Cómo Diane Keaton burló el edadismo y las malas críticas para seguir reinando en el cine a los 77
Con un estilo inconfundible y una libertad inaudita en la industria (es de las pocas estrellas que apoyan a Woody Allen), la actriz acumula proyectos y estrena una cinta sobre enamorarse más allá de la jubilación
Diane Keaton (Los Ángeles, 77 años) afirma que consiguió el papel de Kay Adams en El Padrino por ser una “chalada”. Más de cincuenta años después sigue siendo la excéntrica favorita de Hollywood. Una rareza en la industria. Mientras otras estrellas siguen la moda, ella es la moda. Desde que apareció en Annie Hall (1977) con sombrero hongo, corbata y pantalones anchos, todas las temporadas alguna celebridad imita su estilo. Habla sin tapujos de su desprecio por la cirugía plástica y de sus problemas con la bulimia. También de sus relaciones con estrellas como Woody Allen, Warren Beatty o Al Pacino y su renuencia al matrimonio: “Creo que soy la única mujer de mi generación que no se ha casado”. No lo es, pero sí es una de las actrices con más títulos en la lista de mejores películas que elabora el prestigioso American Film Institute, aunque desde hace años es habitual verla en subproductos que no están a la altura de su talento.
Está en una edad en la que el tópico afirma que las mujeres son invisibles para la industria, pero sus cinco proyectos en preproducción lo rebaten. En abril estrenó Sí, quiero... o no junto a Susan Sarandon y Richard Gere y este viernes ha llegado a los cines Book club: ahora Italia, segunda parte de la película que hace cuatro años protagonizó junto a Jane Fonda, Candice Bergen y Mary Steenburgen, una comedia sin pretensiones que se convirtió en un éxito inesperado (con un presupuesto de diez millones, recaudó noventa). “En una industria que define al público maduro como cualquier persona con edad suficiente para votar, una película centrada enteramente en mujeres de más de 65 años (una comedia sexual, nada menos) parece una especie de pequeño milagro de Hollywood”, dijo Entertainment Weekly. Su secuela contiene los mismos ingredientes y añade hermosos paisajes italianos y prosecco. Nadie pide más.
O casi nadie. Hay quien mete a Keaton en el mismo cajón que a Robert de Niro, cuya carrera parece más centrada en ganar dinero que prestigio. “¿En qué gasta el dinero este tipo?”, se preguntaba Anjelica Huston en una demoledora conversación con Vulture en la que afirmaba sentirse decepcionada por el tipo de películas que algunas personas que admiraba estaban dispuestas a hacer. “Yo busco películas que me impresionen de alguna manera”, expresó, “que no sean excusas humillantes en plan una banda de animadoras que vuelve a reunirse por un último hurra”.
No era un ejemplo al azar. Días después (corría 2019) Keaton estrenaba Mejor que nunca, cuyo argumento era exactamente ese: dos septuagenarias se reúnen para montar de nuevo su antigua banda de animadoras. Keaton no hizo acuse de recibo, pero otra de las animadoras, Jacki Weaver, no fue tan elegante. “Que le jodan”, fue su respuesta. El incidente proporcionó a la película una promoción gratuita e inesperada y demostró que no hay edad para el salseo. No parece que a Keaton le afecten demasiado las críticas. No se toma a sí misma y a su talento muy en serio. “No soy Meryl Streep”, solía decir a la realizadora Zara Hayes cuando la dirigía en Mejor que nunca.
La pulla de Houston es una rareza. Si atendemos a su cuenta de Instagram que suma casi dos millones de seguidores, Keaton parece suscitar solo halagos. Nadie la adora más que Woody Allen. “Hay gente que ilumina una sala, ella ilumina todo un bulevar”, escribió en A propósito de nada. La llama su Estrella del Norte y es la persona a la que recurre cuando tiene dudas sobre su material porque sabe que tiene criterio propio.
