Así se huye del calor en Madrid: casi 10 grados de diferencia entre Callao y Madrid Río
Las mediciones realizadas por este periódico en lugares que suelen utilizarse como refugios climáticos registran una diferencia de 20 grados entre más caluroso y el más fresco. Este último está en un centro comercial
La mayor sombra del Retiro no está debajo de alguno de los árboles centenarios que pueblan el parque. La mayor sombra del Retiro está en los 30 metros de túnel que comunican la salida del metro con el parque. En su interior —a 34°― la gente anda lento, arrastrando los pies, como queriendo posponer todo lo posible la salida a la superficie. Los que están de vuelta, entran con el paraguas que utilizan de sombrilla y no lo cierran, con la mala suerte que dicen que da. Estos días en Madrid, ningún mal de ojo es peor que el calor. La región entera se encuentra bajo aviso naranja ―riesgo importante, el segundo nivel de los tres existentes― y las previsiones apuntan a que se alcanzarán los 42°, es decir, la temperatura más alta jamás registrada en julio.
La segunda ola de calor de la temporada ha alcanzado su cenit en la capital y los madrileños buscan resguardo. Huyen de unos pisos que no han tenido el tiempo de refrescarse, donde se pasan unas noches tropicales dando mil vueltas en la cama sin conseguir dormir del tirón. Este periódico ha hecho la prueba de medir la temperatura de varios lugares de la ciudad que suelen transformarse en refugios climáticos durante los episodios de calor extremo, registrando una diferencia de 20 grados entre el más caluroso y el más fresco.
Natalia Martínez, 23 años, descansa sentada en un banco a la sombra de un árbol del parque del Retiro. Es la niñera del pequeño Germán, de un año y medio, y todos los días se dan un paseo por el parque antes de que el sol empiece a pegar demasiado fuerte. “En casa intento no poner el aire acondicionado para evitar que el niño se enferme”, explica. Si antes solían pasar toda la mañana en el parque, en la última semana no consiguen aguantar más de una hora, de 11 a 12 de la mañana, cuando, en la sombra, la temperatura ronda los 32º.
A pesar de ser el parque más famoso y concurrido de la ciudad, el Retiro no es siempre la mejor idea cuando se intenta huir del calor. Las temperaturas que se miden en la estación meteorológica de este distrito, en el centro de Madrid, están alteradas por un calentamiento artificial causado por la actividad humana. Se le llama efecto isla de calor, y puede añadir más del 10% a una temperatura media anual, según los expertos. Además, es frecuente que el Ayuntamiento determine su cierre cuando se superan determinados umbrales de velocidad del viento, humedad del suelo y temperatura, factores que pueden favorecer la caída de ramas y suponer un riesgo para los visitantes.
Este miércoles, sin embargo, no ha sido el caso, y en el césped que rodea el Palacio de Cristal la familia de Ana González (colombiana de 21 años) hace un picnic. La joven está visitando a su madre, hermanito y abuela que viven en Madrid, en Carabanchel. Las altas temperaturas no le están permitiendo disfrutar de la ciudad como le gustaría. “Salimos de casa por la mañana, a las dos cómo máximo estamos de vuelta y volvemos a salir solo después de que atardece”, dice. Sentadas sobre una sábana, comen patatas fritas y beben té frío con cubos de hielo. “Luego vamos al Prado, me gusta mucho el arte. Es gratis y seguramente allí se está más fresquito”, añade González, que por ser estudiante menor de 25 años no tiene que pagar la entrada.
En la puerta de El Corte Inglés de la calle de Preciados, el termómetro marca 39º. Es la una de la tarde y los paseantes se mueven de prisa, caminando al centro de la calle bajo los toldos o buscando amparo en las tiendas. Paloma Amieba, administrativa de 58 años, vive por Tirso de Molina y reconoce que el paseo de su casa al centro comercial ha sido infernal. “Han sido 10 minutos, pero para quitarte el aire”, afirma mientras se sienta en una mesa de la zona de restauración del establecimiento, donde la temperatura es de 28º. Se prepara a almorzar con una amiga. “Yo siempre prefiero las terrazas, pero con este calor no hay quien soporte estar al aire libre”, añade.
