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Ana Obregón por fin es Ana

Con ella todavía en duelo despediremos un año de luto colectivo y recibiremos con las doce uvas nuestras renovadas ansias de resurrección

Ana Obregon, en la presentación de la programación navideña de RTVE en diciembre de 2020.
Ana Obregon, en la presentación de la programación navideña de RTVE en diciembre de 2020.Sergio R. Moreno (GTRES)
Jesús Ruiz Mantilla

Existe un bucle siniestro en la feria de la fama… La idea de un paraíso infernal en que, una vez atrapado, nadie escapa. Flashes, sonrisas, posados, dietas, bótox, bodas, bautizos y entierros: la vida íntima expuesta con cámaras donde cada uno no querríamos vernos ni a nosotros mismos. Y lo peor es que se sabe y aun así, lo eligen.

La vida de Ana Obregón ha ascendido, caído, rodado y se ha mantenido en pos de ese destino desde que salió del cuarto en que sus hermanos la llamaban “Antoñita la fantástica”. Lo malo es a quien arrastras con ello: su hijo Aless fue ejemplo de eso. Las lágrimas que su madre dice verter cada día desde que muriera víctima de un cáncer el pasado mayo llevan el signo del dolor por esa antinatura que supone perder a un hijo y, al tiempo, el arrepentimiento por haberlo expuesto.

Pero esto último no es nuevo: lo confiesa ella en Así soy yo (Planeta), su autobiografía. Lo hace nada más empezar el libro que compuso escarbando en las notas de sus 28 cuadernos escritos a modo de diario desde la adolescencia. “La decisión que tomó Aless de estudiar en una universidad norteamericana, entre otras cosas para huir del circo que me rodea, ha sido tan dolorosa para mí como darme cuenta de que todo lo que he luchado en la vida me ha separado de él”. Lo del circo, además, el chaval lo vivía por partida doble. Era hijo de Alessandro Lecquio, otro profesional del medio, en este caso, con más cachaza.

Aun así, Ana Obregón se va sobreponiendo, pese a haber muerto en vida, como ella misma admite. Y este 31 de diciembre despide el año junto a Anne Igartiburu en La 1 de TVE. Su luto de seis meses acaba para el circo. Pero, tras el duelo, ¿habrá logrado Ana Obregón ser, como ella misma reivindica en sus memorias, simplemente Ana?

Contemos con que al principio hubo ilusión. La chica que abandonó la Biología y una tendencia a la filogenética por aquellas sensaciones que de niña le daba bailar El lago de los cisnes optó más por esto último. Pese a haber sacado la carrera como segunda de su promoción escogió los platós y quiso intentarlo a lo grande.

En la maleta que se hizo con veintipocos años para aterrizar en Los Ángeles llevaba el teléfono de Robert de Niro y la dirección de Steven Spielberg en la cartera. A este último, al menos, le cocinó una paella: hay fotos que prueban lo que muchos consideraron un invento de Antoñita la fantástica. De España salió con el corazón roto, cuenta, “por cortesía de Miguel Bosé”. El baloncestista Fernando Martín le hizo un remiendo duradero. Pero el que fuera amor de su vida, ha confesado ella más de una vez, también murió trágicamente antes de tiempo en un accidente de coche.

Después continuó la lista, como Obregón relata: “Me han dedicado goles, canastas, canciones y cuernos. Hay solamente una Ana dentro de muchas Anas. Pero la que bailó un vals con el príncipe de ojos azules heredero al trono de Mónaco es la misma que salió con un stripper porque no importa cuántas Anas haya, a mi corazón nunca le importó quién eres sino cómo eres”.

Sus romances han ido siempre de la mano con su carrera como actriz y presentadora. Pero en eso con menos cambios: siempre se interpretó a sí misma. No hablamos de una actriz del método. Pero a juzgar por el tirón que ya dura cuatro décadas, ha bordado su papel. Para bien —por fama y dinero— y para mal —por sobreexposición y daños colaterales en la familia— han definido su carrera los focos. Quizás en California no sacó gran cosa del mundo del espectáculo a lo grande pero aprendió a surfear una etapa que comenzaba a surgir en la farándula celtibérica. A juzgar por como ella se ha mantenido en el ranking, no figura precisamente entre los juguetes rotos, sino entre aquellas figuras que no se queman con tres fogonazos.

Dentro de esa confusión entre realidad de infidelidades y ficción de romances, protagonizó un hito que muchas comedias de enredo ya quisieran para sí. En el escándalo del trío Ana Obregón-conde Lecquio-Antonia Dell’Atte ella interpretó uno de los mejores papeles de su vida. Y ahí sigue en la memoria de todos, incluso con la reconciliación pública de las dos mujeres en MasterChef. Todo un momentazo.

Los tres son incombustibles. Desde entonces no se ha descolgado de ese género. Pero aquello marcó la vida de su hijo. Aless detestaba todo el circo y quiso huir en busca de una vida normal, dedicada al estudio, alejada radicalmente de vanidades y frivolidades. Justo lo contrario a lo que ocurre con otros clanes. Y todo eso, quizás, haya servido de ejemplo a su madre para que de una vez por todas, Ana Obregón, la diva que se hace querer en su papel a veces de tonta muy lista, haya conseguido al fin convertirse, de verdad y sencillamente, en Ana.

Ese capítulo queda para 2021. Con ella todavía en duelo, transfigurada en médium por una pérdida emitida durante estos meses en directo, sin que muchos renunciaran con ello a la carnaza de lujo, despediremos un año de luto colectivo y recibiremos con las doce uvas nuestras renovadas ansias de resurrección.

Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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