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Estación en curva
Columna
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Almudena y Manuela

En estos fríos días, aquel pregón de San Isidro devuelve el amor por Madrid y las palabras

Almudena Grandes y la entonces alcaldesa, Manuela Carmena, en el balcón de la plaza de la Villa, durante el pregón de las fiestas de San Isidro de 2018.
Almudena Grandes y la entonces alcaldesa, Manuela Carmena, en el balcón de la plaza de la Villa, durante el pregón de las fiestas de San Isidro de 2018.Ayuntamiento de Madrid
Antonio Ruiz Valdivia

“Ese es el Madrid que amo, un caos misteriosamente ordenado, la villa que se ha fundado a espaldas de palacio y que no es distinguida, ni falta que le hace. La corte de los milagros, ¡claro que sí! ¿Por qué acaso no es un milagro del azul el cielo que nos cubre?”.

“Todos los días alguien se burla del Manzanares porque no entiende nada, que el verdadero río de Madrid es la Castellana, que su virtud suprema es la velocidad, que su patrimonio más valioso es su espíritu resistente, la feroz determinación con la que se aferra a la vida, hasta en los momentos peores”.

“Capital del dolor, capital de la gloria. Esta es la ciudad que nunca se detiene. Una superviviente capaz de renacer una y otra vez de sus propias cenizas”.

Esas frases las pronunció una emocionada Almudena Grandes desde el balcón de la plaza de la Villa durante su pregón de las fiestas de San Isidro hace tres años. A su lado estaba la entonces alcaldesa, Manuela Carmena. Estremece recordar esas palabras durante estos fríos días, dan calor en una ciudad perdida tras la marcha de la escritora. Porque ella era Madrid, nadie ha contado en las últimas décadas sus calles como ella. Descripciones maravillosas, realistas, detallistas, que discurrían entre adoquines y aceras. Su gente.

Malasaña está triste, su barrio. Los vecinos lo comentan, muchos fueron con sus libros al cementerio. Ella era parte de este corazón, uno se la cruzaba paseando por la calle Fuencarral, de camino al mercado de Barceló o votando en una mesa electoral en el colegio de la plaza del Dos de Mayo. Y duele ver que los concejales del PP, Vox y Ciudadanos hayan votado en contra de nombrarla hija predilecta. Pues entérense bien, no es que sea hija predilecta, es que ella es Madrid.

Debería editarse ese pregón para tenerlo en todas las bibliotecas, ese canto a una ciudad “enamorada de la felicidad”. Porque ese balcón simboliza esa urbe que también abraza, que quiere cuidarse, que mira a la cara, que escucha, que acaricia, que recobra el sentido de la palabra. Precisamente Manuela Carmena se ha decidido a publicar estos días un libro en el que cuenta su experiencia en el Ayuntamiento capitalino durante cuatro años y anima a los representantes públicos a hacer cosas tan básicas como decir la verdad. Se marchó con una sensación nada positiva de la política: “Una guerra absurda, con todos los atributos propios de la extrema confrontación militar, sin más objetivo que alcanzar el poder”.

Y no hay más hermoso poder, en cambio, que el de la palabra. No hay mayor devoción a la vida que la de una estantería llena de libros. Y repleta de todas las obras de Almudena Grandes. Esta ciudad es ella y ella es esta ciudad. Nos enseñó muchas historias que se quisieron tapar durante años en las calles. Los concejales pasarán, pero ella seguirá rondando los tejados y los corazones de Madrid.

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