Adiós para siempre al ‘Barrio sin permiso’
En la colonia Lucero, en Latina, existió hasta los años setenta la figura del inquilino titular y el agregado: dos familias compartían 40 metros cuadrados de vivienda
El 14 de julio de 1955 se esperaba en Madrid una temperatura máxima de 31,5 grados y una mínima de 19,9. Esa semana, los periódicos anunciaban que “por unanimidad en la Cámara norteamericana se pide el ingreso de España en la NATO”. También contaban que Elena de Bustos, “domiciliada en Bocángel, 14″, había sido atendida en la Casa de Socorro de Ventas por las cuchilladas que le asestó Alejandro Gil, “domiciliado en la misma casa”. Que las hermanas Josefa y Rosario García se habían intoxicado por comer pescado en malas condiciones. Que Araceli Bermúdez había sido elegida Carmen del Comercio 1955 en la kermesse de Vallecas. Que Antonio Núñez Holgado, de Badajoz, se había proclamado campeón nacional de tractoristas. Que José María de la Blanca Finat y Escrivá de Romaní, conde de Mayalde y por entonces alcalde de Madrid, había entregado, por fin, los premios del concurso de Villancicos.
Ninguna de esas noticias recibió tanto espacio en el papel como la de la demolición de 686 chabolas en el norte de la ciudad. “Se llamaba el Barrio sin permiso. Se situaba más o menos en lo que hoy sería el espacio entre la mezquita de la M-30 y la carretera de Barcelona. Allí vivían más de 700 familias”, explica Modesto García (77 años, Ourense), exempleado de banca con “varias reencarnaciones” a sus espaldas, expresidente de la Asociación de Vecinos del barrio de Lucero y, desde finales de los ochenta, vecino de la colonia del mismo nombre.
La colonia Lucero se proyectó en 1951 y sus 301 viviendas recibieron a sus primeros habitantes en 1955. Cada vivienda tenía tres habitaciones, una cocina-comedor y aseo. Todo en poco más de 40 metros cuadrados. “Hay varias tipologías”, explica modesto, “están los bloques de tres alturas, que tienen seis viviendas y patio común, y los de dos ―seis manzanas que van desde los cinco a los 11 portales― que se dividen en cuatro viviendas con un patio particular ―”anejo”, decían las escrituras― de unos 20 metros cuadrados. Hay que tener en cuenta que son casas que se construyeron para gente realojada que venía con sus cosas e incluso con animales”.
Los testimonios de las personas que llegaron desde el Barrio sin permiso, recogidos para una exposición con motivo del 60 aniversario de la colonia, hablan sobre el traslado y la llegada:
“Nos trajeron aquí, a la colonia, a dos o tres familias en cada camión. El día que fueron a por nosotros para traernos aquí había ambulancias y todo. La policía tenía el barrio rodeado. Esa noche no durmió nadie y cuando empezó a venir el día se veía la sombra de la policía a caballo por todo alrededor. Esperaban que hubiera algún problema. A algunos no les dieron vivienda, hubo muchas injusticias”
Hasta principios de los setenta existió la figura del inquilino titular y el inquilino agregado, de tal manera que dos familias debían compartir el espacio. Una familia de siete miembros podía compartir piso con otra de cuatro. A veces, se instalaban cortinas en medio del salón. Llegó a haber tres vigilantes del Ministerio de Gobernación para controlar las tensiones que surgían de la convivencia. También para prohibir salir a los niños a jugar a la calle. O para instaurar un toque de queda de barrio.
Las casas de la colonia Lucero son viviendas sencillas y homogéneas, con un característico color blanco en las paredes y gris en la base. Algunas viviendas constan de balcón en la segunda altura. Todos los tejados son inclinados y de teja plana. Las cuatro manzanas que acogen las 114 viviendas en el modelo de dos alturas tienen, además, la singularidad de constar de un chaflán semicircular de una planta en las esquinas. Eran locales comerciales de unos 25 metros cuadrados adosados a una vivienda de 40. Acogieron panaderías o peluquerías. Hoy, solo resiste el cartel del Bar Quillo, que desde la pandemia no ha vuelto a abrir.
El terreno está ligeramente inclinado, lo que provoca un leve escalonado en las parcelas. Colchas, sábanas o toallas cuelgan de los tendales asomados a las calles.
En la zona norte, una ladera acoge un jardín del que emergen seis cedros que aún tienen el recuerdo de Filomena en sus ramas. También una sobrepoblación de cotorras. Aquí, en 1955, se instalaron jardineras y árboles para el día de la inauguración. Se las llevaron apenas 24 horas después.
Los patios interiores son una de las señas de identidad de la colonia. “Los vecinos del bajo tienen acceso directo al patio. Los del primer piso deben bajar las escaleras hasta el portal para poder acceder”, explica Alfonso López (66 años, Madrid), que se dedicaba a “la construcción y la farándula como cantante”, y que abre su portal para ayudar al visitante a comprender la distribución de los patios y sus accesos. Un primer tramo de diez escaleras y un segundo de cinco separan las dos alturas.
Valentín del Moral (70 años, Madrid) y su pareja Marta (62 años, Madrid) se conocieron en el barrio. Viven en un bajo y acceden directamente al patio. “Esto es el salón, aquí la habitación de la niña, nuestra habitación aquí, el baño y la cocina que da al patio, en donde el anterior inquilino había construido otra habitación… y cuyo tejado aprovechamos para tender”, explican. Valentín, que fue taxista y sigue siendo músico, lleva una camiseta que reza Pink Freud. Recuerda, junto con Alfonso, colarse en las huertas que rodeaban la colonia, en donde se plantaban trigo, avena o garbanzos y que saliera un capataz a caballo a perseguirlos. Y que los árboles crecían con gran fuerza por el abono que aportaban las vaquerías que había en los alrededores.
A mediados de los setenta, tras más de 25 años de alquiler, el Ministerio de Vivienda ofreció las casas en propiedad a los vecinos que quisieran adquirirlas. El precio: en torno a las 25.000 pesetas. Unos 150 euros al cambio.
En la plaza de Remondo, en donde 10 pinos rodean a un olivo, se celebró en 1983 el final de las obras pavimentación de las calles de la colonia, que hasta entonces eran de arena. Aquel día, los vecinos aportaron la comida y la bebida. El ayuntamiento puso una banda de música. El entonces alcalde, Tierno Galván, acudió a la inauguración. En una fotografía del acto, aparece Modesto dando un discurso, poco antes de que comenzara el concierto. Al día siguiente, las noticias hablaban de la nueva etapa. El Barrio sin permiso, igual que las calles de arena, pasaba definitivamente a la historia.
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