Doña Letizia en biquini, la foto más buscada del verano y el último tabú real
Desde Isabel II, las reinas españolas han tenido un papel importante en la construcción del ideario en torno al veraneo: una época para el descanso y el esparcimiento. Sin embargo, nunca han sido proclives a dejarse ver en ropa de baño
Los Borbones fueron pioneros en adoptar la buena costumbre de veranear. A mediados del siglo XIX, Isabel II comenzó a pasar la temporada estival en San Sebastián. Su nuera, María Cristina, retomó ese hábito en el verano de 1887, casi dos años después de enviudar de Alfonso XII. La regente mandó construir en la ciudad vasca el palacio de Miramar, entre las playas de La Concha y Ondarreta, y posicionó el norte peninsular como destino de vacaciones de la nobleza y la burguesía. Victoria Eugenia, esposa de Alfonso XIII, continuó con la tradición, aunque luego impuso sus costumbres inglesas en la vecina Santander. Allí puso de moda el tenis sobre hierba, el Gran Casino Sardinero y los baños de ola o talasoterapia, el uso del agua de mar como agente terapéutico.
Ena, que es como llamaban a la abuela del rey emérito, promovió en España el ideario moderno en torno al veraneo: una época para el descanso y el esparcimiento. En 1918, en pleno período alfonsino, los empleados públicos, militares y maestros españoles consiguieron un derecho fundamental: 15 días libres al año por ley (aunque las vacaciones pagadas para todos los trabajadores no llegaron hasta la Segunda República). Sin embargo, la esposa de Alfonso XIII nunca fue partidaria de prodigarse en bañador. Prefería bajar a la playa del Sardinero con vestido blanco y sombrero.
“Victoria Eugenia, que se crio entre la isla de Wight y el castillo de Windsor, trajo a España el ideal inglés del verano: partidos de polo y tenis, paseos por la playa y baños de ola”, explica a EL PAÍS Ricardo Mateos Sáinz de Medrano, historiador y experto en realeza. “Era más mundana y cosmopolita que sus predecesoras y estaba en sintonía con el estilo belle époque. Bajaba a la playa y fumaba y la criticaban por eso. Pero a la hora del baño, conservaba el pudor”, añade el autor de títulos como Los desconocidos infantes de España, La familia de la reina Sofía o Nobleza obliga. Los Borbones contaban con una caseta real a orillas del mar para que nadie los viera darse un chapuzón, y utilizaban la “máquina de baño”, una suerte de vestidor tirado a caballo que se adentraba en el agua.
Un siglo después, las reinas de España siguen evitando ser vistas o fotografiada en traje de baño. Durante sus veraneos en Mallorca, la Familia Real suele bañarse en las aguas de la isla de Cabrera, un archipiélago balear de 19 islotes que en 1991 fue declarado parque nacional marítimo-terrestre. Su acceso es restringido, lo cual dificulta el trabajo de los paparazis. Sin embargo, la revista ¡Hola! logró publicar en 2007 las primeras imágenes de doña Letizia y doña Sofía en ropa de baño. Eran seis escasas fotografías, poco nítidas y tomadas desde lejos, en las que se podía ver a la entonces Princesa de Asturias tomando el sol con biquini en la cubierta del yate real, el Fortuna, y a su suegra, la reina Sofía, con los tirantes de su bañador color cereza recogidos para evitar las marcas que deja el sol en el escote.
Las fotos, comercializadas entonces por las agencias de noticias Europa Press y Korpa, llevaban la firma de los fotógrafos Antonio Catalán, Raúl Martínez y Antonio Gutiérrez. Se dijo que cobraron entre 200.000 y 300.000 euros por la exclusiva, pero ni las agencias que tramitaron la venta ni los autores llegaron a confirmar la cifra.
“Antes, las reinas no se mostraban en traje de baño por cuestiones religiosas, por pudor o tabú. Ahora simplemente no les gusta salir así porque saben que les van a sacar defectos”, apunta a este periódico Carmen Enríquez, que fue corresponsal de Casa Real para TVE durante casi dos décadas. “Exhibirse con poca ropa las expone mediáticamente y da pie a comentarios y críticas que nada tienen que ver con su papel institucional: si tienen o no celulitis; si han hecho o no gimnasia; si se han operado o no; si tienen la tripa más o menos plana. No quieren someterse a ese análisis, lo cual es comprensible. Además, saben que la Monarquía no está para esos debates”.
