La topiaria o el arte de recortar en la jardinería
El gusto de los romanos por dar forma a las plantas se extendió rápidamente por todos sus jardines y después saltó de la Italia de finales del siglo XV al resto de Europa
Desde tiempos de los romanos, el arte de tallar las plantas se hizo un hueco predominante en los jardines de todas las épocas posteriores. El jardinero de la antigua Roma, llamado topiarius, era el encargado de cuidar los jardines de las villas. Entre otros cometidos, realizaba la poda y recorte cuidadoso de los árboles y arbustos, para perfilarlos y generar figuras. Ese término acabó por definir el arte de dar forma a las plantas. Podían ser motivos geométricos, más orgánicos o, incluso, como ocurrió con el paso del tiempo, de estilo figurativo. La topiaria llegó entonces para quedarse en los jardines de toda Europa. Anthony Huxley, en uno de sus magistrales libros sobre la historia de la jardinería, cuenta que fue el escritor romano Plinio el Viejo, allá en el siglo I, quien menciona el uso de los cipreses (Cupressus sempervirens) como setos tallados en los jardines. Porque un simple seto recortado ya pertenece al antiguo arte de la topiaria. Estos muros vegetales se convirtieron, por tanto, en un elemento imprescindible en cualquier jardín, hasta el punto de que es casi imposible encontrar un espacio verde que no cuente con alguno. Y, si no es un seto, la topiaria hace acto de presencia con arbustos podados en forma de bola o cualesquiera otras figuras esculpidas con hojas y tallos.
El gusto que los romanos le cogieron al arte topiario fue considerable y se extendió rápidamente por todos sus jardines. Así lo atestigua Plinio el Joven al describir un lugar de su jardín toscano: “Desciendes por una suave pendiente, adornada con la representación de varios animales hechos de boj”. También en su particular edén verde se encontraban otras plantas perennes podadas en una gran variedad de formas, todas ellas domadas por las tijeras, “para evitar que crecieran muy altas”. Será en Italia, a finales del siglo XV, cuando la topiaria alcanzaría unas cotas de sofisticación muy elevadas, extendiendo después su estilo por el resto de Europa.
En Madrid hay un espacio renacentista ligado al rey jardinero, Felipe II, que atesora una superficie inmensa de arte topiario: los jardines del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. En las terrazas que rodean los muros “de Mediodía y Oriente” del edificio, como cuenta el padre Sigüenza, se encontraban los jardines más cuidados de todo el conjunto. Este monje jerónimo, consejero del rey Felipe II, describe cómo “vese aquí la infinita variedad de plantas, arbustos y hierbas que dan grande copia de flores”, tanto en verano como “en el más riguroso invierno”. Los jardines, “mirados de lo alto de las ventanas” gozan de “tan varios colores de flores blancas, azules, coloradas, amarillas, encarnadas y de otras agradables mezclas”, que “parecen unas alfombras finas traídas de Turquía, de El Cairo o Damasco”, asevera. La paisajista Carmen Añón recuerda que la presencia del boj (Buxus sempervirens), predominante hoy en día, no se produce hasta entrado el siglo XVIII. Lo que podemos contemplar hoy son cientos y cientos de metros de esta especie, primorosamente recortados, que deparan un viaje olfativo. Aunque es una aromática al uso, inunda el ambiente con un maravilloso olor ligado a los jardines históricos que habita comúnmente.
El boj es una planta perfecta para recibir este recorte continuado durante toda su existencia, si bien no ha sido la única. Otras favoritas en el pasado y en el presente son el tejo (Taxus baccata), el arrayán o mirto (Myrtus communis), coníferas como el ciprés o las arizónicas (Cupressus arizonica), y otros árboles como el haya (Fagus sylvatica), el carpe (Carpinus betulus) o los tilos (Tilia spp.), estos tres últimos para formar setos medios y pantallas vegetales. Sin embargo, las ventajas del boj son varias. La primera es que tiene un crecimiento lento, lo que evita una poda tan frecuente como ocurre con otras especies, como los aligustres (Ligustrum spp.) o la lonicera (Lonicera nitida). Además, cuenta con una hoja pequeña, lo que disimula muy bien el daño infligido. También es destacable su dureza y resistencia, aparte de ser capaz de prosperar sin problemas en zonas de sol o de sombra.
Una de las variedades de cultivo más plantadas en el Buxus sempervirens Suffruticosa, de crecimiento aún más lento y pequeño que el boj del que hablamos. Esta es una variedad perfecta para elaborar borduras de pocos centímetros de altura, que hay también en tantísimos jardines históricos. Está claro que la jardinería hubiera sido distinta sin la topiaria y, también, sin el boj.
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