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La cimbalaria, la planta que sabe sembrar sola sus semillas

Conocida también como hiedra de Kenilworth, su hábitat favorito son los muros. Es completamente imposible mirarla y no reconocer la delicadeza y belleza de sus hojas engalanadas con una multitud de pequeñas flores

Cimbalaria
La 'Cymbalaria muralis' se desarrolla en los lugares en los que sus depredadores herbívoros no llegan tan fácilmente.Getty
Eduardo Barba

Una cimbalaria está creciendo sobre un muro viejo. Y las piedras no pueden estar más contentas de verse engalanadas con semejante regalo. Todo en esta planta herbácea es elegancia comedida, belleza sin alharacas. Es completamente imposible mirarla y no reconocer su delicadeza.

Sus orígenes son mediterráneos, concretamente de la zona central correspondiente a los Balcanes e Italia, aunque se ha expandido con gran éxito por varios continentes, para alcanzar incluso Australia, donde también descuelga por sus paredes de ladrillo. Precisamente, hay una curiosa leyenda que relata cómo colonizó otra región como el Reino Unido. Y en ello tiene que ver el comercio de arte: desde Oxford se importaron esculturas de mármol provenientes de Italia, y en los resquicios de esas obras iban alojadas las semillas de la cimbalaria. Toda una polizona que conquistaría los corazones de los ingleses, en cuyos viveros hoy en día no es difícil encontrar macetas a la venta con variedades de esta especie. Hasta tal punto la han hecho suya que uno de sus nombres populares más extendidos es el de hiedra de Kenilworth (Kenilworth ivy), como si la cimbalaria fuera de allí de toda la vida.

De lo que no cabe duda es de su hábitat favorito, que lleva incluso grabado a fuego en su nombre científico: Cymbalaria muralis. Ese apellido hace referencia a su estratagema para escapar a los herbívoros, que no es ni más ni menos que desarrollarse a sus anchas en muros, paredes, rocas… sin importarle en absoluto la verticalidad del medio; lugares a los que sus depredadores no llegan tan fácilmente. Además, así se apropian de un medio en el que no hay tanta competencia de otros vegetales que les harían sombra. A este grupo de plantas a las que les encanta estar colgadas se las denomina casmofíticas, y entre ellas se encuentran otras insignes especies como la parietaria (Parietaria judaica), una herbácea tremendamente abundante en los muros urbanos.

Una mata de cimbalaria cuajada de flores en el parque de Fuente del Berro, en Madrid.
Una mata de cimbalaria cuajada de flores en el parque de Fuente del Berro, en Madrid.Eduardo Barba

Pero hay más que comentar de la cimbalaria y de sus bellas formas. Destacan las hojas, de un verde muy atractivo, que se ven engalanadas con una multitud de pequeñas flores que asoman entre ellas. Tienen colores violáceos, blancos, amarillos y anaranjados dentro de la misma estructura. Los tonos amarillentos son una guía de néctar para indicar a los insectos polinizadores hacia dónde han de dirigirse para recolectar ese jugo azucarado que les proporciona como recompensa. Por otra parte, hay que señalar que la cimbalaria, cuanta más luz reciba, tendrá una coloración más intensa. Así, aquellas plantas que crecen en sombras más profundas manifiestan unas flores pálidas, sin tanto contraste como las que gozan de más luz. Pero aun así, su anatomía no deja de ser peculiar, por la que también ha recibido el nombre de palomilla de muro, por su ligera semejanza con una de esas aves en vuelo. Toda la sintonía cromática ya mencionada se acompaña también de unos tonos rosados en los tallos y en los márgenes de las hojas, que de nuevo serán más patentes si la planta disfruta de más intensidad lumínica.

Y es que la luz, como a cualquier planta, influye sobremanera en la cimbalaria. Y a ella ha ligado una estrategia excepcional que ha desarrollado para sembrar sus propias semillas. Tanto las hojas como las flores tienen querencia por la luz, y por ello se dirigen hacia donde cuenten con mayor luminosidad. Sin embargo, algo cambia para la flor una vez que la parte femenina se ha visto fecundada por el polen. Es entonces cuando el fruto empieza a engrosar, a la par que huye de la luz cual vampiro al amanecer. Cada día que pasa, ese fruto busca con ahínco el resquicio más oscuro. Será a continuación cuando, una vez maduro, abra su cápsula y libere unas cincuenta semillas en alguna grieta, que perpetuarán la genética de la planta madre. A esta apetencia por crecer hacia la luz se la denomina fototropismo positivo, y pasará a ser fototropismo negativo cuando el fruto crezca hacia la penumbra.

Las flores de la cimbalaria tienen colores violáceos, blancos, amarillos y anaranjados dentro de la misma estructura.
Las flores de la cimbalaria tienen colores violáceos, blancos, amarillos y anaranjados dentro de la misma estructura. Getty

Este tapiz tejido de hojas y flores de las plantas que viven en las paredes llamó la atención a Gabriel García Márquez: “En los muros intactos, la vegetación se abre paso por entre las grietas, en una lucha implacable por sobrevivir al olvido, y uno se encuentra a cada paso, como la cosa más natural del mundo, con el milagro de las piedras florecidas”. Esta sentencia botánica de Gabo inspiró a José Antonio Díaz Peromingo el título de su libro, La ciudad donde las piedras florecen, una guía botánica de los muros de Santiago de Compostela. Aunque Díaz Peromingo es médico internista, desarrolló desde joven la pasión por las plantas. Y también la cimbalaria ocupa un lugar emocional en su bagaje. Incluso le ha rendido tributo en la misma portada de su guía, al ser ella la única protagonista. “Para mí, la cimbalaria es, sin duda, la reina de los muros de Santiago de Compostela”, recalca este médico. “Está omnipresente durante todo el año en muros como el del pazo de San Lourenzo de Trasouto o en el del convento de San Francisco, donde sus matas alcanzan mayor esplendor”. Y no deja de alabar, como García Márquez, esa alquimia única de las plantas con los muros: “En Compostela la piedra y la vida, en forma de planta, logran una simbiosis perfecta. La ciudad ofrece un auténtico jardín entre las piedras que la conforman”. Habrá que visitar la plaza del Obradoiro, por supuesto, pero también a estas otras joyas que proporcionan tanto júbilo botánico.

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Sobre la firma

Eduardo Barba
Es jardinero, paisajista, profesor de Jardinería e investigador botánico en obras de arte. Ha escrito varios libros, así como artículos en catálogos para instituciones como el Museo del Prado. También habla de jardinería en su sección 'Meterse en un jardín' de la Cadena SER.

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