Hojas de otoño
Amarillos, anaranjados, rojos y marrones. La otoñada de los árboles no es un solo un recurso poético y filosófico de estos días, sino un proceso importantísimo en el bagaje anual de cada especie caduca
La fiesta del otoño nos rodea en la ciudad y en el campo. Árboles, arbustos, herbáceas… todo vegetal siente que el invierno está llegando, a cada minuto que pasa, y se prepara para ello. Un paseo por cualquier parque o jardín nos depara un banquete para la vista, que se saborea a cada pestañeo. Amarillos, anaranjados, rojos y marrones, ya sea en la copa de los árboles o en una alfombra de lujo a nuestros pies que ya quisieran muchos sitios de postín. En los pasos amortiguados por las hojas, admiramos la sintonía de las ramas con el clima, que dejan caer al suelo un tesoro que les ha costado crear muchos meses de trabajo y de esfuerzo.
Pero la otoñada de los árboles no es un solo un recurso poético y filosófico de estos días, sino un proceso importantísimo en el bagaje anual de cada especie caduca. Así que recopilaremos algunos datos que nos sirvan para comprender un poquito más este milagro colorista, desde el lado de la botánica.
Gerard Passola, experto en arboricultura, nos recuerda que el otoñamiento de los árboles es un mecanismo natural que se produce por el descenso de las horas de luz diarias y la bajada de la temperatura. Hay especies que comienzan a amarillear muy prematuramente, a las que les afecta mucho la menor cantidad de sol en cada jornada. Otras especies, en cambio, tardan más en desprenderse de las hojas, al tener una genética que las hace ser más resistentes a ambos factores de estrés: mayor tiempo de oscuridad y mayor frío.
Lo que ocurre detrás de cada una de las hojas amarillas que caen al suelo es un complejo sistema de recuperación de la energía. Sería tonto, por parte de la planta, desechar las hojas sin antes haber reabsorbido sus nutrientes. Y eso es lo que hace el árbol, rama a rama, hoja a hoja, célula a célula. Va recuperando lentamente, y sin descanso, los nutrientes móviles que aloja en sus tejidos vegetales. Los almacenará, en forma de almidón, en las partes leñosas más jóvenes, concretamente en la albura. De esta forma, cuando llegue el despertar en la primavera, allí tendrá la suficiente energía para producir de nuevo toda su factoría fotosintética, todas esas hojas.
Es en estos momentos cuando cada hoja nos muestra su verdadero color. La clorofila, ese pigmento verde que interviene en el proceso de la fotosíntesis, oculta y enmascara los colores amarillos y anaranjados que también están presentes.
Ahora bien, ¿cómo decide el árbol qué hojas serán las primeras en caer? Entonces debiéramos tener en cuenta cuáles son las más valiosas para él. Así, las que consiguen realizar más fotosíntesis, las que son más trabajadoras por decirlo de otra manera, serán las últimas a las que el árbol les diga adiós. Sin embargo, las que se colocan en las partes internas de sus ramas, que no reciben tanta luz, serán de las primeras en caer, como si se tratara de malas empleadas que no realizan su trabajo de manera eficiente.
Un proceso regulado por hormonas vegetales
Todo este proceso está regulado por varias hormonas vegetales, llamadas fitohormonas. Allí donde la rama de un árbol crece con mayor vigor, por producir más energía para el individuo, allí que se generará entonces mayor cantidad de unas fitohormonas, las auxinas, que estimularán a la raíz a favorecer y potenciar a esa rama trabajadora. Por el contrario, si otra rama no produce energía, tampoco producirá auxinas. En consecuencia, acumulará en sus tejidos otra fitohormona, el ácido abscísico, encargado de despedir todo lo que no es útil para el vegetal, y acabará por tirar todas sus hojas. De esta forma, lo normal en un árbol sano y joven es que las últimas hojas en caer, incluso en amarillear, sean las de las puntas de cada rama, en lo alto de la copa. Y esto se debe a esa abundancia de auxinas, que nos indican dónde tiene mayor vigor ese árbol.
Si vemos un árbol colorearse de rojo, eso oculta otro proceso muy complejo. Lo que ocurre es que cada hoja se tiñe con los antocianos, unos pigmentos rojizos que actúan como nuestra melanina. Ambas sustancias funcionan como un fotoprotector frente a la acción de los dañinos rayos ultravioletas del sol. Mientras las hojas se pigmentan de rojo, bajo ellas ocurre la retirada absoluta de todos los nutrientes que le pueden ser útiles al árbol, para llevárselos a sus tejidos de reserva.
Una vez que todos esos azúcares han migrado a sus partes leñosas, la hoja caerá, para contribuir con sus carmesíes al ajedrezado de amarillos y marrones que le esperan en el suelo. Cuando aumenten las temperaturas en primavera, toda esa materia orgánica que yace en la tierra pasará a ser descompuesta por microorganismos, enriqueciendo el sustrato, lo que será aprovechado por el árbol. Aunque quizás prefiramos obviar toda la magia de esta química, y sentarnos en un banco al sol del otoño en alguno de nuestros parques.
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