Nostalgia por el calor de un Madrid no vivido
Las imágenes veraniegas en blanco y negro del archivo Santos Yubero provocan un extraña sensación de pertenencia y de melancolía prestada
Gracias al fotógrafo Martín Santos Yubero descubrí que en Madrid sí que hubo una playa, creada a orillas del río Manzanares poco antes de que estallara la guerra.
Uno de mis primeros trabajos como periodista tras llegar a la ciudad para estudiar la carrera fue el zabullirme en su archivo de imágenes. Su inabarcable trabajo ayudaba a ilustrar varios coleccionables dominicales con el que un periódico de tirada nacional intentaba vender más ejemplares recordando distintos episodios de la España del siglo XX. Todas las mañanas durante casi un año pasaba ante mis ojos el legado de un hombre hecho a sí mismo cuya cámara lo registró todo en este país, principalmente en la capital.
Las instantáneas nacidas de sus propias manos, y las de la agencia gráfica que creó de la nada -son cientos de miles las que almacena la Comunidad de Madrid-, daban pie a una nostalgia imposible. A mi yo veinteañero que apenas llevaba un lustro conociendo la ciudad le invadía una extraña sensación de pertenencia. Esa melancolía prestada se alimentaba al adentrarme a diario en un edificio industrial de ladrillo rojizo y estilo neomudéjar que en su día fue la fábrica de cerveza El Águila. Allí, en Delicias, es donde se encuentra este palacio de la memoria colectivo que es el archivo regional.
La ropa, las costumbres, los grandes acontecimientos, los lugares emblemáticos, los icónicos personajes y las heridas de un conflicto fratricida construían en mi mente una gigantesca fotografía de Madrid. Ese trabajo me dejó sin verano. O, mejor dicho, me impuso mi primer agosto en la ciudad.
La exposición virtual ¡Qué calor! recuerda estos días, echando mano de ese mismo fondo fotográfico, cómo los madrileños del siglo pasado combatían las altas temperaturas a golpe de abanico, sombrilla y botijo. Puede encontrarse en www.madrid.org/archivos/.
La vida de los madrileños del pasado, entre las décadas de los treinta y de los setenta, con menos grados que ahora pero sin aire acondicionado y, en muchos casos, ni tan siquiera ventilador, se revive en esta muestra. Fuentes, bocas de riego y barreños donde amontonar agua; albercas y piscinas como la de Playa Victoria, de Tetuán, o Parque Sindical, en Puerta de Hierro, para remojarse; sandías, polos de helado y horchatas con los que calmar la sed.
A través de Santos Yubero también supe que, durante algunos momentos estivales, la Gran Vía quedaba de verdad desértica. Esa avenida que un reportero de viajes estadounidense describió no hace muchos años como un lugar todavía más transitado a las cinco de la mañana que a las cinco de la tarde. Solo en sus fotos la había visto así de vacía, hasta que una pandemia logró que volviera a estarlo.
Con esas imágenes en blanco y negro vuelve a mí la añoranza de un Madrid no vivido, aunque esta vez lo sienta con algo más de propiedad.
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