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aquí sí hay playa
Columna
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El bache

No sirve aspirar a los Juegos Olímpicos si no somos capaces de arreglar un agujero en una calle

El agujero en el paso de peatones entre la calle de Río Nervión y la de Luis Ruiz de Madrid.
El agujero en el paso de peatones entre la calle de Río Nervión y la de Luis Ruiz de Madrid.Antonio Jimenez Barca Barca
Antonio Jiménez Barca

En la confluencia de la calle de Río Nervión con la de Luis Ruiz, en el barrio de Bilbao, a un paso de San Blas, está el bache. Es un hoyo profundo y traicionero, de casi un palmo, que además, gracias a un cambio de rasante, cuando uno va de bajada no se ve bien. La capa rota de asfalto deja ver otra de cantos rodados que hay por debajo, como en una de esas catas arqueológicas que se ven en los documentales de civilizaciones perdidas.

La primera vez que me enfrenté al bache iba a ver a mi padre, que vive por ahí. Me pegó tal puñetazo a los bajos del coche (el bache, no mi padre) que pensé que se había cargado la tapa del delco o el cigüeñal o la dirección lo que quiera que haya en esa parte misteriosa del vehículo. Paré, aparqué al lado, me bajé y lo observé. Por entonces no medía ni 30 centímetros de ancho, aunque ya era profundo y prometedor.

Me encogí de hombros. Proseguí mi camino. A la semana siguiente, en otra visita a mi padre, el bache, al que yo había olvidado, me pegó otra patada. Volví a aparcar el coche y volví a mirarlo: había crecido un poco, había engordado o ensanchado, o lo que sea que haga un bache urbano y dinámico cuando encuentra condiciones medioambientales para prosperar.

Eso ocurrió hace muchos meses. Tal vez el bache nació, o surgió o emergió, a raíz de la tormenta Filomena, allá por enero, que tantas consecuencias geológicas acarreó para la ciudad. La verdad es que no lo sé. Lo que sí sé es que, semana tras semana, visita tras visita, el bache seguía allí. Con el tiempo, claro, comencé a acordarme de él cuando me aproximaba al cruce, y a partir de la semana cuarta o quinta aprendí a esquivarlo, no sin antes dejar de admirar cómo se desarrollaba, cómo se iba haciendo con casi toda la calle.

Hace unas semanas, el alcalde Almeida y la vicealcaldesa Villacís se enzarzaron en una discusión algo absurda sobre a quién correspondería anunciar que Madrid se postulara para albergar unos Juegos Olímpicos. La polémica indica que lo volveremos a intentar. Para un alcalde (y para una vicealcaldesa), organizar los Juegos Olímpicos de su ciudad debe de ser una de las formas de haber llegado, de alcanzar la cumbre. No se lo reprocho. Tal vez lleven razón. Pero me pregunto de qué sirve aspirar a lo más grande si no sabemos hacer lo más pequeño, para qué levantar un gran estadio si somos incapaces de reparar un agujero en una calle de bajada. Me da que en el bache del barrio de mi padre cabe la Villa Olímpica, señor alcalde. Así que el día el que anuncie que quiere de nuevo competir por los Juegos yo iré a ver si el bache sigue ahí. Ya le diré.

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Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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