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De palmeritas y confinamientos

División de opiniones en Morata de Tajuña sobre el origen de la alta incidencia que ha obligado a decretar su cierre

Cola de gente esperando en la pastelería De la Torre, donde se ha multiplicado la venta de las palmeritas típicas de Morata de Tajuña.
Cola de gente esperando en la pastelería De la Torre, donde se ha multiplicado la venta de las palmeritas típicas de Morata de Tajuña.DAVID EXPOSITO
Miguel Ezquiaga

La misa del Día del Padre se celebra con puntualidad. El párroco pide por las almas de aquellos vecinos que se fueron hace ahora un año, primeras víctimas de un desconocido coronavirus. Encaramado al púlpito, frente a una treintena de estoicos feligreses, también habla de resignación cristiana y aguante ejemplar. El aniversario pandémico no oculta que desde el pasado lunes Dios pone a prueba la paciencia en Morata de Tajuña (7.800 habitantes). Entonces esta localidad al sureste de la capital se convirtió en la única de la Comunidad de Madrid con restricciones de entrada y salida. Sus vecinos vivirán a lo largo del puente un doble cierre perimetral, tanto regional como municipal.

Ningún control vigila los accesos al pueblo, si bien es cierto que la policía patrulla las calles del centro. “Hay mucho listillo”, asegura este viernes un agente, mientras analiza el aspecto de dos mochileros. La mayoría de estos atrevidos, dice, viene buscando lo mismo: unas palmeritas bañadas en almíbar a las que el runrún local responsabiliza del aumento de contagios, situado en 624 casos por cada 100.000 habitantes. Un festivo cualquiera lo habitual sería ver colas en la puerta de los obradores y que los visitantes inundaran las terrazas ahora desiertas. ¿El mayor reclamo turístico del municipio está detrás del problema sanitario? El alcalde socialista, Ángel Sánchez, lo niega en un bando. Igual que Marta Rhodes, de 36 años e hija de los propietarios de la pastelería De la Torre, donde se inventó el dulce de la discordia.

Una trabajadora de la pastelería La Torre coloca en el escaparate las palmeritas típicas de Morata de Tajuña.
Una trabajadora de la pastelería La Torre coloca en el escaparate las palmeritas típicas de Morata de Tajuña.DAVID EXPOSITO

Sin embargo, esta teoría de la conspiración suma adeptos entre propios y extraños. El pasado fin de semana unos vecinos la expusieron frente a las cámaras de televisión e hicieron que el pueblo saliera en todos los informativos. Incluso el humorista Andreu Buenafuente utilizó la historia en uno de sus monólogos recientes. “Somos el chiste de España”, lamenta Rhodes al tiempo que despacha unas empanadillas de carne. Al igual que el regidor, ella relaciona los contagios con eventos familiares y sociales: “Aquí hay muchos propietarios de fincas y es complicado controlar cuánta gente se reúne”. Eso sí, la fama ha triplicado la venta por internet de este jugoso hojaldre, que puede encontrarse recubierto de chocolate oscuro o con leche, glaseado y nata. Se manda en el día a Sevilla, Barcelona y hasta Tolouse (Francia).

Las campanas replican de nuevo a las 12 en punto y alcanzan a escucharse desde la plaza del pueblo. La eucaristía es una de las pocas celebraciones bien vistas estos días en Morata. Jesús Cabrero, de 58 años, comerá con su esposa e hija, pero evitará reunirse con otros familiares. Lo cuenta sentado en la peluquería, mientras Fabrizio le repasa con cuchilla el cogote: “Qué tendrá que ver en todo esto la puñeta de las palmeritas. ¡Si es lo mejor que tenemos!”. Cabrero trabaja para una empresa de mantenimiento cuyo principal cliente es el Consistorio de San Fernando de Henares, a una treintena de kilómetros de su casa. En el trayecto en coche nunca ha topado con ningún control, aunque lleva en la guantera un salvoconducto por si hiciera falta. Tampoco ha necesitado mostrarlo su hija, profesora en un instituto de la capital.

