La pizza y ocho motivos más para viajar a Nápoles
¿Cómo es posible que Nápoles no sea un destino turístico de primera magnitud? Impresionado por sus muchos atractivos, me estuve haciendo esta pregunta los cinco días que pasé en la capital del sur de Italia a principios de este mes. Supongo que su fama de caótica -que lo es-, sucia -que no lo es tanto, aunque un poco más de civismo y una introducción masiva de botes de spray en rectos de grafiteros no le vendría mal- y peligrosa -no más que otras capitales europeas si tienes un poco de sentido común- le precede, y por eso no atrae como Roma, Florencia o Venecia. Lo que no deja de ser una suerte para el viajero: puedes disfrutar de una ciudad fantástica con un montón de cosas para ver sin enfrentarte a las hordas que inundan sus primas del norte.
Nápoles mola por sus palacios, sus tropecientas iglesias, su apabullante patrimonio artístico, sus fantásticos barrios y su bulliciosa vida callejera. Pero para un tragaldabas como yo, mola sobre todo porque es uno de los lugares donde mejor se come de Italia, o lo que viene a ser lo mismo, del mundo. Sólo por haber inventado la pizza ya merecería una peregrinación en masa de todos aquellos a los que les interesa la comida, pero los encantos gastronómicos de Nápoles no se reducen a su creación más universal. Aquí tenéis unos cuantos motivos sólidos para visitarla, con recomendaciones probadas de lugares donde disfrutar de sus delicias.
La margarita y la marinara
Los ortodoxos sentencian que las únicas variedades verdaderas de la pizza napolitana son la margarita (tomate, mozzarella, albahaca) y la marinera (que NO lleva pescado ni marisco, sino tomate, orégano y ajo). De hecho, en algunas pizzerías son las únicas que se sirven, y cuando las pruebas te das cuenta de que quizá no hagan falta muchos más ingredientes: la sagrada combinación de esa maravillosa masa tostada pero blanda (la pizza napolitana no cruje) con el tomate triturado local y el aceite de oliva ya te da toda la felicidad que mereces.
Las pizzerías que producen la vera pizza napolitana tienen un distintivo bastante feo con la figura de un arlequín, y se supone que cumplen un loquísimo batallón de normas que regulan desde el tamaño de los paquetes de levadura hasta el ph de la masa, pasando por el grosor máximo de la torta (4 milímetros) o el origen del tomate, el aceite y el queso, que siempre deben ser de la región. Por suerte, para saber si estamos ante una pizza al estilo Nápoles no tenemos que llevar encima la regla y el laboratorio portátil de Quimicefa: basta con admirar sus gruesos bordes, la irregularidad causada por las burbujas que forma en la masa la altísima temperatura de los hornos de leña (más de 400 grados) y el centro levemente acuoso.
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