“Woody se acostumbró a mí, no pudo evitarlo: le encantaban las neuróticas”, escribió en sus memorias Ahora y siempre. Él la seleccionó para su primer papel importante, la versión teatral de Sueños de un seductor (1972). Se enamoraron durante los ensayos. La relación sentimental no duró, pero la amistad sí. La dirigió en siete ocasiones y el cénit de su carrera llegó con Annie Hall, un homenaje nada disimulado a la actriz (de hecho el apellido real de Keaton es Hall). Gracias a ese título ganó el Oscar y definió su imagen con esos estilismos inconfundibles que hacen las delicias de las revistas de moda, aunque, para Allen, “es como si su personal shopper fuera Buñuel”. La última colaboración entre ambos llegó tras el traumático final de la relación de Allen y Mia Farrow. El rodaje de Misterioso asesinato en Manhattan (1993) era inminente, Allen la llamó y la actriz cogió inmediatamente un avión desde Los Ángeles y se plantó en Nueva York, a pesar de que Farrow, que tan sólo unos dias antes había acusado a Allen de abuso infantil, insistía en protagonizar la película.
Cuando el #metoo reavivó el interés por un caso que llenó portadas a principios de los noventa, Keaton fue de las pocas estrellas que se mantuvo leal a Allen. Mientras actores como Timothée Chalamet, Kate Winslet o Greta Gerwig, que trabajaron con él después de que se conociesen las acusaciones, se apresuraron a marcar distancia con el director presionados por las redes sociales, ella fue tajante. “Woody Allen es mi amigo y creo en él”.
Woody Allen is my friend and I continue to believe him. It might be of interest to take a look at the 60 Minute interview from 1992 and see what you think. https://t.co/QVQIUxImB1
— Diane Keaton (@Diane_Keaton) January 29, 2018
Que su amistad lo resiste todo lo evidencia que sobreviviese a que el director, tras salir con ella, saliese también con sus dos hermanas. “Hay buenos genes en esa familia”, escribió el director.
Allen la consagró como actriz cómica, pero Keaton es mucho más. Pocas semanas antes del estreno de la adaptación cinematográfica de Sueños de un seductor el público la había descubierto como la sufriente Kay Adams de El padrino, un debut esplendoroso que la actriz todavía no se explica. Por entonces ella tenía un perfil naif y divertido, pero acudió a la audición por indicación de su agente. Coppola pensó que podría darle chispa al personaje porque era “excéntrica y rara”. Confiesa que basó su interpretación en lo aislada que se sentía en un plató en el que sólo había hombres. Al igual que sucedió con Allen, se enamoró de su coprotagonista, Al Pacino, con el que mantuvo una relación intermitente. “Al nunca fue mío. Pasé veinte años perdiendo a un hombre que nunca tuve”.
La situación volvió a repetirse con Warren Beatty, su director y coprotagonista en Rojos (1981), aunque afirma que “no estaba enamorada de Beatty, quería ser Beatty”. En su ruptura influyó la dureza del rodaje de la epopeya de Beatty sobre John Reed y los orígenes del partido comunista en Estados Unidos. Su papel como Louise Bryant, un ama de casa que reniega de su vida acomodada y convencional para trabajar como reportera en la Rusia revolucionaria, es uno de los más brillantes de su carrera. Beatty la había llamado también para protagonizar la exitosa El cielo puede esperar (1978), pero ella prefirió seguir cultivando su perfil dramático en Buscando a Mr. Goodbar (1977), la devastadora historia de una angelical profesora de niños sordos que por la noche recorre los tugurios de su ciudad en busca de sexo esporádico, una de esas películas que golpean a la sociedad de su tiempo y un fenómeno sociológico que convivió en el tiempo con Annie Hall. De repente, la californiana pueblerina que a los veinticinco años barruntaba dejar el cine por falta de confianza en si misma era la estrella más resplandeciente de Hollywood.
