La partida del siglo: un ajedrecista de casi 103 años se enfrenta a una promesa de 12
Casi un centenar de años separan a Manuel Álvarez Escudero, considerado el jugador federado de mayor edad del mundo, de su rival en el Open Internacional de Ajedrez Moratalaz, Félix Álvarez Lee
Hoy es día de competición. Manuel Álvarez Escudero sale de casa cerca de las cuatro y media de la tarde, empujando su andador. Viste, como de costumbre, chaqueta y camisa. Se monta en el autobús de la línea 8 y, 10 minutos después, se baja en el polideportivo del distrito de Moratalaz, en el sureste de Madrid. Es el primero en llegar de 135 jugadores. También es el mayor de todos. A sus 102 años, 11 meses y 14 días, Manuel es considerado por muchos como el ajedrecista de mayor edad del mundo.
El torneo, que se disputa en su barrio, es el Open Internacional de Moratalaz, uno de los más importantes de Madrid. Es una competición oficial en la que están en juego puntos para el ranking internacional de la Federación Internacional de Ajedrez, la FIDE. Compiten jugadores con rango de maestro internacional y otros apasionados del deporte con mucho menos nivel. Hasta el año pasado, Manuel ha estado recorriendo los torneos de España, aunque este año lo más lejos que ha ido ha sido a El Escorial, a 51 kilómetros. Es una suerte que esta competición se dispute tan cerca de casa.
Tan pronto como pisa la pista del pabellón multiusos, donde ya están ordenadas las mesas y los tableros, aparca junto a una pared su andador. “Esto está liso. Aquí ya puedo ir andando sin miedo a caerme”.
―Manolo, ¿qué tal?
―Bien. ¿Me lo has puesto facilito?
―¡Hoy un niño, Manolín!
El encargado de comunicarle su rival es uno de los árbitros. Son malas noticias para Manuel, que prefiere evitar los emparejamientos con niños. Cuando pasan de los 10 años, son más temibles que los ajedrecistas veteranos. Cada vez hay más niños prodigio porque aprenden contra programas de ordenador, en lugar de como se hacía antes, con periódicos y libros. Están mejor preparados gracias a esos “cacharros” que manejan. Manuel, ingeniero y físico de formación, descubrió el ajedrez a los 25 años. Nunca ha sido de estudiar la teoría, pero se ha impuesto en el pasado a grandes campeones. Aún hoy sigue ganando partidas, aunque siente que juega cada vez peor. Se cansa pensando en sus posibles movimientos, así que juega “al toque”.
Se sienta a esperar el inicio, las seis de la tarde, mientras van llegando los jugadores. Hay 51 tableros preparados sobre mesas cubiertas con manteles azules en una pista donde normalmente se juega al baloncesto o al fútbol sala.
El rival de hoy entra al pabellón vestido con camiseta, pantalón corto, deportivas y una mochila escolar. Le ha traído en coche desde Las Tablas su madre, con quien viene hablando en alemán. Tiene 12 años y se llama Félix Álvarez Lee. Estudia en el Colegio Alemán de Madrid segundo de la ESO, un curso por delante del que le corresponde. Hace dos años ganó el campeonato sub 10 de Madrid.
De los 135 competidores inscritos, Félix aparece en el puesto 51 según el sistema de puntos Elo, la forma de medir el nivel que usa la FIDE. Figura por encima de decenas de adultos y es el segundo alevín mejor clasificado. Manuel, en el puesto 90, se teme lo peor, pero no tira la toalla. “Tengo días mejores que otros. Veremos”. Se considera que la plenitud en el ajedrez se alcanza a los 30 años y se mantiene durante una década. A partir de ahí, comienza el deterioro. Con la edad se atrofian la capacidad de cálculo, los reflejos, y la concentración, según jugadores veteranos. Es más probable cometer un descuido.
Sin embargo, en el mundo del ajedrez está pasando algo curioso con el rango de edad de los jugadores, que cada vez se expande más, por abajo y por arriba. A la vez que proliferan los prodigios de menos de 20 años, los veteranos permanecen durante más tiempo en la élite. La edad de los 100 primeros del ranking mundial oscila entre los 18 años del número cinco, el indio Gukesh D, y los 56 años del número 68, el israelí Boris Gelfand. Esto, añadido a la prolongación de la esperanza de vida y a que el ajedrez tiene efectos benéficos para prevenir el alzhéimer, según varios estudios, hace que en los torneos sea cada vez más común ver un gran salto de edad al mirar a uno y otro lado del tablero.
