‘In my opinion’
Un experto en comunicación que se gana la vida fabricando relatos cayó en todos los tics que generan rechazo en el interlocutor
La radio perdió algo de magia el día que entraron en los estudios cámaras de televisión para difundir las imágenes en redes sociales. Era bonito imaginar el rostro, el cuerpo de la voz que nos acompañaba, que nos gustaba. Y es importante conservar el misterio. Lo aprendieron las parejas que lo perdieron antes de dolorosas rupturas y lo aprendió, a lo bruto, en prime time con Jordi Évole, Iván Redondo, exjefe de gabinete del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.
Cuesta creer que alguien que ha sido tan eficaz —probablemente como en ninguna otra tarea— en crear y manejar esa ola de misterio, de expectación y curiosidad, haya dilapidado su imagen en una hora de entrevista, pero así ha sido, al menos, para el tribunal de Twitter.
El experto en comunicación, el hombre que se gana la vida fabricando relatos, cayó en todos los tics que generan rechazo en el interlocutor, a saber:
—Llenar sus frases de términos en inglés: “in my opinion”, el “inhouse de la política”, “los stateholders” , “el back office”, “la situation room”…
—Exagerar: “A los 12 años quería dirigir el país y gobernar para los débiles”; “Rajoy eligió a Pedro Sánchez. Cada presidente elige a su mejor creación”.
—Mentir: “Esto no estaba preparado. Mira…”, al sacar del bolsillo dos elementos cotidianos: una reina y un peón de ajedrez. Por cierto, no es la primera vez que improvisaba esto. Ya enseñó las piezas en 2016 —y quién sabe cuántas veces más— en una entrevista en La tuerka con Pablo Iglesias.
—Ser condescendiente y pedante: donde tú ves un vaso de agua, él ve una metáfora sobre “los tiempos líquidos de Bauman” que ya leyó en 2015. Decirle al periodista: “De esto va esta entrevista…”.
—No contestar a lo que se pregunta; empezar cada respuesta con una introducción innecesaria para ganar tiempo: “Lo primero que te tengo que decir es…”; “te voy a decir algo”; “te voy a hacer una provocación”; “te diría una cosa”; “deja que te cuente…”.
—La falsa modestia: “No soy tan importante”. “Tengo que estar en mi discreto segundo plano”. Y, unos minutos más tarde: “El día que me fui hubo llantos, aplausos, mucha emoción”.
Cuesta creer que alguien que ha sido tan eficaz —probablemente como en ninguna otra tarea— en crear y manejar esa ola de misterio, de expectación y curiosidad, haya dilapidado su imagen en una hora de entrevistaNatalia Junquera
Y al revés, no utilizó los mecanismos de defensa, ni uno solo de los trucos de la comunicación política (y no política) para salir de un aprieto. A saber:
—Conceder parte del argumento al interlocutor. El mítico “tienes razón, pero…”. Redondo respondió a cada pregunta con enmiendas a la totalidad sobre hechos —desafortunadamente para él— contrastables.
—Admitir parte de culpa. No hay nada que nos guste más que nos pidan perdón porque nos permite ser magnánimos. Pero él echó todos los balones fuera: “Mi incidencia en ese tipo de acciones es mínima” (sobre el ridículo saludo con Joe Biden); “Los asesores llevan los temas que nos encargan”; “Yo no dirigí la campaña de Madrid”; “No se quiso contar con mi opinión [para la moción en Murcia]”; “Yo no soy piloto, soy ingeniero”…
—Ser o parecer auténtico, espontáneo, sincero, algo totalmente incompatible con las frases prefabricadas, traídas de casa: “Saber ganar, saber perder, saber parar”; “te voy a decir algo sobre el lenguaje presidencial: hay que ser presidente para poder usarlo”; “factor superador, factor reparador”.
La entrevista puso de manifiesto el trabajo en la sombra de periodistas que batallan cada día contra esas jergas huecas de mensajes deliberadamente confusos de los políticos para ofrecer al lector, oyente o espectador una traducción con sentido y contenido. Mostró también que, a veces, la mejor forma de hacer un retrato es dibujar las contradicciones; que el poder crea burbujas flotantes que separan a quien lo tiene del suelo, y que a menudo somos nuestros peores enemigos.
Dicho sea in my opinion.
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