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Salto de fe
Columna
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Enmudecer

El silencio no es natural y es algo que nos da miedo

Una ambulancia a su paso por Santa María de la Cabeza, en Madrid, durante el temporal 'Filomena'.
Una ambulancia a su paso por Santa María de la Cabeza, en Madrid, durante el temporal 'Filomena'.Kike Para
Margaryta Yakovenko

El silencio siempre está relacionado con la ausencia de algo. Algo que no está. Algo que no se oye. Algo que calla. Según la RAE, silencio es “abstención de hablar” o “falta de ruido”. No existe silencio sin el vacío. No existe vacío en un mundo recargado, sobreexplotado, capitalista. Por eso, y citando a Amber Hatch y su libro El arte del silencio (Maeva), consideramos que hay silencio si todo está más silencioso de lo normal.

Desde hace casi un año, Madrid vive una época de altibajos en la privación de ruido. Todo comenzó cuando el 14 de marzo de 2020 Pedro Sánchez declaró el estado de alarma en todo el país. Estaba a punto de arrasarnos el primer tsunami. La capital era el epicentro del terremoto pandémico. Yo vivía entonces sola en una buhardilla de Lavapiés cuyas únicas ventanas daban al cielo y a tejados. Esa misma tarde, salí, ingenua como era, a dar una vuelta pensando que una cuarentena dura cuarenta días. Quería despedirme de las calles del centro siempre bulliciosas, pero me encontré una ciudad desierta. En silencio. Abandonada y temerosa. Por momentos, una sensación de completa irrealidad me hacía pensar que estaba en medio del decorado de una película. Que la calle Ave María y Magdalena transcurrían entre edificios de cartón piedra iluminados por farolas de una época en la que las gripes dejaban las morgues llenas. Una época que no debería haber sido la nuestra. El silencio me abrumó igual que abruma el aire fresco de la sierra. No nacía de la ausencia de ruido, nacía de la ausencia de vida. Los testigos de las grandes catástrofes, la explosión de un edificio, el choque de dos trenes, el derrumbamiento de las Torres Gemelas, siempre dicen que tras el primer impacto, el colapso, vienen minutos de puro silencio. Hasta que las sirenas desgarran el aire.

Hay silencios dolorosos: los minutos de silencio que se guardan en los estadios, los funerales en los que solo se llega a oír a alguien sonándose la nariz. Silencios incómodos como los que se producen en una reunión después de que alguien cuente un chiste malo. Silencios angustiosos cuando tras el “te quiero” nunca llega una respuesta. El silencio administrativo. El silencio de una empresa ante el inminente fin de tu contrato. También hay silencios privilegiados como los de silenciar las notificaciones del móvil sin que dejes de ser reclamado o la paz de estar callado al lado de alguien que no te pide conversación de relleno. Pero rechazamos todo ese silencio. El silencio no es natural, da tanto miedo que hasta hemos inventado una cosa llamada small talk en reuniones sociales o el llamado ruido blanco, un sonido constante de fondo que nos ayude a dormir como por ejemplo el Tour de Francia o la ropa dando vueltas en la lavadora. Aunque, si hablamos de miedos, el peor de todos es el de oír de nuevo las sirenas de las ambulancias, constantes y enfurecidas, arañando el aire en medio de otro tsunami. Algún día volverán a enmudecer.

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Sobre la firma

Margaryta Yakovenko
Periodista y escritora, antes de llegar a EL PAÍS fue editora en la revista PlayGround y redactora en El Periódico de Cataluña y La Opinión. Estudió periodismo en la Universidad de Murcia y realizó el máster de Periodismo Político Internacional de la Universitat Pompeu Fabra. Es autora de la novela 'Desencajada' y varios relatos.

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