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Aquí nadie quiere vender

La colonia Benéfica Belén, en San Blas-Canillejas, fue construida por obreros que luego las habitaron con sus familias, lo que generó un vínculo sentimental y especial con las casas

Pilar, en la puerta de su casa en la colonia Benéfica Belén.
Pilar, en la puerta de su casa en la colonia Benéfica Belén.David Expósito
Pedro Zuazua

En la colonia Benéfica Belén, en el distrito San Blas-Canillejas de Madrid, los buzones de las casas están bastante altos. Tanto, que para poder introducir una carta hay que levantar el brazo.

―¿Usted sabe a qué se debe tanta altura en los buzones?

―No, pero casi todos son así―, contesta una vecina.

Aquí, en una mañana soleada, la actividad se incrementa hacia el mediodía. Señores y señoras que vuelven de la compra con bolsas o con el carrito. Obreros saliendo y entrando de viviendas. Varios sacos llenos de escombros de obras de reforma. Palés de ladrillos. Aires acondicionados recién instalados. Candados para bicicletas y motos en las rejas de las ventanas.

También una tertulia de tres vecinas a las puertas de una vivienda. Dos de ellas son de las primeras habitantes de la colonia.

―Estas casas tienen por lo menos 64 años―, dice Anastasia (87 años, Madrid).

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―Tienen más, porque cuando vinimos estaba yo embarazada del mayor y ya está jubilado…―, replica Montserrat (88 años, Madrid).

―¡Pues eso digo yo!―, recalcula Anastasia.

Fachadas en la colonia Benéfica Belén.
Fachadas en la colonia Benéfica Belén.David Expósito

Las dos son madres de dos hijos. Las dos están viudas. El marido de Anastasia construyó la casa con sus manos. “Aquí había gente de todas las ramas. Marmolistas, escayolistas, albañiles… Cada uno aportaba lo suyo a la construcción de las casas y, una vez acabadas, se sorteaban entre todos los que habían participado en la construcción”, explica. “Mi marido jugaba en el Rayo Vallecano ―se llamaba Cecilio Pla― y le pagaban el albañil que venía en su lugar”, cuenta Montserrat.

La Benéfica Belén pertenece a las colonias que se conocían como domingueras: los trabajadores que posteriormente habitarían las viviendas las construían los domingos, en su hipotético día de descanso. La proyectó en 1954 la constructora del mismo nombre, con 169 viviendas unifamiliares divididas en seis manzanas. El Instituto Nacional de Vivienda asumió dos tercios del coste. Estaba destinada a dignificar la calidad de vida de la clase obrera.

Los terrenos, cuentan los vecinos, fueron una donación de una orden de monjas. De ahí que varias de las calles se llamen Hogar de Belén, del Nacimiento, del Patriarca José o de Egipto. Casi todas las parcelas tienen 51 metros cuadrados, con unos 23 metros construidos en cada una de las dos plantas y un patio posterior en la principal. Con cocina, salón, patio, un baño y dos o tres habitaciones en función de la distribución del segundo piso. Las reformas llevan alguna vivienda hasta los 80 metros cuadrados.

Detalle de un reno de madera en los jardines de la colonia.
Detalle de un reno de madera en los jardines de la colonia.David Expósito
Puerta de entrada a una vivienda.
Puerta de entrada a una vivienda.David Expósito

“A mí venir aquí no me hizo especial ilusión. Antes vivía en la zona de la calle Costa Rica… Imagínate lo que me costó cambiar”, dice Montserrat. Luego fue muy feliz. ¿Y ahora? “Es que hace 17 años que me falta lo principal, mi marido, y lo sigo echando mucho de menos”. Montserrat enseña su casa. Salón ―con un sofá enorme― cocina y baño en la planta de abajo, con un patio azulejado de colores.

Dos tramos de escaleras ―el primero de 10, el segundo de dos― conducen a las dos habitaciones del piso superior. Hay un televisor en cada estancia. También muchos libros. “Por las mañanas madrugo y hago la comida, dejo la casa arreglada y salgo a andar. Por la tarde leo, coso… para pasar el tiempo. A las ocho me subo a la habitación. Aquí me siento más acompañada. Abajo me siento muy sola”. Se sienta en la cama y pierde durante unos instantes la mirada.

Monserrat, en en el dormitorio de su casa.
Monserrat, en en el dormitorio de su casa.David Expósito

Antes de despedirse, Montserrat asegura que merece la pena acercarse a la colonia en Navidad. “Al menos a nuestra calle, que decoramos muy bonitas las casas. Mira, yo todavía tengo algún adorno”, ríe antes de despedirse para echar “la primitiva y el Euromillón”. Sigue jugando a los mismos números que compartía con su marido.

De vuelta a la calle, un empleado de una agencia inmobiliaria, con corbata monocolor, charla con un vecino.

