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Bernardo Fuster resucita a su ‘alter ego’ de los años clandestinos

El cantante de Suburbano vuelve a grabar las canciones antifranquistas que publicó durante su exilio en París y Berlín, cuando se hacía llamar Pedro Faura

Bernardo Fuster Pedro Faura
Bernardo Fuster, en el parque del Retiro.INMA FLORES (EL PAIS)

Por estas cosas de la vida, Bernardo Fuster (Madrid, 69 años) ha frecuentado el juego de las dobles identidades. Hace no tanto, cuando su pelambrera lucía más rizada, terminó acostumbrándose a firmar autógrafos de tanto en cuanto en nombre del actor Óscar Ladoire, con el que le solían confundir. Pero allá por sus años mozos, la figura del alter ego no era fruto de un razonable parecido fisonómico, sino del más puro instinto de supervivencia.

Muchos lo desconocen incluso hoy, casi medio siglo después, pero el copartícipe junto a Luis Mendo del grupo Suburbano desapareció entre 1972 y 1976 de la faz de la tierra, oculto bajo el seudónimo de Pedro Faura. Como tal ejerció la clandestinidad por media España, escapando de una policía que le tenía por un peligroso anarquista subversivo. Y como tal tuvo el cuajo de grabar en Alemania un par de álbumes con canciones llamadas a ser himnos en los círculos de la resistencia antifranquista.

Cualquier aficionado a la canción de autor asocia los nombres de Fuster y Mendo a títulos tan paradigmáticos como Arde París, Makinavaja o, por encima de cualquier otro, La puerta de Alcalá. Más de uno, en cambio, se llevará una sorpresa cuando descubra reliquias de la canción política como Canción del maquis, Cárcel de Ocaña, Canción de la esperanza o las que daban título a aquellas dos raras grabaciones berlinesas, Manifiesto (1974) y Volver es no volver atrás (1976). Son composiciones militantes y comprometidas, hijas de un tiempo y sus circunstancias, emotivas en su componente lírico y elementales en la parte musical. Pero necesarias para comprender la biografía de su firmante y la idiosincrasia de aquella España convulsa. Y perfectamente inencontrables, incluso para su autor: ni el propio Fuster conserva un solo ejemplar de Volver…, aunque ahora parece que le han localizado uno en una tienda alemana de antiguallas.

Ajuste de cuentas

El cantante y compositor madrileño nos ha citado frente al Ángel Caído, en pleno Retiro, para ejecutar un pertinente ajuste de cuentas con su propio pasado. “Pedro Faura ejerció como una voz activa del antifascismo en aquellos círculos del exilio de Berlín y París”, rememora Bernardo. “Pero en cuanto pude regresar a España, con la amnistía de julio de 1976, decidí enterrarlo. Enseguida me integré en el grupo Tábano de teatro, conocí a Luis, fundamos Suburbano, comenzamos a colaborar con Luis Eduardo Aute. Pasé página”. Fuster fue el primer interesado en difuminar el recuerdo de Faura, aunque bajo tal identidad hubiese actuado ante Rafael Alberti, alternado con el cantautor portugués José Zeca Afonso y el vasco Imanol, o trabado amistad con el escritor José Bergamín, emblema histórico de la Alianza de Intelectuales Antifascistas.

Fue Faura, y no Fuster, quien frecuentaba a su ídolo Paco Ibáñez en la carpintería que este compartía con su hermano Rogelio en la rue Delambre. Era Faura el que luego veía a Ibáñez jugar al ajedrez y apurar unos tragos con Georges Moustaki en la taberna colindante. Pero pasar página a veces implica también renegar de uno mismo. En más de una ocasión, inmerso en tertulias políticas con amigos de la izquierda, le llegaron a preguntar a Bernardo si había llegado a coincidir algún día en el exilio “con aquel tal Pedro Faura”. Él respondía que sí, que un día estuvo en uno de sus conciertos, pero que nunca más supo de él. “Era pudor, puro y duro”, recapacita. “Con el tiempo he comprendido que no tenía sentido tanta autocrítica con aquellos comienzos musicales. Hoy los asumo sin arrepentimiento. Puedes decir alguna cosa distinta a las que decías en el pasado, pero no puedes cambiar lo que hiciste”.

