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Usar la madrugada en el centro de menores para aprender a ser panadero

Los adolescentes que cumplen medidas judiciales en el Teresa de Calcuta en Madrid pueden trabajar en una panificadora dentro de las instalaciones en la que aprenden un oficio y cotizan

El menor panadero, al fondo, trabaja durante la madrugada en la panadería del  Centro de Menores Teresa de Calcuta.
El menor panadero, al fondo, trabaja durante la madrugada en la panadería del Centro de Menores Teresa de Calcuta.David Expósito
Patricia Peiró

Por los ventanucos aún no asoma la luz del sol, cuando Alberto, con pantalón y camiseta blanca, se coloca una redecilla en el pelo y empieza con la liturgia del pan. Desde hace tres meses, aprende el oficio. Cada día, elabora 500 barras de pan para sus compañeros de medida judicial. Y también tartaletas, cruasanes y cañas de crema en días alternos. “La primera noche no pude dormir”, dice él con una amplia sonrisa mientras no quita el ojo a las barras recién salidas del horno. Hace algo más de un año que ingresó en el centro de menores infractores Teresa de Calcuta, en Brea de Tajo (Madrid), para cumplir su sentencia y nunca pensó que acabaría con las manos en la masa.

Junto a él trabaja un empleado externo y el empresario que gestiona la panificadora del centro, Javier Alcázar. “En seguida se ve cuando un chaval tiene ganas y actitud y a él se le va bien”, dice por lo bajini. Mientras el chico rasca las barras para quitar los restos de harina, Javier le recomienda, desde su experiencia: “Este trabajo fuera te vendría bien, porque se gana dinero y además así ocupas la noche en esto”. Alberto vuelve a sonreir mientras el hombre añade: “Que yo también he disfrutado mucho la noche eh”. El joven no sabe si cuando recupere su libertad seguirá con el oficio o se dedicará a otro: “Yo solo quiero trabajar, no me importa en lo que sea”.

La panificadora de este centro de menores, ubicado en el límite entre la Comunidad de Madrid y Castilla La-Mancha, abrió poco tiempo después de que fueran inauguradas las propias instalaciones, en 2006. Desde el principio, se concibió como un espacio en el que los internos pudieran aprender un oficio y tener un contrato de trabajo para favorecer su inserción laboral cuando vuelvan a salir a la calle. Se rigen por el convenio del sector, como cualquier otro empleado y cobran unos 800 euros al mes.

Pero aquí no trabaja cualquiera. “Existen una serie de requisitos como haber tenido buen comportamiento, una progresión, y que sea lo más adecuado para el chico en base a las necesidades que establecemos para cada uno con criterios sociales y educativos”, apunta José Antonio Morales, director del centro. “Procuramos también que sean chavales que van a estar un tiempo porque necesitan un periodo para aprender y sacar la producción adelante”, agrega. En estos 16 años, han pasado por este horno una docena de jóvenes.

Todos los menores infractores que vienen a trabajar aquí, quieren hacerlo, es un puesto codiciado porque dota de mayor independencia y supone un voto de confianza para el que designan para este puesto. Para Alberto, es su primer contrato de trabajo en toda su vida. Ese no es su nombre real, sino uno elegido por él para garantizar su privacidad y seguridad. Como se repite en muchas de las historias de los jóvenes que acaban aquí, su currículo está marcado por el fracaso escolar. “A mí no se me daba bien y no quería estar ahí calentando silla”, reconoce. Antes de los 16, ya había abandonado las clases. “Me metí en líos, apenas pisaba mi casa. Pero ahora estoy enfocado en hacer las cosas bien”, asegura.

Las horas aquí dan para mucho y, aunque la elaboración del pan tiene que ser precisa como un reloj suizo, a veces hay tiempo para la charla, con el zumbido constante de las máquinas como hilo de fondo. “Nosotros ni sabemos ni tenemos por qué saber lo que han hecho los chavales que vienen aquí, a veces surgen conversaciones y te das cuenta de que no todo es blanco o negro, que la vida le lleva a cada uno por donde puede”, comenta Alcázar. Si todo va bien, el chico designado para la panificadora puede permanecer en este trabajo hasta el final de su medida judicial.

El Teresa de Calcuta cuenta con una capacidad para 140 menores, aunque ahora mismo hay 121 internos, la mayoría de ellos, en régimen cerrado. Se encuentra en medio de la nada, junto a un pueblo de apenas 500 habitantes. Además de la panificadora, en estas inmensas instalaciones de 80.000 metros cuadrados, cuentan con talleres de formación profesional. Está el mecánico, otro de peluquería, el de fontanería, otro de pastelería, cerámica, diseño gráfico, electricidad, montador de equipos informáticos... Cuando salgan a la calle, dependerá de los chicos aprovechar lo que hayan aprendido durante su medida de internamiento.

La rutina diaria de Alberto no ha hecho más que empezar. Mientras barniza con almíbar los cruasanes, y el calor del horno inunda la pequeña estancia, el chico repasa su jornada. Cuando acaba con su trabajo, sobre las siete, puede volver a su habitación a descansar un rato. A continuación desayunará con sus compañeros, dedicará la mañana a estudiar, y por la tarde puede hacer deporte o disfrutar de un tiempo de ocio. Sobre las nueve volverá a su habitación para dormir y esperará a que a las dos y media de la mañana, un empleado del centro vuelva a llamar a su puerta para despertarlo. “Aquí siempre está la cabeza ocupada”, indica Alberto. Para muchos de estos chicos, la llegada a un centro de menores representa la primera vez que alguien les pone límites y rutinas.

El cielo clarea a través de las ventanas y las decenas de barras de pan ya están metidas en las cajas en las que luego se distribuirán por el centro. Parte del producto se va para el pueblo, donde se venderá en la tienda de alimentación. “Los compañeros dicen que desde que las hago yo están malas”, bromea el chico. Es hora de apagar las luces, la masa madre del día siguiente espera en el frigorífico y los internos del centro tendrán en breve el pan recién hecho en sus platos.

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Sobre la firma

Patricia Peiró
Redactora de la sección de Madrid, con el foco en los sucesos y los tribunales. Colabora en La Ventana de la Cadena Ser en una sección sobre crónica negra. Realizó el podcast ‘Igor el ruso: la huida de un asesino’ con Podium Podcast.
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