La malva y la magia de la espontaneidad de una flor con nombre de color
Esta bella planta con propiedades medicinales también cumple una función nutricia para una enormidad de insectos beneficiosos
Hay flores tan populares que incluso dan nombre a un color, y no se sabe si fue primero la planta o la tonalidad. Esta dualidad se encuentra en la lila (Syringa vulgaris) o el azafrán (Crocus sativus), y una rosa rosa (Rosa cv.) resume a la perfección esta polisemia botánica y colorida. La malva (Malva sylvestris) también es parte de este juego. Su nombre parece provenir de tiempos antiguos, de Roma, cuando el mismísimo Plinio el Viejo alabó a esta planta, asegurando que “cualquier persona que tomara una cucharada de malva se salvaría ese día de todas las enfermedades que pudieran surgirle en su camino”.
Hoy tanto la raíz de su nombre originario se mantiene en diversos idiomas —mallow en inglés, malva en italiano, mauve en francés— como también el cariño hacia sus propiedades medicinales. La infusión de sus flores secas confiere al agua caliente una tonalidad malva preciosa, especialmente en los primeros minutos en los que se sumergen sus pétalos. Después, en el líquido habrán dejado un remedio de agradable sabor contra los enfriamientos y todas las afecciones relacionadas con el sistema respiratorio, como faringitis, laringitis y toses varias. Esta propiedad antiinflamatoria de las mucosas proviene de su gran cantidad de mucílago, que actúa como un calmante. De igual forma, la malva se ha utilizado tradicionalmente para curar dolencias de la piel, con cataplasmas hechas con sus flores y con sus hojas, que es uno de los remedios de los andariegos del Camino de Santiago para curar los forúnculos. Esa cataplasma también aliviaría las picaduras de abejas y de avispas, como menciona el médico Dioscórides. Todas estas utilidades de la malva se ven reflejadas en la sabiduría popular de los refranes (“Con un huerto y un malvar, hay medicinas para un hogar”), que recogería el botánico leridano Pius Font i Quer.
La forma de su fruto ha llevado a comparar esta parte de la malva con panes y con quesos. Así, en la provincia de Segovia recibe los apelativos de panetes, panecillos, panecillo de Dios o panecillo de la Virgen, que son algunos de los nombres que resume el Diccionario de etnobotánica segoviana, de Emilio Blanco. Estos frutos son comestibles, y se convirtieron en un entretenimiento popular entre los niños de otras épocas y de todas las provincias en los que creciera esta planta herbácea.
¿Y qué lugar ocupa la malva en un jardín? La magia de la espontaneidad, ya que, allí donde aparece una malva aporta su singular belleza, con hojas lustrosas y flores llenas de color y de detalles hermosos. Incluso se pueden semillar ex profeso para completar una composición en la que haya, por ejemplo, flores de otras especies que tiñan en rojo, para conseguir un efecto cromático apabullante. Una vez más, no hay más que fijarse en la naturaleza, y allí donde crecen juntas amapolas (Papaver rhoeas) y malvas, la mirada se detiene y se recrea. La malva también sirve de bioindicadora de terrenos ricos en nitrógeno, uno de los elementos químicos que las plantas necesitan en mayor cantidad para formar gran cantidad de tejidos. Y si se cultivan en masa varias malvas juntas, esa parte del jardín adquirirá un carácter de lo más silvestre y hermoso.
Esta planta es esencial en los márgenes de caminos y en los descampados de las ciudades y pueblos, y cumple una función nutricia para una enormidad de insectos beneficiosos de los parques y de los campos de cultivo. Esto es debido a la gran cantidad de polen que ofrecen sus estambres —la parte masculina de la flor—, cuyos filamentos se agrupan en una columna central muy característica de esta familia, las malváceas; a ella pertenecen otras insignes plantas como los hibiscos (Hibiscus spp.), la malvarrosa (Alcea rosea), la popular planta de interior llamada pachira (Pachira aquatica) o el grandioso baobab (Adansonia digitata).
En la historia del arte también aparece en pinturas, como hizo Velázquez en su cuadro San Antonio Abad y san Pablo, primer ermitaño (hacia 1634). En este gran lienzo de más de dos metros y medio de alto, una planta de malva crece justo al pie del árbol de la derecha, acompañada de otras herbáceas como la vinagrera (Rumex cf. crispus). Estos retratos botánicos que realizó Velázquez atestiguan su capacidad de observación también para las plantas, y de la presencia ubicua de estas especies.
La malva comienza a florecer tímidamente en estas semanas, incluso beneficiada por unos días algo más cálidos de lo habitual para estas fechas. Contemplar una sola de sus flores durante unos segundos es admirar una obra única y efímera, con los distintos tonos de cada pétalo, que atesoran el bagaje de una planta utilizada desde hace siglos para calmar nuestra irritación.
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