El final del estrés está a 20 metros bajo el agua
Un centro comercial de Alcorcón acoge la piscina más profunda de España para practicar el buceo
A lo lejos, ruidos de sirenas, motores y algún frenazo. El tiempo se detiene en un local recién abierto en el centro comercial X-Madrid, en Alcorcón (Madrid). Una especie de pecera, en la que se ven a algunos buceadores, da la bienvenida al visitante de Marepolis. Sin embargo, la atracción de este recinto de 2.000 metros cuadrados está al fondo, en una piscina con un enorme tubo de 20 metros de profundidad destinada a hacer inmersiones en una zona alejada del mar y de todos sus atractivos.
El recinto se abrió hace un mes tras cerrar la primera sede que tenían en Las Rozas. Los promotores fueron invitados por los responsables del centro, que también cuenta con una zona para hacer surf y con un rockódromo. Su construcción ha durado cerca de un año, dado que el lugar presenta unas características especiales. Al enorme tubo de 20 metros se llega tras pasar la zona de venta de equipos y material de buceo y tras pasar por recepción. Es necesario pedir cita, y más en esta época del coronavirus.
El deportista puede ser completamente novato y asistir a su bautismo en el propio centro. En ese caso, recibe una charla previa de cómo manejar el equipo y se mete en la piscina más pequeña, de unos tres metros de profundidad, que está a la entrada del recinto, donde le pueden ver los visitantes de X-Madrid.
Los experimentados, tanto en la modalidad de interior como de aguas abiertas, pueden ir directamente a la parte más llamativa de Marepolis. Eso sí, siempre le acompañará un monitor para comprobar que no haya incidentes. “Se puede hacer buceo técnico, recreativo o apnea. Cada uno elige la modalidad que prefiera”, explica la responsable de comunicación y marketing de Marepolis, Paula Sánchez.
El local permite alquilar el equipo, por lo que no es necesario llevar el propio. Cada vez que es utilizado, se sigue un completo sistema de desinfección tanto de las boquillas de las botellas como del equipo, tras lo cual se deshumidifica. Una vez limpios y secos, ya están listos para el próximo cliente.
Entrar en la piscina supone acabar con todo el ruido externo. El eco de la sala, la música de fondo o los motores de algunos coches se transforman en silencio y en oír la respiración de uno mismo. Parece como si el tiempo se detuviera y tan solo se ven las burbujas de la respiración. Una boya situada en el centro del enorme tubo marca el punto medio. Aleteo tras aleteo, el buceador se sumerge hacia dentro mientras fuera queda la enorme luminosidad de la sala. Su diámetro de siete metros hace que no se sienta claustrofobia. Cosa distinta ocurre si el visitante ve la piscina desde fuera. El vértigo acecha a la mínima. Y eso que no hay riesgo, ya que tan solo se caería a una piscina repleta de agua. Pero además con un agua especial depurada, clorada y salada para intentar reflejar las mismas características del mar, sobre todo, la flotabilidad.
Descenso limitado
Conforme se baja, se pierde la perspectiva de la profundidad. Nada hace recordar que se está ante una altura similar a un séptimo piso. Si no se disponen de todas las licencias, algunos buceadores tendrán limitado su descenso hasta los 18 metros, un tramo más que suficiente para suplir en pleno centro el mono de las inmersiones. “No te da la sensación de estar tan abajo, más que nada porque hay muy buena visibilidad”, reconoce una de las visitantes del club, Beatriz Rico, una ingeniera de 30 años que comenzó a bucear en verano.
El traje de neopreno hace que los 26 grados de temperatura del agua no se noten. Subirla supondría más fatiga para los deportistas o un consumo más rápido de las botellas de aire. La edad mínima para poder sumergirse es de ocho años. A partir de ahí, no hay límite, según reconoce Paula Sánchez. El centro cuenta con seis aulas de formación, en los que se imparten la parte teórica de cursos muy distintos como aleteo o buceo en el interior de instalaciones o en aguas abiertas, pasando por perfeccionamiento, manejo de ordenadores de buceo o la subida de categoría. “Madrid tiene tantas licencias de buceo como todo el resto del país juntos”, comenta uno de los monitores de Marepolis. De ahí, que su público objetivo sea amplísimo.
“El centro está previsto para que también se hagan eventos sociales, como empresas que quieran hacer actividades con sus empleados”, reconoce la responsable de marketing. También se pueden hacer simulaciones de buceo nocturno, ya que la instalación cuenta con luz oscura morada, como si ya se hubiese ocultado el sol para los deportistas. “Estamos en contacto con los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado para que puedan hacer aquí sus prácticas y formación, dado que la piscina tiene unas características únicas”, añade.
La dirección también organiza viajes de buceo a todos los puntos del mundo. En los cursos de aguas abiertas se necesita viajar hasta el mar para completar la formación y conseguir así completar el certificado. Eso sí, ahora con la pandemia y las restricciones se ven un poco más limitados.
Marepolis. Calle de Oslo, 53 Local 9. Alcorcón. De 11.00 a 22.00, con cita previa. Reservas en el 91 626 61 38, 657 19 50 51 o en marepolis@marepolis.es. Inmersión de buceo recreativo: 25 euros, aparte existen bonos de 10 y 20 inmersiones. Bautismo: 30 euros. Cursos: desde 225 euros.
Reponer fuerzas tras la inmersión
Marepolis completa su oferta con un restaurante de cocina típicamente mediterránea, a cuyo frente está el chef Joaquín Felipe. De hecho, la zona de restauración es muy amplia y desde ella se observan a la perfección las dos piscinas con que cuenta el centro deportivo. Se puede degustar croquetas de chipirones en su tinta o de jamón, pollo y huevo (10 euros la ración de ocho), tomates con ventresca de atún (14 euros), arroz meloso (16 euros) o risotto de setas con aromas de trufa (18). Los amantes del pescado tienen como opciones las varitas de abadejo crujientes o el bacalao confitado en aceite de oliva virgen extra con sofrito madrileño (ambos, a 18 euros cada uno). En carnes, destacan el New York steak (25 euros) y la hamburguesa Marepolis (12). En los postres, el arroz con leche quemado o la tarta de queso del Pirineo completan la comida.
“Después de la inmersión el buceador se puede quedar a comer algo o a tomar algo, como se puede hacer en un chiringuito o en un restaurante cuando se va a la playa y al mar”, recuerda la responsable de marketing, Paula Sánchez. También cabe la opción de ir directamente a comer, sin necesidad de sumergirse en las piscinas.
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