Aunque los dramas le han proporcionado los mayores halagos, es la comedia donde se siente más cómoda. En Baby, tú vales mucho (1987) se adelantó al fervor neorrural y a la nueva domesticidad interpretando a una ejecutiva que tras mudarse a un pueblo de Vermont para cuidar a un bebé que le toca en herencia descubre el verdadero sentido de la vida envasando mermelada y enamorándose del adorable y sexi veterinario rural que interpreta Sam Shepard (o sea, la semilla de todos los telefilmes románticos que Antena 3 lleva emitiendo desde hace veinte años). Fue su primera colaboración con la guionista y directora Nancy Meyer, responsable también de los libretos de El padre de la novia y sus secuelas y de la que es por ahora su cuarta y última nominación al Oscar y la película que la devolvió a la lista A después de unos años de sequía, Cuando menos te lo esperas (2003), un éxito de taquilla que recaudó más de doscientos cincuenta millones de dólares en el que interpreta a una escritora cuyo corazón se debate entre Jack Nicholson y Keanu Reeves.
Los rumores aseguraban que Keaton y Reeves habían mantenido una relación durante el rodaje. Ninguno de los dos ha hablado de ello, lo que sí ha confesado la actriz es su devoción por Jack Nicholson cuyos besos la subyugaban. Lo mejor llegó dos años después, cuando recibió un cheque de Nicholson repleto de ceros. El actor le regalaba un porcentaje de su sueldo, dado que ella había cobrado mucho menos que él a pesar de que ambos tenían el mismo protagonismo. La brecha salarial es una tradición atemporal en Hollywood.
El éxito de la película sorprendió a Keaton. “Nadie me estaba contratando para interpretar a la protagonista de una comedia romántica. Tenía 55 años.”. La sequía previa al éxito le hizo replantearse su carrera, pues en aquel momento ganaba más dinero restaurando y vendiendo casas (Madonna fue una de sus clientas). También escribe libros de arquitectura y diseño y es una excelente fotógrafa. Cuando se conocieron, Warren Beatty le dijo que debería ser directora y le hizo caso. Ha rodado documentales, películas, capítulos de series como Twin Peaks y dirigido varios videoclips de Belinda Carlisle, también ha sido protagonista de vídeos de otros: hace un par de años sorprendió al interpretar a la abuela de Justin Bieber, de quien se declara rendida admiradora en, Ghost.
Keaton sabe que es una mujer atractiva, “no guapa”, según sus propias palabras. A sus 77 años es una de las pocas actrices que no ha sucumbido a la cirugía plástica y considera sus canas y sus arrugas parte de su personalidad. “Mi pensamiento sobre la cirugía plástica es este: no lo he hecho, pero nunca digo nunca”, explicó a The Hollywood Reporter. “Porque cuando lo dices, definitivamente vas a acabar haciéndolo. Dije que nunca tendría relaciones sexuales antes de casarme, y lo hice. Dije que nunca iría a un psiquiatra, y pasé gran parte de mi vida en psicoanálisis. He hecho todo tipo de cosas que dije que no haría y, por supuesto, ahora me alegro”.
Su relación con su físico no ha sido siempre fluida. En su autobiografía reveló que había sufrido bulimia. Sus problemas empezaron mientras formaba parte del musical Hair en Broadway. Después de que la protagonista tuviera que ausentarse, el productor le sugirió que podría sustituirla si adelgazaba. Acudió a un médico que le dio unas pastillas para conseguirlo, pero luego recurrió al vómito. “Tras seis meses librándome de veinte mil calorías diarias me volví hipoglucémica. Tenía acidez gástrica, indigestión, menstruaciones irregulares e hipertensión. El dolor de garganta me martirizaba”, explicó en sus memorias. Se atiborraba de laxantes y su dentista le encontró veintisiete caries. “Pero lo peor fueron los efectos psicológicos. Me aislé cada vez más. No pensaba en las amistades. Era incapaz de reconocer la vergüenza. Estaba muy ocupada haciendo caso omiso de la realidad”.
Afirma llevar décadas sin tener una cita. A los cincuenta años decidió afrontar la maternidad en solitario y adoptó dos niños, Dexter y Duke. Una vez independizados, su compañía es su adorado labrador Reggie. Su agenda sigue repleta de proyectos. La hiperactividad tal vez sea el secreto de perenne entusiasmo. Y también la autoestima. En su último cumpleaños publicó un mensaje en Instagram que es todo un manual de autoayuda en sí mismo: “¡Feliz cumpleaños al amor de mi vida…yo!”.
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