¿Poner muchos ‘me gusta’ es “de viejos”? Cómo se usa el botón más influyente en 2025
El caso de Iker Castillas y su supuesto uso indiscriminado del ‘me gusta’ en las redes ha puesto de nuevo sobre la mesa la etiqueta de esta opción que nació tímidamente hace unos 15 años y ha permeado hasta afectar nuestra vida íntima y laboral, más dependiente que nunca de la aprobación ajena
Hubo un momento en el que el like se convirtió en la unidad mínima de aprobación social. Y no fue hace demasiado. En la primera gran red social masiva, Facebook, no apareció hasta 2009. En YouTube, hasta 2010. Instagram, nacido ese mismo año, lo traía de serie y fue, de hecho, la aplicación que lo elevó a los altares de la aceptación social. Lo suficiente como para que se convirtiese en noticia. En julio de 2016 lo contamos así en ICON: Selena Gomez consigue la foto con más likes en la historia de Instagram. Fueron, entonces, cuatro millones de corazoncitos por una imagen en la que aparece bebiendo un refresco con pajita. Hoy esos cuatro millones hacen pensar en un mundo pequeño: la foto más gustada hoy de la historia de Instagram es de Lionel Messi, lo muestra sujetando la copa del Mundial de Fútbol que Argentina ganó en 2022 y acumula casi 75 millones de likes. Los likes son gratis para el que los da, pero, en la era del capitalismo tardío y la autoexplotación, también un parvo consuelo para quien lo recibe y la posible entrada para un piso si reúne los suficientes y en cantidades de millar.
El like volvió esta semana a ser noticia por un asunto frívolo: al parecer, han observado los internautas y cotillas profesionales, el futbolista Iker Casillas pondría demasiados. Un ejemplo divertido y comentado: ha dado un me gusta tanto a Irene Montero como a Isabel Díaz Ayuso. Algunos analistas afirman que al poner likes a muchas mujeres Casillas protege su intimidad y despista a los buscadores profesionales de interacciones de famosos en las redes. Los memes se han vuelto constantes y evidencian no solo la mala uva del español a la hora de analizar la actualidad, sino que existe cierta brecha generacional en el like: los jóvenes piensan que los adultos lo utilizan... demasiado. Hemos hablado con diferentes rangos de edad del entorno más cercano a la redacción para comprobarlo.
El like era, al principio, una especie de síntoma de vagancia. Una forma de aprobar el contenido que había subido otro sin tener que comentárselo. Un like servía para demostrar que habías visto la foto de un amigo y que te había gustado, pero tal vez no lo suficiente como para escribirle “¡bonito paisaje!”. También creó a ansiosos monitorizadores del me gusta que recuerdan quién les da uno y quién no y apuntan su nombre. Como ha ocurrido con todo lo demás, desarrolló su propio lenguaje y sus propias corrientes subterráneas de significación: en 2019 Instagram anunció que permitiría la opción de ocultar el número de likes a los usuarios que así lo quisieran, en un intento de acabar con las ansias desmedidas de popularidad y la angustia por el número de likes obtenidos entre los usuarios más jóvenes (en 2025, mano a mano con la ultraderecha trumpista, a Mark Zuckerberg la angustia juvenil ha pasado a importarle un pimiento).
Paradójicamente, no mucho después, en 2022, los likes llegaban a lo privado: uno podía poner un simple corazoncito a un story, o sea, a esos contenidos efímeros que duran 24 horas en la plataforma. Pero para entonces también llevaban tiempo en lo público, en el mundo tangible: están en los botoncitos de satisfacción con los que puntuar a quien nos cobra en un gran centro comercial, en las peticiones en bajito de los camareros para que les dejes una buena puntuación en aplicaciones de reseñas hosteleras (”así lo ve mi jefe”) o los algoritmos que deciden si eres un trabajador más o menos apto según lo rápido que hayas llevado una pizza desde el restaurante hasta un apartamento en un día de lluvia. El símbolo del corazoncito nos ha dejado, en realidad, un mundo en el que más bien mandan las vísceras.
Pero yo quiero a todo el mundo
En una dictadura, aunque sea de corazoncitos, cualquiera desarrolla un sentido de alerta, y así todo usuario de Instagram (u otras redes en las que el like domine el índice de aceptación de los contenidos) ha desarrollado una especie de intuición sobre lo que funciona o no. Un selfi, una foto con poca ropa, retratos familiares o cualquier cosa donde salga un bebé son apuestas seguras para doblar el número habitual de me gustas. ¿Mucho texto y una foto en la que no aparece nadie? Agonía digital. También hemos aprendido a catalogar a nuestros contactos por tipologías según su generosidad o sentido de la oportunidad a la hora de dejarnos un corazón rojo. Y tenemos claras nuestras propias reglas a la hora de repartirlos.
Ni de izquierdas ni de derechas, Iker Casillas. pic.twitter.com/ALuMKLfril
— Vinnikun (@Vinnikun) February 3, 2025
Aunque pueda parecer que Instagram se ha quedado como una red social para treintañeros, teniendo en cuenta el advenimiento arrasador de TikTok y sus adolescentes bailantes, los usuarios de entre 18 y 24 años (la edad mínima que exige la plataforma es 13) siguen siendo mayoría en la demografía de la red (un 31,7% en 2024), superando por poco a los usuarios entre 25 y 34 (30,6%, todo según datos de Statista). El periodista Lucas Barquero, de 24 años, confirma esa teoría generalizada de que el like es un gesto más propio del usuario maduro de las redes. “Doy muy pocos likes a los reels y las publicaciones. Antes había una obsesión general y andabas como loco dándole me gusta a todo para que te los devolviesen. Ahora los reservo para lo que verdaderamente me parece interesante”.
