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Un edificio moderno para estudiar la muerte

El Instituto de Medicina Legal de Madrid dejó atrás unas obsoletas instalaciones de los años setenta en la Ciudad Universitaria

Instituto de Medicina Legal Madrid Valdebebas
María José Perea, farmacéutica de uno de los laboratorios del Instituto de Medicina Legal.Kike Para
F. Javier Barroso

Un enorme rosco plateado es el único vestigio que se levantó de la faraónica Ciudad de la Justicia que proyectaron la presidenta regional Esperanza Aguirre y su consejero de Justicia, Alfredo Prada. Un enorme edificio que no da la sensación de amplitud y de enormes espacios que esconde en su interior con una enorme cúpula central por la se cuela la luz natural. El inmueble, que se encontraba aparcado y casi olvidado en una parcela de Valdebebas, en el norte de la capital, fue revestido y puesto en marcha en cuestión de meses en plena pandemia. El Instituto de Medicina Legal (IML) dejaba atrás a un obsoleto Instituto Anatómico Forense (IAF), que desde finales de los setenta se ubicó en la Facultad de Medicina, en la Ciudad Universitaria.

El IML se halla ahora a pleno rendimiento y todavía le sobran espacios sin utilizar, dado que cuenta con 23.000 metros cuadrados. Como vecinos, tiene al polémico hospital Enfermera Isabel Zendal y la Ciudad Deportiva del Real Madrid. El recinto se encuentra vallado y a él solo acceden los profesionales y los familiares de los fallecidos.

El cambio de denominación no resulta gratuito. Si al extinto IAF iban solo los fallecidos en la capital a los que había que hacer la autopsia y los casos más complicados de la región, al Instituto de Medicina Legal van los de toda la comunidad. Se ha convertido en el centro en el que se centralizan todas las autopsias, al que están obligados a acudir los profesionales de todos los partidos judiciales de la región. Y todo ello bajo la dirección del médico forense Eduardo Andreu Tena. “En algunas zonas se están resistiendo más porque está muy lejos para ellos y porque además supone que tengan que cambiar los hábitos de hace muchos años”, reconoce el responsable.

El edificio tiene planta circular y consta de seis alturas ―cuatro en superficie y dos subterráneas―. La parte más llamativa y a la que es imposible acceder está en la -1, pese a lo cual tiene luz natural debido al pequeño talud que rodea todo el inmueble. La sala de autopsias tiene 18 puestos en los que varios profesionales pueden estar trabajando a la vez. En caso de que fuera necesario ampliar su capacidad, está preparada para darle más espacio y poner más mesas especiales.

Al lado, hay una sala con 253 cámaras frigoríficas con llamativas puertas de color acero. En algunas, un papel en blanco recoge el número de fallecido y el año de ingreso: 1725/21, 1711/21… La mayoría no tiene cartelito. Al fondo, una sala de grandes dimensiones acoge una máquina básica para los forenses: un aparato de rayos X. “Se utiliza para ver donde están las balas en caso de muertes por arma de fuego y para los posibles casos de malos tratos a menores. Permite estudiar si hay fracturas previas ya curadas”, explica Andreu. “Un forense jamás se acostumbra a ver a niños o bebés muertos”, comenta, a renglón seguido, con voz dura.

El director del Instituto de Medicina Legal de Madrid, el doctor Eduardo Andreu, pasa junto a las cámaras frigoríficas.
El director del Instituto de Medicina Legal de Madrid, el doctor Eduardo Andreu, pasa junto a las cámaras frigoríficas.Kike Para
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La joya de la corona del edificio se encuentra a escasos metros las cámaras. Se trata de una sala de bioseguridad: un recinto sellado, con fortísima luz, sin huecos ni esquinas y con un nivel de seguridad tres (de los cuatro que hay) al que solo pueden acceder un puñado de personas. Hasta el momento no se ha usado, lo que es la mejor señal. Este recinto, que tiene unas medidas de entrada extremas ―solo se puede avanzar si se ha cerrado la puerta anterior y cuenta con cámaras de seguridad―, se destina a personas fallecidas por virus, bacterias o similares que pueden suponer un caso extremo de riesgo para la población.

Tiene tres cámaras frigoríficas. Y unas duchas que están obligados a utilizar sí o sí los forenses que la utilicen. El sistema de ventilación es negativo, por lo que nada sale al exterior, cuenta con depuradora propia y un sistema de flujo laminar para que el agua que entre en la depuradora principal del edificio ya vaya limpia. Además, el espacio tiene tres metros de altura y la luz tan potente se debe a que se puedan ver las manchas en todo el recinto.

