El fonógrafo ambulante y el ‘sonorario’ español
El archivo sonoro de la Biblioteca Nacional de España alberga una colección rica y extensa con documentos únicos que datan de finales de 1800
Entrar en el archivo sonoro de la Biblioteca Nacional de España (BNE) y que solo se oiga el termostato que regula la temperatura de la sala desorienta tanto a los sentidos como hacer una visita guiada por el Museo del Prado sin poder ver los cuadros porque están cubiertos por una sábana. “Esto que no ven, son Las Meninas; esto que no escuchan es una grabación de 1932 de una barraca de feria en una calle madrileña”. Cuesta imaginarse físicamente el contenido de un sonido, por eso María Jesús López Lorenzo, jefa de Servicio de Registros Sonoros del Departamento de Música y Audiovisuales de la BNE, cierra los ojos para intentar recordar el soporte en el que se encuentra el audio que busca: cilindro de cera, rollo de pianola, disco perforado, postal sonora, CD, pendrive...
El archivo alberga más de 600.000 documentos fonográficos distribuidos en cuatro plantas. Una colección rica y extensa con documentos sonoros únicos que van desde finales de 1800 hasta nuestros días. De la voz de Azorín al último disco de Aitana. Guardar los sonidos no es tarea fácil, ya lo vaticinaba el musicólogo y especialista en ecología acústica R. Murray Schafer “todo sonido se suicida y no vuelve”. La BNE todavía no se atreve a digitalizar algunos de los más de 628 cilindros de cera que cuidan en su “sonorario”, aunque pronto se pondrán a ello. Custodian cilindros azules de Amberol y de cera orgánica, ambos muy delicados, que podrían romperse en el proceso. “Los que tenemos digitalizados son porque ya lo hizo su dueño, Mariano Gómez Montejano, al que le compramos unos 400 cilindros. Estamos pendientes de adquirir el resto de su colección”, explica López Lorenzo.
El restaurador de Bienes Culturales Luis Crespo explica los delicados procesos de preservado y rehabilitación. Hay pocas técnicas que se conozcan al respecto y tuvo que acudir a su experiencia para encontrar el material que pudiera enfundar y proteger los cilindros de cera de la BNE: el Tyvek, “la tela con el que se hacen los trajes del CSI”. Él nunca había trabajado antes con soportes sonoros: “Pero conocía los rollos de cera que solían llevar los reyes junto a los documentos. Pensé que la forma de conservarlos sería similar”.
Gracias a ello, el archivo ha logrado proteger, entre otros, dos sorprendentes documentos sonoros de principios de 1900: Barraca de feria, la voz de un “hombre sin identificar” que invita a los madrileños a que se acerquen a ver al león del Atlas o al hombre de las siete cabezas; y El fonógrafo ambulante, la Zarzuela de Ruperto Chapí, que viene acompañada de un póster en el que aparece la figura de un hombre que solía recorrer los pueblos y las calles registrando los sonidos y las voces. Ambos forman parte de los “registros sonoros no musicales” que acogen desde pregones malagueños a trinos y ruiseñores canarios, una escena cómica en un tranvía que se dirige a la voz de alguien que imita a animales, el sonido de unas campanas de iglesia o la vida doméstica de 1955 grabada en un disco de 78 rpm. En la cara A: nevera eléctrica, máquina de coser (a manivela), molinillo de café (a manivela), roturas diversas. En la cara B: ducha, llenar lavabo, vaciado de lavabo, llenar una bañera de zinc, abrir y cerrar una puerta, puerta rechinante.
Voces del siglo pasado
Otro de los catálogos es “el archivo de palabra”, que puso en marcha el exdirector de la BNE, Tomás Navarro Tomás, durante los años de la Guerra Civil y que guarda las voces de escritores, filósofos y antropólogos como Ramón y Cajal, Pio Baroja, Azorín, Valle Inclán o Unamuno. Pero también canciones sefardíes, titiriteros madrileños, cuentos baturros, en bable, panocho, catalán o gallego. Todo un universo de lenguas, historias, cánticos y filandones bien guardados.