Barquero alude, precisamente, a la edad para diferenciar entre qué intención tras cada me gusta que recibe. “Muchas veces me han dado like a fotos antiguas y he pensado que querían ligar, pero luego me he dado cuenta de que era mi tía abuela y que para ella era una manera de comunicar que había descubierto una publicación de hace años y le había gustado. En general yo creo que ahora lo que más se utiliza para ligar es el like a la historia. Es tan ambiguo que puede significar casi para cualquier cosa y creo que por eso es perfecto. El like activista, en cambio, hay que buscarlo más que encontrártelo. Entras en una cuenta de tal o cual partido o asociación y miras a quien le ha gustado la última publicación. Sirve para cualquier estudio sociológico que quieras hacer, también con actores o cantantes.”
De hecho, el like funciona a veces para levantar suspicacias: no solo si tal figura pública da me gusta a tal contenido de tal ideología, que sirve para catalogarlo inmediatamente dentro de ella, sino entre grupos de amigos en el que un like a la persona incorrecta puede meter a alguien en problemas. Si (pongamos) Pedro hace público un mensaje y (pongamos) Luis se lo afea, el like a “Luis” será un apoyo absoluto y una declaración de guerra contra Pedro. No solo en la red: también en el bar, la próxima vez que los implicados se encuentren.
Barquero señala también un like con cierto espíritu pasivo-agresivo: “El like al mensaje directo, en apariencia inofensivo pero que puede ser demoledor porque pretende enterrar de golpe toda una conversación”. O sea, un: me gusta lo que has dicho, pero no lo suficiente como para seguir hablándote. Lo que en la vida real sería una media sonrisa antes de que el interlocutor se gire y hable con otro invitado a la fiesta. “La ambigüedad que desata es insoportable, especialmente en los cortejos románticos”, continúa Barquero. “Pero es importante no confundir el like a un mensaje directo con el like al comentario de una publicación. Los segundos son mucho más raros y por lo tanto mucho más reconfortantes. Se reservan para destacar los comentarios más ingeniosos y provocan efecto llamada. El propietario de la publicación comentada suele recompensar con este tipo de like a los usuarios que más cercanos. ¿Traducción? He visto que me has dejado un comentario y demuestro que me hace ilusión posando un minúsculo corazón sobre él”.
Menos corazónes y más palabras
Enrique Rey tiene 32 años, es profesor de vela y también colaborador y columnista en EL PAÍS. Para él, “el significado del like es indisoluble de la plataforma en que se dé. Por ejemplo, el like más valioso es el que se da en Facebook. Hice un uso muy intenso de esa plataforma hace años y lo considero un reconocimiento de ingenio, conlleva cierto peso intelectual y lo que premia es el discurso. El like de X, por ejemplo, no me interesa nada y me parece casi una ofensa frente al retuit. Y el like de Instagram, que es al fin y al cabo una plataforma de imágenes, supongo que es el like más cargado de intenciones directas y eróticas”.
“Yo soy muy generoso con los likes”, prosigue. “El que más regalo es a la gente que me cae bien en publicaciones de lo más cotidianas. Ahí no me fijo tanto en que la publicación me guste, sino en el hecho de que esa persona ha aguantado la rutina y la miseria vital y sigue viva un día más. Por ejemplo, ¿sube un plato de pasta? Pues le doy like aunque no me guste ese plato. Es mi forma de decirle: tío, has tenido fuerzas para cocinar. Eres un máquina. Y si alguien sube una foto yendo al trabajo, mi like le dirá: has podido levantarte de la cama. Eso ya es mucho”.
Todo esto deja una pregunta en el aire: ¿qué hacen los usuarios como Rey, tan generosos con el uso del corazón en redes, cuando algo le ha gustado-gustado de verdad? “El like en sí está desnaturalizado, así que cuando una publicación verdaderamente me gusta y me parece divertida o ingeniosa creo que debe acompañarse de un comentario en el que se deje claro que te ha gustado”.
El altruismo de un ‘me gusta’
Raquel Peláez tiene 46 años, es autora del ensayo Quiero y no puedo. Una historia de los pijos en España (Blackie Books) y subdirectora de S Moda. Y regala un like “a cualquiera que suba un selfi y no me caiga mal. Lo considero una acción altruista. También a los chistes que me hacen reír, a muebles, pinturas, dibujos o memes bonitos de superación personal y filosofía para entrenar a mi algoritmo y a la gente que dice algo que me parece brillante, para que sepan que me lo ha parecido”. Respecto al like de tanteo reservado a la posibilidad de un ligue, no lo practica tanto. “Alguna vez lo he hecho con mis casi algos, para que no olviden que ando por ahí. Pero nunca de esa forma en que lo hacen algunos tíos, que si les gustas te entierran en likes de una forma demencialmente obvia y que me ofende un poco”.
Peláez señala al bando contrario: los tacaños de los likes, esos mirones silenciosos que casi se vuelven más presentes que los zalameros por pura psicología inversa: cuando aparece un like suyo es un día de celebración, como cuando uno recibe una muestra de afecto de alguien que jamás la regala. “Te obligan a estar pendiente de qué es lo que subiste esa vez que te dieron un like para intentar averiguar cuál es el secreto para conquistar sus dedos. A esos los aborrezco, pero a la vez me atrapan”.
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