“Aquí vender no vende nadie. Las casas han subido. Están muy codiciadas. Posibles compradores hay muchos, lo difícil es encontrar a alguien que quiera vender. Y a veces se venden tan rápido que ni nos enteramos. Tiene que ser que la quieran vender los abuelos, o que haya varios herederos y la quieran repartir. Si son un único hijo o incluso dos, optan por alquilarla, por el valor sentimental que tiene para ellos”, explica el agente.

José, el vecino de 66 años con el que está hablando, corrobora su discurso: “Duermo en la misma habitación en la que nací. En mi casa llegamos a vivir ocho personas. Mis padres, cinco hijos y mi abuela. Los cuatro hermanos dormíamos en una misma habitación con dos literas. Mi hermana, en la suya”.

Un vendedor de una inmobiliaria en la colonia.
Un vendedor de una inmobiliaria en la colonia.David Expósito
Un perro en la colonia Benéfica Belén.
Un perro en la colonia Benéfica Belén.David Expósito

También hay quien ha llegado recientemente. Amandine Demuynck (37 años, París), compró su casa aquí hace cinco años. Vive con su novio. Trabaja en una empresa de contenidos de marketing. Explica la reforma que hizo en su vivienda, a cuyo piso superior ha añadido un baño. “Los terrenos que hay delante de cada casa en las calles peatonales no son de nadie, pero le corresponde a cada vecino cuidar del que tiene justo delante”, cuenta.

Se ven rosas, romero, moras o limas. Uno de los retos que tienen estas viviendas, muy alargadas y con pocas ventanas, es conseguir luz. De ahí la importancia de los patios para el día a día. “Es agradable trabajar en el patio interior oyendo el sonido de los pájaros… cuando no te cagan, claro”.

Viviendas unifamiliares en la colonia Benéfica Belén.
Viviendas unifamiliares en la colonia Benéfica Belén.David Expósito

La asociación de vecinos de la colonia, formada por un centenar de socios que pagan 20 euros al año, es propietaria de un bar que se construyó en 1980. Alquilan el negocio y se reservan algunos espacios para los vecinos. La terraza, con capacidad para 60 personas, cotiza al alza en verano ―por la sombra― y en invierno ―la caída de las hojas de los árboles permite que entre el sol todo el día―. Abre de ocho de la mañana a doce de la noche. Ofrece menú del día. Hoy se puede elegir de primero entre gazpacho y ensalada de arroz. De segundo, pincho moruno o chuleta de Sajonia. De postre hay tarta de queso, tarta helada, melón o piña. Ahora se llama La Asociación. En su día, fue Hogar de Belén. Curioso nombre para un bar.

Pilar (90 años, Madrid), vive en la casa que construyó su padre para ella. Es la mayor de cinco hermanos. Recuerda venir los domingos a ver cómo avanzaba la obra. Empezó a trabajar a los 10 años, como dependienta de una casa de moda. Recuerda que el día que cumplió 11 las dueñas le regalaron unos calcetines blancos. “No sabes qué ilusión me hizo… es que de aquella no teníamos ni para calcetines. La posguerra aquí fue muy mala”.

Es viuda y tiene dos hijas y dos nietos. Recibe en su casa con la televisión emitiendo una homilía del Papa Francisco. Lleva al cuello un pulsador para emergencias. “Es verdad que ahora la gente es más independiente. Nos llevamos bien, pero no es lo de antes”. Su hija Gema Covadonga (53 años, Madrid) recuerda “salir a la puerta de casa, cenar todos juntos en la calle con lo que cada uno ponía, música y juegos en la calle, puertas abiertas para entrar y salir de las casas de los que más afinidad tenías... vamos, un pueblo en la ciudad, con una tranquilidad absoluta”.

Unos gatos posados en una ventana exterior de la colonia Benéfica Belén.
Unos gatos posados en una ventana exterior de la colonia Benéfica Belén.David Expósito

Tras más de seis décadas en la colonia, Pilar dice ser “muy feliz aquí”. “Me encanta estar en el salón y en el patio, con los tiestos. Tengo muchas amistades, salgo a misa, que tengo la iglesia ahí al lado… y vivo en una casa que construyó para mí mi padre”.

Una cartera se acerca a una puerta. Alza el brazo e introduce una carta.

―Pues sí que están altos los buzones, ¿eh?

Los carteros tampoco saben el motivo.

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Pedro Zuazua
Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Oviedo, máster en Periodismo por la UAM-EL PAÍS y en Recursos Humanos por el IE. En EL PAÍS, pasó por Deportes, Madrid y EL PAÍS SEMANAL. En la actualidad, es director de comunicación del periódico. Fue consejero del Real Oviedo. Es autor del libro En mi casa no entra un gato.

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