“Hoy día nos maravillamos con Manuel, pero en 10, 15 años habrá mucha gente como él jugando”, dice por teléfono el secretario general de la Federación Española de Ajedrez, Ramón Padullés. “La vida se alarga”. Según un análisis de la modalidad estándar en la lista de la FIDE, donde aparecen 188.192 ajedrecistas federados, los más antiguos que están activos son dos jugadores nacidos en el año 1921. Se trata de Manuel y del iraní Mohammadhasan Saeb (el registro no incluye el día de nacimiento).
En Moratalaz, los dos jugadores se han preparado de forma muy distinta para esta partida. Manuel se ha ido temprano al club de mayores Alonso Heredia, donde tiene una pandilla de amigos con la que juega a la pocha, el dominó y el ajedrez. Luego comió con su mujer, Pilar, de 93 años, que está bastante peor que él de la cabeza, y por eso tienen una cuidadora en casa. El pequeño Félix ha ido a clase y, después del almuerzo, ha consultado en la web del torneo con quién le habían emparejado. Ha estudiado durante 40 minutos el juego de Manuel gracias a un programa llamado Chessbase, que almacena las partidas antiguas.
La partida, disputada este jueves, es la ronda sexta del torneo, que transcurre durante nueve días, desde el sábado pasado hasta este domingo. La tarde anterior, Manuel hizo tablas contra Jan Kalveus, un sueco nacido en 1958. Eso le dio medio punto, que sumó a otros dos puntos conseguidos por victorias en días anteriores. En uno de los choques ganó a Claudia Greciano, una niña de nueve años que aparece en el puesto 124 y que, dice Manuel, “juega estupendamente”.
El choque entre Manuel y Félix lo ha determinado un programa de ordenador que empareja a los jugadores en función de su nivel en el torneo. Félix también ha acumulado dos puntos y medio en las cinco partidas jugadas hasta ahora.
A la hora prevista, el árbitro recuerda que los jugadores deben apagar los móviles. Manuel desconecta el suyo, un Alcatel muy básico que apenas oye cuando suena, porque, aunque le funciona la cabeza, su oído le falla. Félix, que es, junto con otro compañero, el único alumno de su clase sin móvil, no tiene nada que apagar. Su mente está enchufada en la partida. Mira concentrado las piezas. Las suyas, blancas; las de Manuel, negras.
“Muchísima suerte a todos. Pueden empezar”, anuncia el árbitro.
―Suerte—, dice Félix.
—Suerte. Pero mala. Porque si no, estoy perdido—, bromea Manuel.
Se hace un silencio sepulcral que solo rompe alguna tos y el chirrido de una puerta lejana. Esta partida, de ajedrez clásico, puede prolongarse hasta las diez de la noche. Félix, serio, se lleva las manos a las sienes. Manuel mantiene los brazos cruzados sobre la mesa. El reloj de Félix avanza, mientras calcula movimientos, pero Manuel apenas consume su tiempo. Juega al toque.
Tras 25 minutos, solo han comido un peón cada uno. Félix se levanta. Pasea. Observa otras partidas. Otros jugadores también hacen lo mismo.
A la media hora, crece la tensión. Félix ha colado un caballo en la línea defensiva de Manuel y acaba de hacer jaque. Manuel chasquea la lengua, menea la cabeza. Se da cuenta demasiado tarde de que ha caído en una trampa. Comienza un intercambio de piezas. En cuestión de cinco minutos caen las dos damas, un caballo por cada bando y todos los alfiles. Félix ha causado mayores estragos. Manuel ha perdido otros dos peones, aunque ha sobrevivido a la carnicería.
Una hora y 10 minutos de partida. De nuevo Félix hace jaque, esta vez con una torre. Manuel se rehace y también pone en jaque al rey de Félix. Pero con inferioridad de piezas se le hace muy difícil montar un ataque. Félix retoma la ofensiva con sus torres. Y de nuevo hace jaque, que esta vez es mate.
El pequeño vencedor extiende la mano y el veterano derrotado se la estrecha. En silencio, ambos ordenan las piezas antes de retirarse. No pueden hablar porque continúa la mayoría de partidas, pero Manuel, que no se quita de la cabeza el descuido que le ha costado caro, dice en alto: “Perdí el caballo tontamente”.
No hay aplausos ni flashes. Los dos oponentes de esta batalla de las generaciones salen del pabellón mientras decenas de ajedrecistas siguen estrujándose los sesos. A Félix lo recoge su padre. Tiene deberes que hacer. Manuel se monta en el bus. Espera llegar a tiempo de ver Pasapalabra junto a Pilar. Al día siguiente habrá una nueva oportunidad: “Mañana gano y en paz”.
Escriba al autor a fpeinado@elpais.es
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