El ingreso de los cuerpos se hace por el aparcamiento, situado precisamente en la planta -1. Justo debajo, en la -2, está el otro aparcamiento y las instalaciones necesarias para acondicionarlas y guardar en perfecto estado hasta 205 cadáveres en caso de que se produzca una catástrofe o incluso muertes masivas, como ocurrió en las primeras semanas de la pandemia por la covid.

La primera planta acoge dos curiosas salas. Dotadas con un pequeño anfiteatro y sendas mesas de autopsias tamaño XXL ―por si fueran necesarias para personas con obesidad mórbida―, se destinan a dar cursos de formación a sanitarios del Samur, a fiscales o estudiantes de Medicina. Uno de los encargados es el propio director que, pese a que no hace autopsias en los dos juzgados de la plaza de Castilla en los que está adscrito, no pierde su interés por la docencia y por su trabajo. No en vano es nieto, hijo y sobrino de forenses.

Puntos cardinales

Perderse y desorientarse en un edificio circular como este no resulta nada difícil. Por eso, se han colocado en todas las plantas pegatinas con los puntos cardinales. Además, las plantas van por colores. En la zona exterior, la más luminosa a cualquier hora del día, se han instalado los despachos y los laboratorios. En la interior, en la que da a esa enorme cúpula que parece sacada de la película Star Wars, los almacenes. En el edificio trabajan unas 400 personas, pero por las mañanas ―momento de mayor actividad― suele haber unas 80 como mucho.

El edificio no cierra nunca, porque en cualquier momento del día o de la noche puede ingresar un cuerpo. Algunos trabajadores se quejan de que está lejos y mal comunicado. A más de uno le cuesta llegar hasta dos horas desde su domicilio, frente a la hora como mucho que tardaban en acudir a la Ciudad Universitaria. “Está muy alejado de todo. La Renfe tarda mucho y la frecuencia de los autobuses es muy baja”, se queja un empleado, que prefiere no dar su nombre.

El laboratorio de Toxicología se encarga de estudiar las patologías o sustancias que podía haber tomado una persona: si consumía drogas, si tenía hepatitis o era seropositivo, entre otras muchas variantes. Para ello, les llegan muestras de muchos tejidos como sangre, orina, pelo o algún órgano. “También estudiamos si estaba contagiado por el coronavirus. Cada vez nos llegan menos casos de la pandemia”, reconoce la farmacéutica María José Pérez.

El área de Histopatología analiza al detalle los tejidos para ver las enfermedades de los fallecidos. Es una zona que cuenta con un pequeño ascensor en el que suben las muestras desde la sala de autopsias. En pequeños recipientes de plástico con una etiqueta con los datos del fallecido se conservan partes del corazón, el cerebro o cualquier otro órgano para su estudio. Tras conseguir muestras de cuatro micras, se introducen en las máquinas que las analizan. En un potente congelador ―con temperatura de 80 grados― se guardan muestras de un estudio de muerte súbita y cardiopatía congénita, en el que está muy implicado el doctor Andreu.

Uno de los pasillos del Instituto de Medicina Legal de Madrid.
Uno de los pasillos del Instituto de Medicina Legal de Madrid.Kike Para

La sección de Antropología es otro de los puntales del IML. Allí es donde se ven los restos óseos y se analiza cómo murió una persona fallecida hace tiempo. Tendida sobre una tela azul se ve gran parte de un esqueleto de un hombre que está siendo estudiado. Al fondo, una caja de cartón con el logotipo de la Guardia Civil está rodeada de más huesos.

El edificio tiene todavía algún ala sin utilizar, pendiente de destino. Se conserva como entregado por la constructora. De hecho, el IML se puso en marcha contra reloj en pocos meses y en un trabajo en el que estuvo implicado todo el personal del IAF y de la Consejería. Muchos muebles y utensilios se trasladaron, como mesas de escritorio o carros para transportar los cuerpos. “Son de acero y ya no se fabrican así. Los que compramos nuevos los diseñamos los auxiliares de autopsia y yo y se encargaron ex profeso”, reconoce Andreu.

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Sobre la firma

F. Javier Barroso
Es redactor de la sección de Madrid de EL PAÍS, a la que llegó en 1994. También ha colaborado en la SER y en Onda Madrid. Ha sido tertuliano en TVE, Telemadrid y Cuatro, entre otros medios. Licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, está especializado en Sucesos y Tribunales. Además, es abogado y criminólogo.

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