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A mi bola
Columna
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Black Friday

Vamos empalmando fiestas, descuentos, celebraciones y lo que en principio pretendía ser un ahorro se convierte en una dinámica de compra desmesurada de cosas que ni necesitamos

Un cartel publicitario anuncia rebajas con motivo del Black Friday, en la calle de Preciados.
Un cartel publicitario anuncia rebajas con motivo del Black Friday, en la calle de Preciados.Alberto Ortega (Europa Press)
Asaari Bibang

Llega el Viernes Negro, y con él la necesidad de aprovechar las ofertas inigualables de cosas que igual tampoco nos hacían tanta falta.

Esta oportunidad única nos ofrece rebajas que no podemos disfrutar ningún otro día del año, excepto el cybermonday, las rebajas de enero, el Blue Monday, San Valentín, el Día del Padre, el Día de la Madre, el Día de los Singles, las rebajas de verano, la de invierno y mi favorita, la de las tiendas de oferta por liquidación que por lo que sea nunca se acaban de liquidar.

En España se ha celebrado desde 2013, convirtiéndose, con el auge de la venta online, en una nueva tradición, una tradición basada en la cultura del consumismo, como Halloween. Fiestas en las que acabamos entrando al trapo, ya sea por voluntad propia o adaptación al medio.

Son celebraciones en las que ni siquiera te juntas con los tuyos para comer. Tampoco hay que hacer regalos. Basta con comprar.

Algunas veces incluso nos metemos en Internet sin una idea clara de lo que vamos a comprar, esperando que la pantalla te recuerde aquello que tanto necesitas.

Y no solo eso. Por lo que he descubierto estos últimos meses, ya ni siquiera es necesario googlear el producto o aceptar cookies para que tu timeline te sugiera artículos de tu interés. Ahora vale con mencionarlo con tus amigos, que, como por arte de magia, al día siguiente aparecerá alguna oferta del producto en tu móvil. “emo sio engañaos”

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Para el pequeño comercio, sin embargo, esta nueva tradición no ha venido con un pan debajo del brazo. El esfuerzo para poder competir con las ofertas de las grandes empresas es hercúleo. Sobreviviendo a un aumento constante de los costes, las subidas de gastos como la luz o el pago mensual de la cuota de autónomos.

Lo que empezó como Black Friday se alarga toda una semana, a veces todo un mes. Vamos empalmando fiestas, descuentos, celebraciones y lo que en principio pretendía ser un ahorro se convierte en una dinámica de compra desmesurada de cosas que ni necesitamos. Madrid se vuelve intransitable.

Llegan estas fechas, y las plataformas digitales se llenan de familias negras promocionando el Black Friday como si esas personas fueran de otro color el resto de los días de la semana.

Una estrategia de marketing que sin duda funciona, del mismo modo en que lo hace con los anuncios de chocolate en los que podemos ver modelos negras, mostrando su preciosa piel, equiparado al producto que se anuncia.

Perpetuando un imaginario que personalmente rechazo y un tokenismo del que recomendablemente nos tendríamos que ir deshaciendo poco a poco.

Dicho esto. Me voy a seguir planteando si aprovecho esta semana para comprarme la plancha para el pelo que necesito… o me espero.

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