Hacia metodologías activas más democráticas
De la gamificación al aula invertida, es beneficioso integrar estas técnicas en todas las etapas y formar al profesorado para sacarles más partido


Desde hace ya bastantes años, las conocidas como metodologías activas (aprendizaje por proyectos, aprendizaje cooperativo, aula invertida, aprendizaje-servicio, gamificación, etcétera) están cambiando poco a poco la forma de dar clase y de aprender, abriendo camino al enfoque competencial reivindicado por la Lomloe. Sin embargo, como sostiene Pablo Usán Supervía, profesor en la Facultad de Educación de la Universidad de Zaragoza, la implementación en el aula de estas metodologías no se produce por igual en todas las etapas educativas. “Mientras que en Educación Infantil o Primaria se puede observar una aplicación más espontánea por parte del profesorado, en otras etapas como en los últimos cursos de Secundaria, Bachillerato o la Universidad prevalece un enfoque más orientado en la transmisión de contenidos”, sostiene.
Entre las causas de estas diferencias en cursos más avanzados, el profesor destaca la necesidad de cumplir con las exigencias del currículo, la formación del profesorado, la priorización del resultado sobre el proceso y el predominio de docentes rígidos en sus planteamientos que no ven más allá de la clase magistral tradicional, que para Usán Supervía no está reñido con las metodologías activas.
El doctor del departamento de Psicología y Sociología de la Universidad de Zaragoza es experto en gamificación, una metodología que, como se encarga de aclarar, no trata de “jugar por jugar”, o de aplicar puntos por una tarea bien realizada. “Gamificar es diseñar experiencias educativas vinculando los contenidos curriculares impartidos con diferentes mecánicas y componentes de la gamificación como misiones, retos, recompensas, niveles de progreso, puntos o clasificaciones. Todo ello desde una adecuada narrativa que contextualice la tarea didáctica a realizar con el objetivo de conseguir una motivación y adhesión del alumnado a ella que le haga querer aprender desde su iniciativa e interés”, explica.
Como añade Usán Supervía, el juego “es inherente” al ser humano. En ese sentido, considera que la gamificación “ofrece un ambiente de aprendizaje motivador y participativo” en cualquier etapa educativa. “Por mi experiencia, diría que el alumnado universitario se lo toma con tanta motivación como el alumnado de Primaria. Todo depende de crear ese sistema gamificado que sirva para engancharles en función de los contenidos que tienen que aprender”, concluye.
Aprendizaje cooperativo
Esta es, junto al aprendizaje por proyectos, una de las metodologías activas más utilizadas. Su objetivo es fomentar el aprendizaje a través de la interacción de estos con sus iguales. “De esta manera conseguimos un aprendizaje más profundo, una mayor participación en el aula y que el alumno no se convierta en un agente pasivo durante el aprendizaje”, señala Marcos Ordiales, profesor de Educación Primaria en el colegio Corazón de María, de Gijón.
Para el experto, este sistema ofrece al alumno la posibilidad de desarrollar “una gran cantidad de competencias”: desde la lingüística hasta la social, pasando por la emprendedora, la ciudadana o el aprender a aprender. “Hacemos que el alumno se acerque más a la vida que se va a encontrar una vez que salga fuera del sistema educativo, donde va a tener que relacionarse con gente, negociar, ser empático, trabajar en equipo… Habilidades todas ellas que, si no se trabajan en el aula, no se aprenden de manera genética”, reflexiona.
La aplicación del aprendizaje cooperativo en el aula, añade Ordiales, depende en gran medida del conocimiento o habilidad que se quiera trabajar. “Es inútil trabajar las sumas con alumnos mayores de manera cooperativa porque se supone que ya las dominan. En cambio, si hablamos de un reto más complejo, podemos optar por hacerlo en grupo para que les sea más sencilla su solución. Es decir, el tipo de tarea va a condicionar el nivel en que profundicemos en el aprendizaje cooperativo, pero es conveniente integrarlo en nuestra dinámica habitual”, recomienda.
Excepción universitaria
El flipped classroom o clase invertida es una excepción entre las metodologías activas, ya que su desarrollo se circunscribe al ámbito universitario y, a día de hoy, su popularidad sigue siendo mayor a partir de Secundaria. En esencia, esta metodología consiste en anticipar al alumnado la transmisión de la información básica a aprender mediante documentos, podcast y vídeos, para que de esa forma ya lleguen preparados a clase. En su forma más eficaz, sin embargo, “el docente no se limita a enviar información, sino que establece mediante el envío de cuestionarios online mecanismos de comprobación de la preparación estudiantil que le permitirán conocer con antelación las dificultades, necesidades e interés de sus estudiantes”, sostiene Alfredo Prieto, profesor del departamento de Medicina y Especialidades Médicas de la Universidad de Alcalá.
El flipped classroom, apunta el experto, implica un cambio en los hábitos de profesores y alumnos: los primeros tienen que prepararse las clases con antelación y los segundos ya no pueden ir al aula a ver qué pasa. “Los cambios de hábitos de los estudiantes y sus profesores hacen que se preparen mejor para que las clases se conviertan en espacios para la discusión, el diálogo y el aprendizaje en profundidad”, apunta Prieto, que considera que esta metodología ofrece al alumnado “la oportunidad aprender más y mejor, de aumentar su probabilidad de aprobar y de mejorar sus calificaciones en la asignatura a cambio de su esfuerzo preparatorio y participativo”. Esto, a su vez, implica un reto para los docentes, quienes para tener éxito deben “lograr que los estudiantes les sigan el juego y se preparen para las clases y vengan dispuestos a participar en clase”, puntualiza Ordiales.
Muchos desafíos por delante
Los expertos consultados coinciden en señalar varios retos a los que se siguen enfrentando los docentes que apuestan por las metodologías activas. Entre ellos estaría la falta de formación de gran parte del profesorado en la aplicación de las mismas, la falta de tiempo para desarrollar proyectos y de reconocimiento a los mismos, y la presión de las familias, que en muchos casos siguen creyendo en los sistemas tradicionales de enseñanza. “No obstante, la ley es clara en este aspecto y en la medida en que fomente un aprendizaje más competencial no nos queda más remedio que integrar este tipo de metodologías en el aula”, afirma Marcos Ordiales, profesor de Educación Primaria.
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