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La paradoja y el estilo
Columna
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Dislexia

¿Existe el pensamiento disléxico? Creo que sí. Y por eso, en mi agradecimiento a ese trastorno o peculiaridad, incluyo mi manera de vestir, mi ojo para lo caro, mi olfato para lo divino y lo efímero. Y mi tacto con lo inolvidable

Columna Boris Izaguirre
La princesa Leonor durante el desfile militar del 12 de octubre, en Madrid.Carlos Alvarez (Getty Images)
Boris Izaguirre

Soy disléxico, un trastorno con el que naces y que te acompaña siempre. Plantea serios problemas de adaptación y en la formación académica, aparte de los más evidentes de orientación y escritura. Escribí sobre ello en mi última novela, Tiempo de tormentas, y durante su promoción me referí a su presencia en mi vida, recordando los ejercicios que hacía con mi madre en Caracas. La memoria de aquellos círculos que jamás llegaba a completar me nubla la mirada de lágrimas. Rememorarlos mientras agradecía el premio a la visibilidad que me fue entregado durante la jornada de los Premios Nacionales de Dislexia, en el Congreso de los Diputados, el pasado miércoles, propició que la emoción irrumpiera en mi agradecimiento.

Allí confirmé que no es fácil hablar en un lugar como el Congreso. La voz se agarrota, probablemente por la solemnidad del espacio, y con el calor del verano que se alarga. Me quedó claro que tengo que ver a los profesionales de la política con un nuevo enfoque. Mantener el tipo, asumir el contexto y proyectar la voz son cosas complicadas, al menos para un principiante disléxico. Aprovecho para felicitar a la reina Letizia por su desenvuelta interpretación de un rap durante un acto para llamar la atención sobre la salud mental. Está claro que ella, más profesional que yo, ensayó. Luchando por contener esas gotas de llanto, pensé en la Reina y me recompuse. Pude lanzar mi mensaje: entender que la dislexia no es un trastorno. En mi vida, es un hallazgo. Porque ha sido una lucha, iniciada con aquellos ejercicios de recuperación con mi madre, y prolongada durante años en los que he afianzado mi sexualidad, cultivado mi pasión por la literatura, el cine o la televisión y pulido las aristas de mi personalidad. Mucho se lo debo a la dislexia. Saber que esa discapacidad es incurable y transformarla en una herramienta es, probablemente, la motivación que necesitaba. ¿Existe el pensamiento disléxico? Creo que sí. Y por eso, en mi agradecimiento a ese trastorno o peculiaridad, incluyo mi manera de vestir, mi ojo para lo caro, mi olfato para lo divino y lo efímero. Y mi tacto con lo inolvidable.

Escribiendo esto, llegué a ver en directo la celebración y la pitada al presidente en funciones durante el desfile militar del 12 de octubre (nunca he entendido, como latinoamericano y nuevo español, la razón militar de este desfile). Llegué precisamente para oír los inolvidables gritos de “que te vote Txapote” dirigidos a Pedro Sánchez, que llegaba después del Rolls-Royce de Franco que traía a los reyes al punto de encuentro. Arbitraria y caprichosa, la dislexia me ha permitido asociar cosas grandes, históricas, con otras pequeñas y olvidables. Inolvidable resultó el desfile de la Fiesta Nacional que este año incluyó los tradicionales gritos incontenibles y la incorporación de la Princesa de Asturias vestida con el uniforme militar. Algo que me hizo pensar en mi esfuerzo para encauzar mi dislexia y en el esfuerzo que hace ¡Hola! para promocionar nuevas generaciones y nuevos contenidos nobiliarios. Como la de esta semana, presentando un desfile, una reunión exclusiva de las mujeres más elegantes del país. En ella destacan Isabelle Junot, Margarita Vargas y Alejandra de Rojas, la más española de las tres, heredera absoluta de la elegancia aristocrática de su madre, y que sientan en el trono de la elegancia de la revista, un guiño divertido después que haya protagonizado otra portada en primavera desmintiendo una noticia falsa que la vinculaba al ADN de la familia real.

Tengo dislexia y también buena memoria. Recuerdo manifestarme en el 2003 en la calle coreando “No a la guerra”. Los que estábamos en esa manifestación nos creíamos un millón. Aquel gobierno sentenció que solo éramos unos miles. Aznar no escuchó lo que decíamos en la calle y apoyó a fondo la guerra de Irak. Mi memoria también es disléxica.

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