A poco metros, la plaza de Callao es literalmente una sartén. El termómetro marca los 44º a las dos de la tarde. El único al que el sudor no se le cae a borbotones es Javier Reinel (50 años), que se mantiene al margen del sofoco en el interior de su quiosco, a 32º. “Hace dos años puse aire acondicionado. Por la pandemia tuve que prescindir de mis empleados y se metió mi mujer a trabajar. Dijo que ella sin aire no curraba, esa misma tarde compré uno por 400 euros”, confiesa. Desde una de las ventanas del cubículo asoma la cabeza su tocayo Javier Pérez para unirse a la conversación. “Este es el oasis de Madrid. Yo vengo del andamio, de poner ladrillos. He terminado rápido para meter la cabeza en el quiosco de mi colega. La mayor satisfacción del día”, cuenta.
Pérez, que lleva 13 años instalado frente al icónico cartel de Schweppes, ha perdido dos kilos en los últimos 10 días. Calza unas sandalias con calcetines porque, dice, “las zapatillas te abrasan el pie con el asfalto”. El vaivén de gente es continuo. Un turista con camisa hawaiana se acerca con la lengua fuera a pedir un granizado. Pérez le contesta con un inglés funcional: “¿Lemon, maracuya o strawberry [fresa]?”. Con el dedo, el joven señala la máquina naranja mientras se relame. “Es el producto estrella, vendo 150 litros al día”, confiesa.
Sin embargo, el verdadero oasis de Madrid se encuentra al otro lado de la M-30, a una temperatura de 20 grados inferior a la que se registra en proximidad de la Gran Vía. Es el centro comercial Plaza Río 2, en Usera. María Campoverde, 27 años, vive en el segundo, en un piso sin aire acondicionado donde está soportando las altas temperaturas gracias a un enfriador portátil que está inflando la factura de la luz. En la puerta del Plaza Río 2, Campoverde y sus tres hijos (de ocho, siete y cinco años) comen unos bocadillos que están preparando en el momento. Están sentados en el suelo, descansando un rato antes de volver a hacer compras.
Desde que terminó el curso escolar, el plan es siempre lo mismo: pasar un rato en la ludoteca del centro comercial —el acceso es gratuito—, ir a la piscina municipal o a las playas de Madrid Río, que han reabierto tras dos años de pandemia. “De noche conseguimos dormir, pero de día no podemos quedarnos en casa. Aquí lo pasamos bien y estamos fresquitos”, comenta. Con 24º en la primera planta, es la temperatura más baja que este periódico ha medido a lo largo del día.
Cleber Calderón (36 años) llega desde el distrito de Fuencarral junto a su mujer y su hija para refrescarse en los chorros de Madrid Río. Aquí, a las cinco de la tarde, la temperatura es de 35º, unos cinco grados más bajos con respecto a la que se registra en el paseo de la Chopera, que está a lado del parque. “Venimos dos o tres tardes por semana. El lunes vinimos en bici, parando de parque en parque, pero hoy con el calor es imposible”, cuenta. El bar de al lado ofrece hamacas a tres euros, pero Calderón, con unas calzonas de cuadros y la elástica del Atleti, monta su propio chiringuito para ahorrar gastos. De una mochila saca una tienda de campaña portátil al tiempo que le da un refresco a la pequeña. “Venimos con helados, comida y algún altavoz por si se anima la cosa. Estar en casa es un gasto, tienes que poner el aire acondicionado y no podemos permitírnoslo. Ahora mismo estoy sin trabajar”, afirma.
—¿La noche cómo la pasa?
—Vivimos en un bajo. Sacaremos la tumbona y dormiremos en la terraza, directamente al raso.
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