El triste final de Charlotte, asesinada por su novia en el barrio de La Latina
El entorno de la mujer que confesó el homicidio de su pareja en su piso de Madrid relata una relación conflictiva, de idas y venidas, que acabó de una forma fatal
“El amor no reclama posesiones, sino libertades”, escribió Charlotte M. en sus redes hace cuatro meses, mientras cantaba mirando a cámara una canción de El Canto del Loco. Un sofocante viernes de julio, esta mujer de tez pálida y voz rasgada fue asesinada a manos presuntamente de Ana B. R., con la que la unía, según sus conocidos, una relación “tóxica”, de idas y venidas. El crimen se produjo en la casa del barrio de La Latina en la que Ana vivía de alquiler desde hacía al menos un par de años. “Ven, creo que he matado a Carlota”, pidió Ana a una amiga. Cuando llegaron los agentes de la Policía y los sanitarios del Summa, era demasiado tarde.
Muchos en el barrio conocían a la mujer que confesó por teléfono haber matado a su compañera. 37 años, alta, delgada, nariz puntiaguda y ojos verdes grisáceos. Era una habitual de los bares de la zona, una de esas clientas a las que se conoce por el nombre. “No paraba de montarla, cuando estaba de buenas era majísima, pero a veces le teníamos que pedir que se fuera”, cuenta una hostelera de la zona. A veces la acompañaba Charlotte, a los que muchos conocían por su nombre en español, Carlota. Tenía 31 años.
Según quienes las conocían, las discusiones de la pareja eran constantes y no precisamente discretas, como atestiguan algunos vecinos. “Se llegaron a gritar de un lado a otro de la plaza”, cuenta uno que vivía a unos metros del piso de Ana. Lo que describen los vecinos que fueron testigos de sus trifulcas son “estallidos incontrolables”. “Pasaban de decirte que se amaban, que se iban a casar, a montar unas escenas de celos tremendas”, resume una trabajadora de uno de los bares que visitaba la pareja. Las últimas noticias que tenían es que las dos mujeres habían vuelto a distanciarse, pero el viernes 15 de julio sus caminos volvieron a cruzarse.
Ana les había contado a algunos conocidos que acababa de hacer un curso de azafata de vuelo. Charlotte era originaria de París, pero había vivido también en Casablanca (Marruecos) y desde hace años se había instalado junto a su familia en un municipio del noroeste de Madrid. Había estudiado Traducción e Interpretación entre Madrid y Suiza y le gustaba esquiar, los videojuegos y era seguidora de Rafa Nadal. En sus redes, plagadas de largos textos cariñosos dirigidos a sus amigos, Ana no aparece en ninguna foto. La ahora detenida sí ponía a veces en su foto de perfil de WhatsApp fotos con Charlotte.
Después de asestarle presuntamente cinco puñaladas en el tórax y el abdomen con un cuchillo de cocina y llamar a su amiga, Ana salió de la casa. Llegó pocos minutos después de la policía, que ya había tirado abajo la puerta del piso, un primero exterior, y había encontrado el cuerpo de Charlotte. Uno de los agentes la reconoció por la descripción que le habían dado los vecinos y gritó: “¡Es ella!”. Los policías la apoyaron contra la pared y la detuvieron. “Estaba entre tranquila e ida”, describe un testigo del arresto.
Ese día, las habían visto salir sobre las 10 de la mañana del bar Lorena, al lado del teatro de La Latina. Dos chicas altas, delgadas, una rubia y una morena. “Sí, estuvieron aquí, pero no te puedo decir más”, resume una camarera. Entre esa hora y las cuatro y media, cuando Ana llamó a su amiga y esta, a Emergencias, se produjo el crimen dentro del domicilio. Cuando llegaron los agentes, una vecina se asomó al balcón y exclamó: “¡Siempre [hay] follones en esta casa!”. Ella pensaba que se trataba de una bronca más “en el piso de las peleas”, pero esta vez era mucho más. “Yo hace dos semanas estuve a punto de tomar la decisión de cambiarme de piso porque no podía más con los follones”, apunta otro vecino del bloque, en el que casi todos viven de alquiler. Las dos mujeres tenían antecedentes policiales por resistencia a la autoridad.
En enero, Charlotte había tenido que ser intervenida por una lesión en una pierna. “Va a ser un proceso largo y muy lento, pero os puedo asegurar que me siento más fuerte que nunca. Hay que tener la mente enfocada para volver a andar correctamente lo antes posible”, escribió el 20 de enero en sus redes, junto a una foto en el hospital. Por ese motivo, muchos en el barrio la habían visto caminar con una muleta, que días después del asesinato estaba apoyada en el balcón de la casa de Ana. Dos horas después de la llegada de la Policía, uno de los agentes salió con el chihuahua blanco de la presunta asesina en brazos, para custodiarlo hasta que alguien se haga cargo de él.
Después de ser detenida, Ana tuvo que ser ingresada en la Fundación Jiménez Díaz porque, según ella, “tenía alucinaciones”, apuntan fuentes policiales. El domingo ya fue trasladada a dependencias policiales para seguir con el proceso y el lunes el magistrado titular del Juzgado de Instrucción número 1 de Madrid acordó la prisión provisional comunicada y sin fianza de la detenida. Se la investiga por un delito de homicidio.
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