Contrarreforma en la oficina: ¿vuelve el jefe tirano?
La Gran Renuncia no llegó a ser, el teletrabajo se tambalea y ahora llega la última moda corporativa, el regreso del líder tóxico
Medios como The Atlantic, Fortune, The Economist o Financial Times tienen un augurio funesto para 2024. En opinión de estas cabeceras de referencia, va a ser el año de la contrarreforma en el trabajo y del retorno del hombre providencial (hay alguna mujer, pero son sobre todo hombres), o tirano corporativo. En opinión del experto en tendencias laborales de la BBC Alex Christian, ya está ocurriendo o va a ocurrir un poco en todas partes, pero sobre todo en esa pasarela de tendencias del capitalismo global que son los Estados Unidos.
Tal y como explica Christian, en los años posteriores a la pandemia hemos asistido a un “pulso dramático” entre jefes y empleados en torno a un asunto tan crucial como el retorno a la oficina. Asalariados de toda índole han luchado a brazo partido para conservar el margen de flexibilidad y calidad de vida que asociaban al teletrabajo. Algunos obtuvieron incluso “mejores salarios, condiciones más dignas y un grado superior de autonomía”.
Entre 2021 y el verano de 2023, contaban con un formidable recurso, algo así como el botón nuclear de las relaciones laborales, la Gran Renuncia. Es decir, tal y como la definía Anthony Klotz, el economista que acuñó la expresión, la pérdida masiva del miedo a abandonar sus trabajos si no encontraban la manera de hacerlos compatibles con sus prioridades más íntimas y su proyecto vital. Si no se juega con mis reglas, me voy.
Para Christian, llegó a convertirse en una auténtica “revuelta de los trabajadores”, pero acabó siendo sofocada, sin el menor esfuerzo, en cuanto se produjo un enfriamiento del ritmo de las contrataciones. Empresas como Disney, Amazon y KPMG fueron pioneras, ya en el primer semestre del pasado año, en imponer a sus empleados la vuelta masiva al redil. En palabras de Grace Lordan, profesora asociada de Ciencias de la Conducta en la London School of Economics, “los jefes ya estaban recurriendo a estrategias como incentivar el retorno a la oficina con menús gratuitos y sesiones de yoga”, pero las que dieron el paso de exigirlo sin más, “sustituyendo la zanahoria por el palo”, comprobaron que sus empleados ya no estaban tan dispuestos a irse como unos meses antes. Y, como era de esperar, con la oficina han vuelto las servidumbres habituales de la cultura corporativa.
Beatrice Nolan, reportera de Business Insider, considera que “los jefes han recuperado el control”, una vez la espada de Damocles de la Gran Renuncia se ha mostrado impotente en este nuevo clima de repunte del autoritarismo, despidos y auge sostenido de la inteligencia artificial. Un síntoma de este brusco golpe de timón es que en la prensa económica internacional vuelve a abrirse paso un subgénero que dábamos por poco menos que amortizado: las historias de éxito de jefes sin escrúpulos. Es el caso de Wang Chuanfu, el hombre que acaba de arrebatarle a Tesla la corona de primer productor mundial de coches eléctricos. Presidente de BYD, compañía con sede en la ciudad china de Xi’an, y socio, entre otros, de Warren Buffet, Wang se ha convertido, según explican Edward White y Peter Campbell en el Financial Times, en el hombre de moda en las escuelas de negocio por su ímpetu visionario, “su énfasis en la tecnología, la reducción de costes y el férreo control de la cadena de suministros”, y por su estilo de gestión “firme e inmisericorde”.
Tal y como lo describen, el alto ejecutivo chino vendría a ser tanto un azote como una figura reverenciada por sus empleados. Estos padecen su altísimo nivel de exigencia —”Wang no cree en monsergas como el equilibrio entre trabajo y vida”, asegura en el mismo reportaje el consultor laboral Michael Dunne— y su tendencia a remplazarlos a la primera muestra de flaqueza, como si fuesen “simples robots”. Pero los trabajadores también se contagian, en teoría, de su estajanovista ética laboral. Wang ha sido capaz de competir con Elon Musk porque, siempre según la tesis esbozada en Financial Times, pertenece a su misma estirpe, la de los jefes dispuestos a dormir sobre un jergón roñoso en una esquina de la fábrica si las circunstancias lo exigen y proclives, en consecuencia, a exigir el mismo nivel de implicación y compromiso a la gente que tienen en nómina. Incluso a los que menos cobran.
El epicentro del emporio de berlinas eléctricas de Wang está en un Estado autoritario, la República Popular China. Pero los líderes de la nueva contrarreforma laboral, los que preconizan una vuelta sin paliativos a la lógica del esfuerzo que no se negocia, de los horarios extenuantes, el compromiso fanático y las vidas convertidas en carreras laborales hasta que la última gota de energía ha sido exprimida, siguen proliferando en todas las latitudes. Algunos de ellos incurren en comportamientos de un narcisismo patológico, como los que denuncia Pilita Clark en su artículo La ineludible tiranía de los malos jefes, publicado, de nuevo, en Financial Times.
Clark se centra en un par de casos particularmente grotescos, como el de Steven Yousif, empresario australiano procesado por incurrir en prácticas de “motivación” que podrían considerarse torturas. Y a continuación, aporta un dato llamativo: más de dos tercios de los profesionales estadounidenses aseguran haber padecido en alguna ocasión la tiranía de un jefe “tóxico” y algo más del 31% asegura que lo están sufriendo ahora. En Europa, con un mercado laboral menos dinámico pero, en líneas generales, no tan sensible a la mitología del gran gurú y del líder excepcional que ha exportado Silicon Valley, el porcentaje se reduce al 13%.
En ocasiones, tal y como señala Clark, los peores jefes son los más obsesionados por proyectar una imagen de liderazgo disruptivo. Es el caso, en su opinión, de Ray Dalio, multimillonario fundador de Bridgewater Association, uno de los principales fondos de inversión del planeta. Dalio fascinó no hace mucho a los expertos en gestión empresarial con su cultura de la “transparencia radical”, que consiste en someter a sus empleados a una serie de reuniones multitudinarias en la que se les exhorta de manera agresiva a expresar sus ideas en voz alta, sin filtros. Se da por sentado que los que no están dispuestos a hablar asumen sin matices las directrices básicas de la empresa, recogidas en un argumentario conocido como The Principles. En su libro The Fund, publicado en noviembre de 2023, el periodista Rob Copeland explica cómo esta exigencia de diálogo intenso y horizontal se traduce en un clima de pesadilla, con empleados que sufren ataques de ansiedad tras verse interrogados, presionados o sometidos a escarnio público por un “líder” que necesita ejercer un control autocrático de la empresa que dirige y confunde muy a menudo la franqueza con la crueldad.
Bernat Muniesa, profesor de Pensamiento Político en la Facultad de Historia de la Universidad de Barcelona, dedicaba a sus alumnos un par de frases que apenas han perdido vigencia en los últimos 30 años: “Hablen ustedes con libertad, vamos a fingir que vivimos en una sociedad democrática. Luego saldrán ustedes al mercado laboral y comprobarán hasta qué punto es esa una pretensión ingenua”.
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