Iria, la esperanza pandémica hecha libro
Un fotógrafo y una periodista celebran la llegada al mundo de su hija en el Madrid más golpeado por el virus
El teléfono sonó casi a la vez que el Presidente Pedro Sánchez anunciaba que el país tenía que encerrarse para tratar de evitar la expansión del virus. Era Manu Brabo, compañero y colega de Olmo Calvo. Conscientes de que aquello podía alargarse, acuerdan junto a otros seis reporteros dar forma a un diario fotográfico de la pandemia. No es que fueran unos visionarios o adivinaran el futuro a través de una bolita de cristal. Es que están acostumbrados, como freelances que son, a buscarse las habichuelas hasta debajo de las piedras. Y un país como España, en estado de alarma y metido en casa, era un caramelo. Así es como nació Covid Photo Diaries, con el bicho recién presentado en sociedad. El macabro contador de muertos en una España dada la vuelta como un calcetín acabó colmando de razón la iniciativa fotográfica.
Pero el objetivo era ir más allá de la cobertura habitual de la pandemia que estaban llevando a cabo estos cuatro fotógrafos y cuatro fotógrafas en diferentes puntos del país. El esfuerzo, comenta Olmo Calvo, consistiría en no transitar con la cámara la misma senda que iba a jalonar en su actualidad diaria como reportero gráfico para diferentes medios. Hacían falta otras imágenes que sirvieran para profundizar más en la catarsis pandémica. Imaginaba “algo más personal”.
En la puerta de la nevera de la casa de Calvo en Carabanchel había un nombre escrito desde hacía unos meses. Iria. Fue una especie de presentimiento, un anuncio medio en broma que acabó germinando en el verano de 2019 con el embarazo de su pareja, Fabiola Barranco, periodista. Durante aquellas primeras semanas extrañas y convulsas del estado de alarma, la pequeña habitaba todavía en el vientre de su madre. Tenía algo más de dos meses por delante hasta que lograra ver la luz en una ciudad castigada, triste y bajo una primavera negra. Ella, madre primeriza, no había esperado al anuncio presidencial para autoconfinarse. Tras una clase de preparación al parto, decidió por seguridad, apartarse del mundanal virus.
Pese a esa monótona cotidianeidad de la madre, sin apenas contacto social y con la vida centrada en mantenerse a salvo del contagio, Calvo planteó que sería buena idea que ese diario fotográfico lo protagonizara el tiempo de espera que tenían por delante hasta que llegara la hija de ambos. “Al principio me reí de la idea porque me daba pudor hacer algo así en primera persona”, reconoce Barranco. Pero los dos acabaron asintiendo. Él haría las fotos y ella los textos. “Enfrentarte a tu propia historia era un reto complicado, pero queríamos hacerlo de la manera más sincera y cercana. Yo la seguía por la casa, durante os aplausos de las ocho, mientras intervenía Fernando Simón por la tele, la primera cita en el médico, los primeros paseos… Reflejábamos en primera persona algo que le estaba pasando a todo el mundo”, cuenta este fotógrafo cántabro, que en los últimos años ha cubierto varias crisis internacionales, la última esta semana en Ceuta.
Las reflexiones de Barranco hacían de cordón umbilical con las fotos. “Me calma bajar a la calle a tirar la basura, un acontecimiento semanal que me permite dar más de 20 pasos seguidos en línea recta y que el aire roce todo mi cuerpo. Siempre encuentro al mismo vecino paseando a su perro, desde las ventanas se cuelan conversaciones y música. En los balcones algunos críos se asoman para saludarte. (...) Siempre seremos seres sociales que funcionamos desde el contacto físico y los afectos. Necesitamos vivir piel con piel”. Su teclado reclamaba la misma libertad que la cámara de su pareja. “A veces el texto que yo escribía no reflejaba exactamente la foto”, aclara. Así pasaban despacio los días, echando horas en su “balconcito”, pelando tomates o leyendo mientras Calvo pateaba las calles y, a la vuelta, se sometía al ritual de la desinfección. “Y entre medias, la emoción al ir sintiendo las patadas de la niña”, rememora la periodista.
Pronto la pequeña, semanas antes de nacer, empezó a ser conocida gracias al proyecto de Covid Photo Diaries. En un momento en el que el drama llamaba cada vez a la puerta de más ciudadanos, la gente agradecía este compás de esperanza que les llegaba a través de las redes sociales. Una compañera de Radio Nacional de España llegó a enviar un regalo para ella sin ni siquiera conocer a sus padres. “Iria era la esperanza de muchas personas, la luz en medio de tantas muertes”, cuenta Fabiola.
Una de las protagonistas del proyecto acabó siendo una camerunesa rescatada por el barco de Open Arms cuando Barranco estaba a bordo como reportera. El teléfono servía para ensanchar el mundo de la futura madre confinada. Dejó constancia de ello así: “Conocí a Sandrine en mitad del mar, a pocas millas del infierno en Libia. Ella y sus dos hijas pequeñas fueron unas de las 311 supervivientes rescatadas por Proactiva Open Arms, el 21 de diciembre de 2018. (...) Ayer hicimos una de esas videollamadas que, en estos días de cuarentena, calman el deseo de abrazar y achican las distancias. A través de la pantalla, Sandrine se emocionaba al ver mi barriga descomunal”.
Avanzaban los días de estado de alarma. Al mismo tiempo crecía en efecto la tripa de la madre. El padre, mientras, iba atesorando una estampa cada día para ese álbum por entonces solo digital. Una duda empezó a flotar según se acercaba el día ansiado. ¿Le dejarían acceder con la cámara al nacimiento? La respuesta llegó el mismo 27 de mayo, cuando Iria vino al mundo. “Fue muy difícil hacerlo como padre y como fotógrafo. Lloré durante un par de segundos, pero pronto me activé: `¡Olmo, tío, tienes que hacer la foto!´”. Las lágrimas no impidieron acercar el ojo al visor y esa imagen cerró el proyecto.
Por el cumpleaños de Barranco, él pensó en algo tangible para ella. Un regalo que trascendiera lo digital. Ahí saltó la chispa de Esperando a Iria, la obra con 70 fotografías que recibió la madre y que ahora se puede adquirir a través de una plataforma de micromecenazgo. “El libro nos ha parecido una forma bonita de cerrar la historia. También es algo que le va a quedar a ella”, explica la madre mirando a la vez al presente y al futuro. “Se llama Esperando a Iria, pero ella solo sale en la última foto”, redondea. Si bien su rostro no emerge hasta el final, la niña está presente en cada página. Hoy Iria, al borde del año, premia hasta al desconocido, como este reportero, con una sonrisa perenne. Y aquel nombre premonitorio se ha quedado escrito en la nevera de sus padres.
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