Jesús Carretero, cortándose el pelo en una de las peluquerías de la plaza del Ayuntamiento de Morata de Tajuña, el único municipio confinado de la Comunidad de Madrid.
Jesús Carretero, cortándose el pelo en una de las peluquerías de la plaza del Ayuntamiento de Morata de Tajuña, el único municipio confinado de la Comunidad de Madrid.DAVID EXPOSITO

Apenas se ve gente en la calle. El confinamiento perimetral se decretó a partir del lunes 15, pero los morateños consultados percibieron nuevas medidas de seguridad el jueves 18 por la tarde, cuando comenzó la operación salida del puente. Desde ese día se ve más policía vigilando la localidad, la Guardia Civil solo se aposta en los accesos al caer la noche. José Bueno, el ferretero de 74 años, no alcanza a entender la causa de tal despliegue: “¿De dónde salen tantos infectados? Si aquí somos pocos vecinos, cuando alguien enferma se entera el del cuarto, el del quinto y si me apuras hasta el camarero del bar donde desayunas”. Su tienda, más que una tienda, parece un museo. De las paredes cuelgan toda clase de interruptores, tornillos o bombillas. Las dos hijas de Bueno residen en la capital y hoy no podrán felicitarle en persona.

El sentir de este veterano electricista, que montó su ferretería hace 45 años, coincide con las declaraciones del socialista Sánchez. El regidor morateño ganó las elecciones con la holgura que otorgan 13 ediles —frente a los siete del Partido Popular— y asegura que las cifras sanitarias que él maneja “no justifican un cierre total”. La situación ha cambiado mucho desde el pasado septiembre. Tras el verano fue el propio alcalde quien solicitó al gobierno regional un semiconfinamiento. El pueblo estaba bajo la presión de 65 positivos por coronavirus. Una cifra muy lejana a aquellas que se desprenden del cribado realizado a 500 residentes el pasado jueves, cuando se detectó a tres infectados. En colaboración con la Consejería de Sanitad, el Ayuntamiento invita a que todos los morateños se realicen una prueba de antígenos.

El estudio continúa a lo largo de todo el Día del Padre. Se lleva a cabo en el polideportivo, donde el municipio se desdibuja, lindando con un bosque de álamos y olivos, si acaso alguna retama. Los residentes reciben en el móvil un mensaje de texto con la cita. Se les toma una prueba nasofaríngea y aguardan durante un cuarto de hora al resultado. Santiago Medel, de 50 años, se ha practicado el test junto a sus padres. Todos han resultado negativos, según acaba de comunicarle un enfermero de Cruz Roja. Este empleado de la construcción se desplaza cada mañana a la capital y no conoce a ninguna persona infectada, ni en la familia ni en el trabajo: “Diría que sobre todo están cayendo los jóvenes”. Hace un año la cantidad de fallecidos en las tres residencias alertó a toda la localidad sobre los peligros del patógeno. “El miedo también se pierde”, apunta.

Un grupo de personas espera el resultado de las pruebas en el polideportivo de Morata de Tajuña.
Un grupo de personas espera el resultado de las pruebas en el polideportivo de Morata de Tajuña.DAVID EXPOSITO

Los parques permanecen cerrados. Una cinta policial precinta columpios y toboganes, espalderas y areneros infantiles. Una imagen casi congelada que contrasta con los pelotones de ciclistas que cruzan de punta a punta un pueblo, en teoría, clausurado. “La gente hace lo que quiere”, defiende Sara, de 32 años, la única sentada en la parada del autobús que llega hasta la Avenida del Mediterráneo, en Madrid. Administrativa en un supermercado, va a trabajar esta festividad. “Quizá es porque voy en transporte público, pero llevo currando desde el lunes y todavía no me he encontrado con un solo control”, explica. La joven reconoce que todo el mundo “ha incumplido las restricciones alguna vez”. La noticia del cierre les ha hecho ser más precavidos: “Ahora toca esperar”. No acude a misa, pero ella también pide paciencia.

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Sobre la firma

Miguel Ezquiaga
Es redactor en la mesa web de EL PAÍS. Antes pasó por Cultura, la unidad de edición del diario impreso y ejerció como reportero en Local. Su labor informativa ha sido reconocida con el Premio Injuve de Periodismo, que otorga el Ministerio de Juventud. Cada martes envía el boletín sobre Madrid.

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