El indiscreto diario de la esposa de un exdiputado agita las aguas del Partido Conservador británico
El libro de Sasha Swire se convierte en el fenómeno editorial del otoño
La sensación editorial, que no literaria, del otoño británico reúne la deliciosa altivez de Violet Crawley, la condesa viuda de Downton Abbey, la chabacanería de la serie de humor Little Britain, y el morbo que desata cualquier ajuste de cuentas político. Diary of an MP’s Wife (Diario de la mujer de un diputado) ha sido la herramienta de Sasha Swire, esposa del ex secretario de Estado, Hugo Swire, para ventilar la frustración por la carrera política truncada de su cónyuge. Y agenciarse de paso con una suma astronómica que la editorial, Little, Brown, se ha negado a desvelar. Ella es hija de sir John Nott, educado en Cambridge, diputado conservador y ministro de Defensa con Margaret Thatcher (al frente de la Guerra de las Malvinas), y de la anglo-eslovena Miloska Nott. Él fue alumno del elitista colegio de Eton, diputado conservador hasta finales del 2019 y secretario de Estado para Irlanda del Norte y más tarde de Exteriores en los Gobiernos de su amigo, David Cameron.
Time to out myself on Twitter. Why? I’ve got a book coming out about my life in the thick of it. pic.twitter.com/kwWkq6lbhG
— Sasha Swire (@SashaSwire) July 31, 2020
Hugo y Sasha formaron parte, durante los dos mandatos del ex primer ministro conservador, del círculo íntimo conocido como el Grupo de Notting Hill. David Cameron, George Osborne, Michael Gove, Hugo Swire, y a cierta distancia, Boris Johnson, combinaban la altanería de la clase alta británica con ciertas pretensiones de reforma social y el aire de modernidad y juventud que simbolizaba el barrio londinense donde vivían. Fines de semana juntos, en parejas y con sus niños, mezclaban política, cotilleos, alcohol y amagos de flirteos infieles. Sin saber que Sasha, metódicamente, recopilaba cada noche en su diario (dos décadas de anotaciones minuciosas) los detalles más relevantes. Con el sabor añadido de ser escritos por quien ha sido educada para juzgar a todos los que le rodean desde una superioridad de clase irritante pero inocente a la vez. Y formar parte de esa clase alta británica con derecho a opinar de todo y de todos para la que la vida en la campiña es un estrato social superior.
“Vamos a dar un largo paseo con un montón de escoltas detrás de nosotros. En un momento concreto, por el camino de la costa, [David Cameron] me pide que no camine delante de él. ¿Por qué?, le pregunto. Y me dice: porque ese perfume que llevas está afectando a mis feromonas. Me dan ganas de agarrarte, empujarte a eso arbustos y echarte un polvo”. Swire no se reprime a la hora de anotarlo todo en su diario, que entregó a la editorial sin tocar una coma para que eligieran a su gusto. Aunque el siguiente párrafo demuestra que sus palabras no son tanto una denuncia íntima como la descripción natural de un mundo en el que se desenvuelve como la seda. “Esto no es un primer ministro flirteando. Es probablemente lascivia. Pero, qué demonios, estoy tan necesitada de atención masculina a mi edad que me hace sonreír. Todavía hay esperanza, al parecer”, escribe.
El diario The Times ha publicado ya tres capítulos del libro, que saldrá a la venta el 24 de septiembre, y una entrevista con la autora, en la que se deja fotografiar en su cama, con una cabecera rococó, gafas de lectura en la mano, el MacBook entreabierto, un ejemplar del diario sobre la colcha y en la mesilla, estratégicamente colocado, el libro de los Diarios de Alan Clark, el miembro del Gobierno de Thatcher que escandalizó y sedujo por igual con sus memorias a los políticos de una generación.
Swire no deja títere con cabeza. Al ambicioso George Osborne, exministro de Economía, le retrata como un arribista sin escrúpulos. Samantha, la esposa de Cameron, sueña con ser diseñadora y no soporta la vida en Downing Street. “David pronuncia su discurso de dimisión [después de perder el referéndum del Brexit, en 2016]. Samantha es un mar de lágrimas (después me contaría que no pensó que podía salir a su lado si no se bebía antes un enorme negroni. Cuando regresaron caminando hacia la puerta, David se apartó de su aliento empapado en ginebra)”, describe. A la mujer de Michael Gove, el actual jefe de Gabinete de Boris Johnson y ministro de Educación con Cameron, la presenta como una matrona desesperada por agradar a los Cameron, “preparando de modo atropellado toda la comida mientras Samantha está arriba, aprendiendo a cortar patrones (quiere montar un negocio de moda). ¡Y luego pidió que le peinaran! Cuando bajó a su propia fiesta se mostró perfectamente relajada mientras Sarah Gove no dejaba de sacar platos de tarta de pescado”.
Aún llega a tiempo, en el recuento de sus diarios, para describir los primeros días de Boris Johnson como primer ministro. “Boris es un buen compañero de mesa. Descarado. Frívolo. Entusiasta. Pomposo. Locuaz. Enérgico. Nos reímos un buen rato”, describe Swire una cena en la que Johnson aparece solo, porque su pareja, Carry Symonds, se ha escapado a Grecia. “Boris se lo está pasando bien y no quiere regresar a su apartamento vacío, donde permanecerá despierto toda la noche porque sabe lo que tiene por delante (...) Con toda su vida interior, con esa joven y caliente víbora que se ha echado, con su agilidad mental... parece al final simplemente alguien desesperadamente solo e infeliz”.
Los fragmentos del diario han circulado como la pólvora por Whitehall y Westminster, los corredores londinenses del poder. Para algunos conservadores que lo han leído minuciosamente, son una larga nota de suicidio social. Para la prensa, un jardín de las delicias del que refugiarse del Brexit y la pandemia de cada día. Para David Cameron, una sensación de vergüenza incomprensible. Asegura que no recuerda el episodio del perfume, el paseo, el arbusto y su lascivia incontrolada. Para Sasha Swire, la deliciosa oportunidad de regresar al candelero, vengar las escasas oportunidades de ascender en el escalafón político que el ex primer ministro ofreció a su brillante marido, y hacerse con una buena suma de dinero. Y con la conciencia tranquila que supone pertenecer a una clase en la que, hasta las cuchilladas, se digieren con una pizca de sal.
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