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Trece aperitivos
Una conclusión: aunque está todo para chuparse los dedos, la OTAN está fuertemente armada contra lo vegano
Trece, ese número con mala fama, fueron los aperitivos diseñados por el chef Paco Roncero para la cena de gala en el Palacio Real que por iniciativa de la Zarzuela dio el pistoletazo de salida a la cita de la OTAN en Madrid. La elección del número fue uno de los mensajes ocultos de la cumbre. Como el mundo está del revés, exorcicemos los peligros, invocándolos. Cambiemos el discurso. Lo que antes era fatídico, ahora podría ser aliado.
Imagino que los 13 aperitivos se sirvieron a manera de finger food, como se estila ahora. Y que su servicio acompañó a los dignatarios a disfrutar del Palacio Real, uno de los mejores edificios monumentales que tenemos en la capital. El listado de los 13 aperitivos quedará ya como un auténtico logro de la cumbre como reto gastronómico y merece una digestión detallada. Comenzó con una aceituna esférica, esa oda al origen y a la tecnología. Un ejemplo un tanto redundante de I+D. Siguió con un brioche de atún rojo a la mostaza antigua, una fantasía afrancesada para recordar la base naval de Rota. El ceviche de corvina con leche de tigre recurre al popurrí global de tendencias que impone nuestra condición de madre patria. El airbag de picaña es una forma elaboradísima y explosiva de rebautizar esa bolita de carne que podría ser una deliciosa albóndiga. Bogavante con sopa de aceite y pomelo rosa (un guiño al Orgullo LGTBI). Tortilla de camarones (otro guiño a Sanlúcar y Cádiz, que tanto hicieron por el descubrimiento de América). La sardina marinada con salsa de romesco, un acierto, ya que este pescado por San Juan está en su mejor momento. Taco de ternera glaseada, una caricia chic al momento polémico que vive la industria cárnica. Gilda de salmón, un gesto de cariño de Madrid a Oslo, ¡no olvidemos su petróleo y su gas! Kikos con guacamole, porque muchos jefes de Estado son también padres de familia. Y, último, pero no menos importante, buñuelos de bacalao. Porque Portugal, tan lejos pero tan cerca, también existe.
Una conclusión: aunque está todo para chuparse los dedos, la OTAN está fuertemente armada contra lo vegano. Y esa estrategia también se evidenció en la otra cena, en el Museo del Prado, propuesta por la Moncloa e ideada por José Andrés: espaldita de cordero cocinada a baja temperatura con puré de limón. Aunque muchos lo ven como respuesta a la merluza servida en el Palacio Real, se constata la total dependencia de la proteína animal entre nuestros mejores cocineros.
Mientras el mundo se tambalea y se recompone, Madrid y España se refuerzan a nivel internacional. Gracias también a la presencia de los viriles y atractivos hermanos Vitali y Wladimir Klitschko. Vitali, que es alcalde de Kiev, declaró en cuanto pudo que “necesitamos más armamento defensivo”, aunque ellos, exboxeadores, salta a la vista que no lo necesitan. Entre mis amistades se hizo casi unánime la petición de que se queden en Madrid hasta la semana próxima para reforzar el Orgullo y difundir su mensaje con su armamento y sus mandíbulas de acero.
El punto negro, la derrota, fue recibir la noticia de que Jerry Hall y Rupert Murdoch se han separado. Como Murdoch es tan polémico como poderoso, toda la prensa mundial va con pies de plomo. Según Isabel, mi amiga coruñesa, hacían buena pareja. Ella, con toda su gloria de supermodelo, estrella de Studio 54, novia de Bryan Ferry y esposa de Mick Jagger. Él, un agresivo mogul de la comunicación trumpista, consiguieron festejar los 90 años de Rupert en el célebre Tavern on the Green, en Nueva York. Una imponente velada que muchos compararon a una secuencia de Succession, la serie de HBO inspirada en la familia de Murdoch. Es seguro que, aunque en esa cumbre no presentaron 13 aperitivos, algo les indigestó.
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