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Con el tiempo he comprendido que no tenía sentido tanta autocrítica con aquellos comienzos musicales. Hoy los asumo sin arrepentimiento

Por eso Bernardo decidió aprovechar el barbecho de la pandemia para desempolvar las páginas más significativas de su sosias clandestino y regrabarlas, junto a Mendo y el acordeonista Javier Palancar, en un disco titulado Que el tiempo no borre. El autor revisita aquellas estrofas con un aire íntimo, contenido, incluso sentimental, alejado de aquel tono más inflamado que alentaba las grabaciones originales. Y las completa con alguna canción inédita y varios poemas que recita para la ocasión Laura Casielles, una poeta asturiana de 35 años que mantiene viva la llama de la conciencia solidaria y progresista. Porque Franco murió hace mucho, pero bien se ve que el peligro de la involución permanece.

Banda sonora de una generación

El resultado, argumenta Fuster, es testimonio y banda sonora de aquella generación que se revolvió contra la dictadura, aun a costa de pasar mucho miedo y asumir riesgos muy reales. Bernardo ha podido reencontrarse con aquel jovencito imberbe que se empapó de los ideales anarquistas en el patio de un instituto valenciano y acabó integrándose en un grupúsculo, Bandera Negra, donde no mucho después coincidiría con Salvador Puig Antich, uno de los últimos ejecutados por el régimen.

Hoy rememora tardes de carnés de identidad falsificados y madrugadas imprimiendo pasquines sediciosos en una imprenta clandestina. Se sonríe –y estremece– con el recuerdo del primer acto de calado en el que participó, el derribo de la estatua de José Antonio en Valencia, en connivencia con un conductor de la empresa municipal de autobuses (“aquel día escuché por vez primera cómo sonaban los disparos de la policía”). Y ha vuelto a asumir, de paso, que la hiel de las disensiones en el seno de la izquierda proviene de muy lejos. “Yo me desligué del FRAP [Frente Revolucionario Antifascista y Patriota] cuando una fracción asumió como legítimas las acciones directas contra los agentes del orden público”, detalla. “Me parecía un sinsentido, no había respaldo popular para combatir a Franco por la vía de la fuerza. Pero de la noche a la mañana me convertí, a ojos de algunos compañeros con los que me había jugado la vida, en un ‘agente de la burguesía’ o un ‘vendido al socialimperialismo’. Fue un proceso amargo”.

De las comunas berlinesas a la Puerta de Alcalá

Ha vivido tanto Bernardo Fuster que lo suyo podría dar para una película o, quién sabe, una serie de Netflix. Desterró hace mucho su primer apellido, Feuerriegel, cuando descubrió que su padre, alemán y excombatiente de la Segunda Guerra Mundial, había llegado a ejercer como jefe de las Juventudes Hitlerianas en España. Vivió sus primeros campamentos, en plena adolescencia, como jovencísimo integrante de la OJE, la rama juvenil de Falange. Cantó el 'Cara al sol' una y mil veces, “como era preceptivo”. Y cuando se sublevó contra aquello, lo hizo con todas las consecuencias. Aunque tuviera que esconderse, exiliarse, renunciar al seno de una familia acomodada.

 

Conocer aquel Berlín de 1974, en un piso compartido con dos chavales españoles de la Escuela de Cine, supuso abrirse a un mundo efervescente e inimaginable desde tierras ibéricas. “Era un paraíso jipi y alternativo, una ciudad tan agreste que no había gente mayor ni se pagaban impuestos. Incluso llegué a vivir alguna temporada en comunas, aunque a los 15 días te hartabas. La gente se quitaba la comida de la nevera, era un desmadre”.

 

Apenas una década más tarde, en 1986, a Fuster le cambiaría la vida para siempre. Una canción algo disparatada que había escrito junto a Luis Mendo y Paco Villar, 'La puerta de Alcalá', cayó de chiripa en manos de Víctor y Ana y se convirtió en uno de los mayores éxitos en toda la historia de la música española. Lo gracioso, claro, es que la inmensa mayoría del público no le pone cara a él como autor de aquellas estrofas. “Hace poco”, relata divertido, “pasé por delante del monumento y un grupo de chavales me pidió que les hiciera una foto con su móvil. Mientras posaban se pusieron todos a canturrear:

 

‘Mírala, mírala’. Por un momento estuve a punto de contarles que yo era quien había escrito aquello, pero me contuve las ganas. En primer lugar, no me iban a creer. Y a continuación, pensarían que era un señor mayor inventándose batallitas para ligotear con ellos…”.

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