Bienvenidos a la fiesta de Ayuso
El edificio principal de la Puerta del Sol acoge la toma de posesión de la presidenta de la Comunidad de Madrid con cerca de 80 invitados, la mayoría del PP
Isabel Díaz Ayuso baja las escaleras centrales del edificio principal de la Puerta del Sol. Ataviada con un vestido fucsia de la diseñadora Vicky Martín Berrocal ―”modelo especial price”― que, según la web, cuesta 207 euros, desciende paso a paso las escaleras. Una muchedumbre de fotógrafos se agolpa detrás. La marea de gente está a pocos pasos. Es España. La foto de portadas de los periódicos está en juego. Todo su equipo de comunicación lo sabe. Insisten en que baje sola. Ella, visiblemente emocionada, se acerca a la multitud.
Paso a paso. Con delicadeza. Al llegar, se da cuenta de que, además de sus simpatizantes, la gran masa de gente era en realidad una manifestación a favor del pueblo Saharaui. Ayuso, ajena, levanta la mano derecha y comienza a girarla de lado a lado con un saludo parecido al que hace el Papa en la famosa ventana blanca del Vaticano. Comienza a acariciar las manos de sus seguidores. Es la reina de la jornada. Su toma de posesión como presidenta de la Comunidad de Madrid acababa de terminar hace unos minutos. Un grupo de señoras se acerca hacia ella casi entre empujones. “¡Guapa, guapa!”, grita una como si fuera la virgen de la Macarena de Sevilla. Justo al lado, otra señora decide ser más tajante. Va con todo:
Ayuso se gira. No era un piropo, era prácticamente una orden. La gente se da cuenta de que la señora ha dado en el clavo. No es lo mismo ser guapa, que salvar a España. “Eso, eso”, responde otra señora desde la otra punta. Un hombre de unos 50 años repite la frase: “Salva a España, Isabel”. Otro, al ver que la señora abrió el camino, quiere también su cuota de atención, que tampoco era muy difícil porque estaba a un metro. “De aquí a La Moncloa”. Ayuso sonríe. “¡Grande Isabel! Los indultos que se lo metan donde les quepa”, indica otro cuatro veces por si no quedaba claro. Ayuso sube de nuevos las escaleras. Vuelve a su casa, donde acaba de ser de nuevo entronada. Sonriente, hace un balance de sus primeros minutos como presidenta ante un corrillo de periodistas: “Lo que más me ha emocionado ha sido la presencia de mi familia por encima de todo. No la he podido ni mirar. Y también ver a los cuatro presidentes autonómicos y a Pablo [Casado]”.
Casado ya se había marchado de allí porque aquello, más que la fiesta del PP, era la fiesta de Ayuso. “Cuando tenemos buenas noticias, los populares tenemos que hacer piña”, dijo. El presidente del partido, consciente de que todas las miradas estaban puestas en él, llegó pasadas las once de la mañana junto a su secretario general, Teodoro García Egea. Desde una esquina, les recibió con un abrazo Miguel Ángel Rodríguez, el jefe de gabinete de la presidencia que, más tarde, se sentó incluso en la primera fila de los invitados, al mismo nivel que los consejeros, los cuatro presidentes autonómicos del PP, la delegada del Gobierno y el propio Casado. Rodríguez, durante el discurso de la presidenta y desde su esquina, también hizo de regidor, marcando los aplausos hacia Ayuso al resto de la bancada.
El acto duró poco más de 40 minutos y el discurso de la presidenta, alrededor de un cuarto de hora. “Madrid es la casa de todos”, dijo. “Los madrileños nunca hemos tenido miedo a la libertad porque por ella hemos luchado siempre. Somos herederos de Hispanoamérica. Vamos a hacer de Madrid la capital del español en Europa”. Al borde de las lágrimas, continuó: “Madrid es como un vagón de metro, que lleva a una monja o a un hincha del Atleti. Es una comunidad que sorprende al mundo. Estoy enamorada de Madrid y de España. En estos dos años no voy a cambiar nuestro rumbo”. Los 80 invitados aplaudieron. Feijóo, dicho sea, algo más tímido. Una cosa es que Madrid sea España y otra que Galicia esté en Madrid. De pronto, una voz resurgió de los altavoces:
― A continuación sonará el himno de España.
La realización del acto, que estaba controlado por el equipo de Ayuso, decidió mezclar la cara de la presidenta con la bandera de España, como cuando Rafa Nadal triunfa los domingos. Y comenzaron los corrillos. Esperanza Aguirre —con una mascarilla que llevaba serigrafiada las siglas de viva el rey de España— se sentía como en casa. Alberto Ruiz Gallardón llegó y se marchó rápido. Cristina Cifuentes abrazó a casi todos los presentes. Ángel Garrido, expresidente y exconsejero de Ayuso por Ciudadanos, despachó, muy cordial, unos minutitos con algunos consejeros populares. Ni que decir tiene que hace dos años este patio estaba repleto de diputados y consejeros de Ciudadanos, pero hoy no queda ni rastro. El alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, se juntó un buen rato con el presidente Murcia: “¡Lo que ha hecho Murcia!”, le dijo con una palmada en el brazo. ¿Y del Gobierno de España? Ni rastro. Solo acudió la delegada, Mercedes González.
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