En el verano de 2011, doña Letizia volvió a ser fotografiada en traje de baño. Una vez más, en biquini, en aguas de la isla de Cabrera. Una vez más, a bordo del Fortuna y en las páginas de ¡Hola! Pero esta vez las imágenes eran más nítidas. En ellas se podía ver a la aún princesa disfrutando de un día de regatas de la Copa del Rey de Vela, haciendo palmitas con su sobrina, Irene Urdangarin, tomando el aperitivo y nadando. El reportaje también fue vendido por Korpa, aunque en esa ocasión la agencia prefirió no revelar la identidad de sus autores.
“Unas fotos que publicamos desde el respeto y que nos ofrecen escenas poco frecuentes de ver”, rezaba el texto de la revista. Pese al tratamiento “respetuoso”, la Casa del Rey manifestó su malestar. “Conociendo a doña Letizia, se debe haber enfadado mucho. Esas cosas no le gustan nada”, reconoce Carmen Enríquez, que cubrió la vida y actividad institucional en el palacio de la Zarzuela desde 1990 hasta 2007.
“La imagen de doña Letizia en biquini sigue siendo la más buscada del año, la más codiciada. Es el personaje número uno para la prensa rosa, y más ahora que ese sector atraviesa una crisis de personajes”, dice Sandra Aladro, directora de Gtresonline, la agencia de noticias especializada en información del corazón y famosos. “Las fotos de la Reina en su actividad diaria son las que más veces se publican y en más medios, porque caben en todos lados: revistas del corazón y de moda, mensuales femeninos, periódicos, webs. Cualquier cosa que haga despierta un enorme interés en los medios de comunicación”, reconoce Aladro.
Curiosamente, no existe el mismo interés por ver al rey Felipe en bañador. Neus Molina, periodista y profesora de Género y Comunicación en la Universidad Autónoma de Barcelona, lo achaca a que la española sigue siendo una sociedad heteropatriarcal que trata a la mujer como “ciudadana de segunda”. “En el caso de Letizia, la institución de la Monarquía refuerza esto, porque ella es ‘la consorte de’, ‘la mujer de’, y tiene un papel puramente visual. Pese a ser una profesional, no le dan voz o no tiene una voz en consonancia con su formación, cultura, inteligencia o trayectoria”, apunta la investigadora.
Sin embargo, Molina comprende el interés que existe en la prensa y la opinión pública por la imagen de la consorte. “Vivimos en el imperio de las redes sociales, viendo permanentemente a nuestros políticos, cantantes, actores y actrices favoritas en su cotidianeidad. Pero la Monarquía se mantiene al margen de esa dinámica. Los Reyes no se hacen fotos en su vida diaria. Así que una de Letizia en biquini es reseñable”, reconoce Molina. “La gente de a pie solo quiere material para hablar de cosas insustanciales, material fácilmente digerible. Y qué mejor que una mujer de 50 años en bañador”.
“A eso hay que sumarle que vivimos en el país del cotilleo, donde la crítica al otro forma parte de la cultura popular. El problema es que siempre criticamos a las mujeres. Ahora, con las redes sociales, esa crítica se ejerce con más violencia, porque se puede interactuar con la persona en cuestión desde el anonimato. En el caso de la Reina, supongo que intentan protegerla de eso”, concluye Neus Molina.
El secretismo en torno a los cuerpos reales se extiende al resto de casas europeas. La reina de Inglaterra, por ejemplo, acaba de cumplir 70 años en el trono y nunca se ha dejado fotografiar en ropa de baño. En 2019, las instantáneas de su hijo mayor, el príncipe Carlos, dándose un chapuzón en Barbados dieron la vuelta al mundo. Su abogado envió una carta a los medios de comunicación subrayando el “razonable derecho a la privacidad” del heredero al trono británico. Por su parte, Lady Di dejó imágenes memorables: con un traje de baño animal print en las Islas Vírgenes, en 1990; o surcando las aguas de Portofino (Italia) sentada pensativa sobre la punta del trampolín de un yate, en agosto de 1997. Cuando se publicaron esas fotos, todos repararon en su traje de baño azul eléctrico y su figura atlética, pero pocos se fijaron en su mirada melancólica. Ese fue su último verano.
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