kot. “La nostalgia desenfrenada es algo muy diferente: si seguimos mirando hacia atrás y soñando con el pasado a expensas del presente, nos precipitamos hacia el fascismo, y resistir ese impulso es nuestra obligación colectiva”.

Su naturaleza híbrida, sus tentáculos multimediáticos y ese carácter transmedia que los académicos de principios de siglo valoraban muy positivamente (la saga fue pionera de lo que Henry Jenkins llamó “cultura de la convergencia”, que debía emancipar al espectador-consumidor, ahora implicado activamente y transformado en productor y consumidor a la vez) fue desactivado y cooptado por el sistema. La saga fue convertida en una franquicia más, que recurre en nuestra cultura como cáscara pop vacía de contenido. Esto supone un fracaso del salto que trataba de fomentar Matrix, cuyo discurso y aparato estético no dejan de señalar que lo importante está ahí fuera, en el mundo real: “Sigue luchando, sigue cambiando, sigue dejando cosas ir, sigue mirando, sigue conectando con los demás, sigue haciendo arte, sigue viviendo, sigue estando allí para otros. Amplifica la verdad. Rechaza las mentiras”, dice Kot. Este es el mensaje –o uno de los mensajes– en el corazón de la cinta, antitético del ensimismamiento con el que nuestra cultura se piensa a sí misma.

Cartel de 'Matrix Reloaded' en el festival de Cannes en 2003.
Cartel de 'Matrix Reloaded' en el festival de Cannes en 2003.Scott Barbour (Getty Images)

A raíz del último escándalo en el que se vio envuelta Inés Hernand, por abusar de la palabra “icónico” y aplicársela incluso al Presidente del Gobierno, un usuario de la red social X, que utiliza el nombre de Pele, posteó en esta red social: “La cultura de lo icónico no podría ser más paradigmática de estos tiempos: ya no existen las cosas, sólo sus representaciones”. Curiosamente, estas palabras se encuentran muy cerca de la advertencia que Matrix, con sus múltiples referencias a la teoría del simulacro, a Debord y a Baudrillard, y su acumulación de citas intertextuales, que confiaban en que la forma podía ser el mensaje, trataba de hacernos: “Vivimos en tiempos de apoyo descarado y negación de un genocidio, de resurgimiento de la extrema derecha global. Matrix es fenomenal pero, sin importar cómo de trascendental sea, una película es una película, y la gente sigue muriendo”, dice Kot.

Así, bicots, activismo digital y protestas en la calle, con eslóganes como “Nunca más significa nunca más para nadie”, responden más a su espíritu que celebraciones superficiales o el coleccionismo de productos derivados de la franquicia. En un momento que incita la movilización fan y el consumo disfrazado de discurso, lo pertinente es adoptar posiciones políticas; tal vez por eso The Matrix Resurrections se estrelló en el mercado mientras la olvidable Spider-Man: No Way Home (Jon Watts, 2021) ocupaba todas las salas y batía récords de recaudación. En su construcción de un metatexto plagado de referencias, las Wachowski metabolizaron el pasado, inventaron el futuro y construyeron poderosas metáforas que siguen invitándonos a pensar el presente y nuestro lugar en él, a transformar pensamiento en acción. El imperativo inscrito en la obra es ir más allá de ella y tomar partido: “Las películas de Matrix son sobre el futuro como algo que existe aquí, en el presente, esperando: más nos vale cuidar del futuro que queremos ver nacer y ayudar a alumbrarlo”.

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