Ir al contenido
_
_
_
_
Vermú y verbena
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¿Es que nadie va a pensar en los turistas?

Qué gran ironía que el centro de las ciudades, que era aquello que las hacía únicas, se haya convertido en un escenario sin tramoya, con la profundidad de una postal

Enrique Alpañés

Todos los años llega un momento en el que dejo de quejarme de los turistas para convertirme en uno de ellos. Ser turista es una cuestión meramente geográfica, todos somos el turista de alguien. Incluso los flipados que se llaman a sí mismos viajeros, mochileros, aventureros, wanderlust… Son turistas con dinero, o lo que es peor, con ínfulas. El caso es que en una de estas ocasiones me fui a turistear unos días a Florencia, ciudad que había conocido en mi época de Erasmus y que no reconocí en absoluto 15 años después.

El problema no era tanto la ciudad como la gente. Un hormigueo acelerado de personas llenaba las calles. No había margen para la sorpresa o la improvisación, pues allá donde fueras te encontrabas con enormes colas, con pequeñas marabuntas de turistas con su zangolotino mariposear. Cualquier cosa que se te ocurriera hacer (una foto, un pis, comer una pizza o beber en una fuente) había como diez personas delante de ti que tenían que hacerla primero. Casi tuve que hacer cola para salir corriendo de allí. Y me di cuenta de que siendo turista no se me pasa la turismofobia, casi se me exacerba.

Por eso alucino cuando paseo por las calles del centro de Madrid, infestadas de Tuk Tuks, de filas y aglomeraciones. Y me pregunto ¿pero es que nadie va a pensar en los turistas? Porque en los madrileños ya sabemos que los dirigentes de esta ciudad no piensan, así que por lo menos juguemos esta carta y hagámoslo por esos pobres ricos, esos guiris nuestros, que vaya impresión se van a llevar.

Hay una calle en la Latina cuyos bajos son todos apartamentos turísticos. No hay tiendas, no hay bares, solo Airbnbs. Es como el pasillo de un hotel, pero al abierto. Por las mañanas, los turistas salen todos de sus apartamentitos cámara en ristre, buscando el pintoresco barrio que les han contado, y se dan de bruces unos con otros. “Sorry, sorry”, se dicen muy ufanos, y continúan con su chocar de cámaras y rechinar de chanclas. La procesión del santo souvenir arranca pronto. Van lentos como penitentes, buscando cositas auténticas que fotografiar y solo ven una muchedumbre de clones. Después de un rato de deambular y chocar parecen todos francamente desorientados. Y se enfadan como me enfadé yo en Florencia, porque el turista siempre es el otro.

A media mañana los ves a todos hacinados en el mercado de San Miguel, aplastados contra los cristales, bebiendo su vermú con sus coditos replegados, con sus bracitos de tiranosaurio. Y te entra una ternura... Los observas en sus pequeños atascos de Tuk Tuks, atrapados en la hora punta del hedonismo. Haciendo ordenadas filas para comprar mochis, cheescakes, pollofres, chochotortitas o cualquier ordinariez hipercalórica y viral que esté de moda hoy. Y suspiras.

Ves las despedidas de soltero, que se juntan unas con otras hasta que pierden toda capacidad de epatar al peatón y hacer el ridículo porque hay demasiada gente cantando la Macarena con un megáfono. Ves al futuro novio triste y abochornado, porque ha visto a otro señor con el mismo tanga con tirantes. Y se te cae el alma a los pies.

Contemplas a los turistas libando cócteles de colores a precios imposibles, rumiando comistrajos empapados en aceite que algún desalmado tiene el valor de llamar tapas. Siguiendo los paraguas del free tour como las polillas siguen la luz... Y dices: ¡Basta ya! ¿Es que nadie va a pensar en los turistas?

Lo harán cuando hayan destrozado el centro, cuando ni ellos quieran pasear por sus calles y dejar su dinero en este decorado de cartón piedra. Qué gran ironía que el centro de las ciudades, lleno de historias y cicatrices, reflejo de la personalidad y el folclore, se haya convertido en un escenario sin tramoya, con la profundidad de una postal. Es un marco comparable, intercambiable, para la dichosa fotito de Instagram.

Y son ahora esas periferias de ladrillo visto y toldo verde, esos lugares feos y homogéneos, como construidos con molde, el reducto de la autenticidad local. Qué irónico que la fealdad haya acabado salvándonos, que se haya convertido en la mejor de las barricadas contra un turismo depredador que todo lo corrompe.

Son los lugares feos donde los bares sobreviven al envite de la bruncherización, de los platillos metálicos y los vinos naranjas biodinámicos. Los barrios donde los bajos comerciales siguen teniendo comercios y no están llenos de turistas. Lugares sin interés histórico ni estético donde la prioridad la tiene el vecino y no el turista, qué cosa más loca.

Los lugares que no quedan bien en foto serán el último refugio de un mundo turistificado. A menos que alguien ponga freno a esta locura y empiece a pensar en qué hacer con el turismo y no solo con su dinero.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Enrique Alpañés
Licenciado en Derecho, máster en Periodismo. Ha pasado por las redacciones de la Cadena SER, Onda Cero, Vanity Fair y Yorokobu. En EL PAÍS escribe en la sección de Salud y Bienestar
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_