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Fausto González, farmacéutico: “Otros sabrán más que yo, pero me he dedicado a otra cosa: dar humanidad, dar cariño, comprender”

El boticario del barrio de Hortaleza de Madrid, despedido por 200 personas en su adiós, repasa su vida y planea el futuro: “Seguiré trabajando en una farmacia”

Fausto González Chavero (Madrid, 54 años) entra en la cafetería La Llama de su barrio, Chamberí, un bar de siempre en el que se reúnen a estas horas, once de la mañana, varios trabajadores y jubilados. Es martes 9 de diciembre. El pasado miércoles 3, casi doscientos vecinos del barrio de Hortaleza lo homenajearon frente a su farmacia, ya exfarmacia, en su último día de trabajo allí. Había llegado en 2009 y, como relató David Expósito en EL PAÍS, su extraordinaria huella entre los vecinos hizo que su marcha supusiera una conmoción. Cuesta hacer esta entrevista. Fausto González se niega al teléfono en primera instancia: no quiere protagonismo, dice, no más. “Ya hemos llorado, ya hemos reído, ya está hecho”.

Pregunta. Gracias.

Respuesta. Bueno [sonríe]. Es que ya hablé con muchos periodistas, y este no es mi trabajo ni mi sitio. Pero está bien, hablemos.

P. Ocurre que este cariño espontáneo por alguien que, como dice usted, solo ha hecho bien su trabajo, es grato de contar.

R. Yo dejo la farmacia para dedicar tiempo a mi mujer, a mi hija y a mis padres. Mi padre pasó una época muy irregular, hace tiempo que está mal de salud: es un superviviente. Ha pasado por dos infartos, por dos cánceres. Tiene 84 años. Y ha habido momentos de su vida en que ha tenido problemas muy serios, y yo no he podido estar.

P. ¿A qué se dedicaron sus padres?

R. Mi padre es ingeniero de caminos. Mi madre estuvo trabajando fuera de casa pero cuando se casó y empezaron a nacer hijos (somos cuatro) se dedicó a criarnos.

P. ¿De dónde le viene la vocación?

R. Mi bisabuelo se llamaba como yo, Fausto González. Era el farmacéutico del pueblo: La Guardia, en Toledo. Y su hijo, mi abuelo, fue el médico de ese pueblo también. Y un tío mío. Mi vocación no era la farmacia: mi vocación era la medicina.

P. ¿Por qué no la estudió?

R. No tenía nota para hacerla en Madrid. Tenía que irme a Zaragoza. Y para hacer medicina allí yo tenía que estar un año empadronado allí. Me empadroné y, mientras, empecé Farmacia en Madrid. Pero cuando llegó el momento de irme, no me fui.

P. ¿Qué pasó?

R. Tengo mucho apego a mi familia: aquí estaban mis amigos y mi vida hecha. Y Farmacia me gustaba. Es lo más parecido a la medicina dentro del mundo de la sanidad. Y aunque hay muchas salidas, yo tenía claro que quería trabajar en farmacia, en oficina, en contacto con la gente.

P. Ha contado alguna vez Juan José Millás que, cuando visita algún lugar como reportero, la mejor manera de conocer ese sitio es preguntar qué se compra en la farmacia.

R. Mira, yo siempre fui un pupas, me rompía cosas de niño muy a menudo. Y tuve cerca el ejemplo de gente que me ayudaba, de gente que sanaba lo que yo rompía. Y esa manera de hablar, de tranquilizar, de hacer contacto con la gente y conocerla más, me marcó. Además, tuve la experiencia de vivir con mi abuela después de que falleciese mi abuelo. Al poco tiempo, ella enfermó de alzheimer. Evolucionó muy rápido. Si tú no la vestías, no se vestía. Si no le dabas de comer, no comía. Si no la bañabas, no se bañaba. Yo era el que más estaba en casa en ese momento y el que más ayudaba a mi madre en esas cosas, porque mis hermanos ya trabajaban y estaban fuera. Eso te da una sensibilidad con la gente mayor. Queda un poso que lo aplicas luego en tu vida. Y ese vínculo que tengo yo con la gente mayor es un vínculo muy grande.

P. Impresiona el enorme agradecimiento que le tienen sus clientes.

R. Sin ellos no podría haber hecho todo lo que he hecho. A mí ellos me han permitido ejercer mi profesión como yo he querido hacerla. Habrá farmacéuticos que sepan mucho más que yo y que tengan muchísimos más conocimientos que yo. Pero yo me he dedicado a otra cosa. Además de dar consejo, de explicar cómo se toma esto y cómo se toma lo otro, yo me he dedicado también a dar humanidad a la gente, a dar cariño, a dar comprensión, a charlas interminables en la farmacia hablando de todo, de hijos y nietos, de trabajos, de la vida.

El farmacéutico Fausto González en el barrio de Chamberí. Foto: Claudio Álvarez

P. ¿Veía Farmacia de guardia?

R. ¡Sí! En las reboticas pasan muchas cosas, también en la mía. Pero en la farmacia de la tele se llegaban a organizar timbas. Yo eso no, ya es demasiado.

P. Menudo papelón para su sustituto, por cierto. Donde usted veía un homenaje, él quizá estaba viendo un listón.

R. La gente le ha acogido muy bien. De momento no quiero ir al barrio. Cuando vaya, será para tomarme un café con los clientes, hablar con ellos, ponernos al día. Pero no quiero influir en el trabajo del nuevo farmacéutico. Él es el que tiene que tirar para adelante. Y además, estoy seguro que lo va a hacer muy bien porque ha venido con una chica que trabaja con él y va a ser todo mucho más ágil. Con uno solo es todo mucho más lento.

P. ¿Y usted? Porque no se va a retirar, obviamente.

R. No. Yo quiero pasar el tiempo que necesito pasar con mi familia, y después, veremos. Me gustaría seguir trabajando en una farmacia. La posibilidad de comprar otra, existe. Pero también estoy valorando la posibilidad de trabajar como farmacéutico en una farmacia que no sea mía. Es una buena opción porque vas a hacer el mismo trabajo pero ya no todo recae sobre ti. A mí me gusta atender al público. Podría estar dos meses de parón y luego a partir de ahí empezaré otra vez a trabajar, porque tengo ganas de trabajar. No me gusta estar sentado.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.
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