La jefa del servicio está ahora también en busca y captura de postales sonoras. “Tenemos solo una tarjeta postal, Los Barquilleros de Federico Chueca. En la imagen aparece una fotografía de las calles de Alcalá y Gran Vía”, cuenta. El archivo musical de la BNE ocupa más que el resto. Entre ellos están los más de 7.000 rollos de pianola que han restaurado gracias a un acuerdo con la Universidad de Barcelona, un software musical que transforma los agujeros de la notación del pergamino en ceros y unos y, por supuesto, a la labor de Luis Crespo. “Hemos tenido que ventilar los rollos para que el papel se secara lo máximo posible y detener la acción microbiana”, explica él.
Muchos de los pergaminos están desgastados por los bordes del uso de la máquina, les falta el enganche o presentan agujeros con los que hay que tener cuidado para que el software no lea un agujero, un roto, como señal. “Yo digo en broma que es como si un Beethoven sonase como los Rolling Stones”, bromea Crespo. Tuvo que recuperar las técnicas japonesas que aprendió para reparar los pergaminos y rollos colgantes y aplicarlas a este nuevo formato. “Habrá cinco restauradores en el mundo que hagan esto, pero no creo que lo hagan de la misma manera que lo hago yo”, asegura.
Los documentos fonográficos que maneja la BNE son complicados de custodiar por dos razones. “Por la inmaterialidad de su contenido y porque el propio documento debe ser conservado para volver a reproducirlo”, dice María Jesús López Lorenzo. “No es un objeto que vayas a poner en una vitrina” añade Luis.
Paisajes sonoros
En el mismo Paseo de Recoletos, en el bulevar frente a la Biblioteca Nacional, un hombre anima a los viandantes a que se acerquen y compren flores: “¡Vaya rosas que llevo! ¿Eh? ¡Vamos, cara guapa, que se acaban las rosas!”. El tráfico insonoriza la fuente de Cibeles, los turistas esperan en silencio en la cola del Museo del Prado, alguien canta en la calle en frente del Teatro Real, versionando a Agustín Lara: “Madrid, Real Madrid, en Champions se piensa mucho en ti”. La ciudad pide a gritos un nuevo fonógrafo ambulante.
La investigadora y artista sonora Susana Jiménez Carmona bien podría ser una fonógrafa ambulante de hoy. Entre sus paisajes sonoros están el Mercadillo de los martes en el distrito de Villa de Vallecas; el Rastro; los gorriones en el Palacio de Cristal; los viajes del agua de Madrid o las ovejas carranzas y lachas de la Casa de Campo. Ha trabajado también con los estudiantes de los institutos Pedro Salinas y Ramiro de Maeztu y con el colectivo de mujeres Territorio Doméstico, formado por trabajadoras de hogar.
“Es cierto que no utilizamos tanto la grabación cotidiana del sonido que nos rodea como la fotografía, pero sí se está activando cada vez más y gracias a los audios de mensajería instantánea”, explica. Aunque los audios de WhatsApp son tan difíciles de conservar como los archivos sonoros de la Biblioteca Nacional, a veces quedan olvidados en los hilos de las conversaciones sin haber liberado su contenido, la aplicación no los registra en ninguna carpeta propia y es complicado lograr volver a ellos pasado un tiempo.
¿Serán los audios de WhatsApp los próximos discos de Oro de las Voyage? Jiménez cree que no es necesario registrarlo todo, pues la naturaleza del sonido es también la de perderse. Pero que, si se hace, que no sea por el valor futuro, sino por el valor del momento. “Un vaso de plástico arrastrado por el viento por el Parque de las Tetas de Vallecas, yo sé que la persona que lo escuchó y lo grabó lo hizo porque pensó que aquel era un instante hermoso”, agrega.
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