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bocata de calamares
Columna
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Los ricos también luchan (y no se les da mal)

Aunque la conciencia de clase se asocie a las masas trabajadoras, a las clases altas no les falta: actúan de forma cohesionada y eficiente en la defensa de sus intereses

Medición de ruido en el estadio Santiago Bernabéu antes del concierto de Taylor Swift, el 29 de mayo de 2024.
Medición de ruido en el estadio Santiago Bernabéu antes del concierto de Taylor Swift, el 29 de mayo de 2024.JUAN BARBOSA
Sergio C. Fanjul

Sabemos que la lucha de clases existe. Existe tanto que el inversor Warren Buffett, uno de los ricos más ricos del mundo, afirmó en célebre cita no solo su existencia sino la victoria incontestable de su clase. Los ricos van ganando. Aunque la conciencia de clase se haya asociado tradicionalmente a las masas trabajadoras de puño en alto, a las clases altas no les falta: actúan de forma cohesionada y eficiente, quizás más discreta, en defensa de sus intereses. El eminente sociólogo Richard Sennett me contó en una entrevista que, aunque vivamos en tiempos de individualismo exacerbado, las élites siguen siendo tremendamente corporativas: eso de la competición feroz se lo dejan a las clases medias y bajas, que se pelean por sus migajas.

Estos días hablamos no tanto de la lucha de clases, sino de cómo lucha cada clase en pos de sus asuntos vecinales: el Real Madrid ha anunciado la cancelación temporal de los conciertos en el Santiago Bernabéu por las protestas en Chamartín, uno de los distritos más ricos de España, donde se levanta el estadio. Es de celebrar, porque, tanto en la riqueza como en la pobreza, la ciudad debería ser un artefacto para la convivencia y no para el lucro y el desfase de unos y la desesperación de otros. A los vecinos se les hacía la vida imposible al ritmo de Taylor Swift, Karol G o Romeo Santos con su grupo Aventura, los reyes de la bachata. Unos conciertos populares, por cierto, destinados a un público nada elitista.

Más allá de la legitimidad de la protesta, algunos se han sorprendido por su eficacia, no tan común cuando los que protestan son vecindarios currantes: se ha puesto como ejemplo a los vecinos de San Fermín, en Usera, que llevan años amargados por la actividad de la Caja Mágica. Abriendo el foco se ve que los movimientos vecinales no tienen fácil que se les haga caso, ya sea cuando piden que se detenga la tala de árboles, que se persiga a los pisos turísticos ilegales o que se mantengan las calles limpias. Este verano, también en Usera, los vecinos celebraron La Ruta de la Caca para denunciar “desde las montañas de basura hasta charcos de misteriosa procedencia” que se extienden por tantos barrios de Madrid. Estos movimientos tienen posibilidad de éxito cuando amasan el suficiente respaldo popular, es decir, cuando ignorarlos puede implicar un grave coste político.

Desde su llegada el alcalde Almeida entabló una guerra con los movimientos vecinales, a los que consideraba poco menos que células anarquistas o pequeños soviets carmenitas. Así cerró espacios asociativos, deslocalizó lugares de participación como Medialab o cerró la radio municipal M21; el último caso podría ser el fin de los espacios de valiosas asociaciones como Valiente Bangla o la Asociación de Senegaleses en España, justo cuando cunde el odio nazi a las personas migrantes. Es una forma de profundizar en la vecinofobia contemporánea: los alcaldes compiten por albergar los más pintones macroeventos, ocupar los primeros puestos de los rankings turísticos o atraer las más jugosas inversiones, pero muy difícilmente por crear el mejor lugar para la vida vecinal.

“La ciudad es nuestra”

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El caso del vecindario del Bernabéu también llamó la atención porque cuando pensamos en movimientos vecinales lo primero que viene a la cabeza son los barrios obreros, como en las fotografías de Javier Campano de la exposición Barrios, recientemente clausurada. Niños jugando en descampados, ropa tendida en las ventanas, un carro tirado por un burro que surca la M30, pancartas por la vivienda digna (en esas seguimos todavía). El heroico movimiento que iniciaron las familias del Éxodo Rural, dejando atrás la España despoblada para asentarse en las periferias de las grandes urbes, montando chabolas sobre barrizales en Vallecas, San Blas, Carabanchel o Usera. Con su lucha consiguieron crear ciudad allí donde, a finales del s. XX, aún se vivía en condiciones medievales, sin luz o agua corriente. Uno de sus lemas hoy suena ingenuo: “La ciudad es nuestra”, porque ahora ya sabemos que la ciudad es de algunos pocos.

Pero la naturaleza de los movimientos vecinales, según su nivel de renta, se explica muy bien en un articulo del compañero Fernando Peinado titulado Activismo burgués vs. activismo obrero: por qué los vecinos de barrios acomodados son más combativos contra Almeida. Ahí se relata cómo, por ejemplo, en la lucha contra la instalación de los cantones de basura, los barrios acomodados habían sido más efectivos. Los barrios ricos tienen mayor músculo económico para sostener la protesta y también los contactos y los saberes (de abogados, periodistas, sociólogos, etc) para orquestar la lucha administrativa y judicial, para lidiar con la maraña burocrática. Más gráficamente, sus pancartas suelen ser serigrafiadas y no sábanas pintadas. La lucha contra los aparcamientos y el túnel del Bernabéu costaron a los vecinos “un dineral”, según se relata en el texto. “He pensado mucho sobre esto y desgraciadamente veo que la justicia no es para pobres”, cuenta uno de los líderes vecinales.

Aunque no todo en la protesta son contactos, licenciaturas y billetes. El movimiento vecinal, me cuenta un destacado militante, aun falto de recambio generacional, es tradicionalmente más sólido y sostenido en los barrios de rentas bajas, ladrillo visto y toldo verde botella, donde el apoyo mutuo y los servicios públicos son más necesarios, y donde, históricamente, menos se ha invertido y más se ha tenido que reivindicar. Por el contrario, en los barrios ricos el movimiento, más instrumental, suele surgir puntualmente para ocuparse de problemas concretos. Puede que en los barrios obreros no haya tantos recursos, pero sí una asentada tradición que sabe cómo plantear un conflicto político. Hay gente por ahí que todavía piensa que la ciudad es nuestra.

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Sobre la firma

Sergio C. Fanjul
Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados y premios como el Paco Rabal de Periodismo Cultural o el Pablo García Baena de Poesía. Es profesor de escritura, guionista de TV, radiofonista en Poesía o Barbarie y performer poético. Desde 2009 firma columnas y artículos en El País.
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