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A MI BOLA
Columna
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La gata

La yaya Julia - de esas personas que te lo dan todo y no te dejan ni dar las gracias, que cuando dicen “de nada” es de verdad- fue la primera persona que me habló de Madrid

Panorámica de Madrid tomada desde la Casa de Campo, en las cercanías de Pozuelo de Alarcón, el pasado abril, durante el estado de alarma.
Panorámica de Madrid tomada desde la Casa de Campo, en las cercanías de Pozuelo de Alarcón, el pasado abril, durante el estado de alarma.Ricardo Rubio (Europa Press)
Asaari Bibang

“La amistad es algo que atraviesa el alma, es un sentimiento que no se te va”, cantaba Laura Pausini, allá por 1996, en su álbum Las cosas que vives. Recuerdo bailarla abrazada a mis amigas, cantado a voz en grito y volviéndonos locas en la parte en la que dice “la amistad” . En esa edad en la que quieres hacerte mayor mientras anhelas que eso no cambie. En mi colegio había tres patios: la milagrosa, los naranjos y el patio de básquet; este último tenía un suelo de grava que te desollaba la piel cada vez que te caías. Hoy el tema sería trending topic, pero en aquél entonces a nadie le pareció que pudiera ser un problema.

Allí, colgados de la portería de fútbol, mi mejor amigo y yo cantábamos por Laura Pausini, a dúo, en la intimidad. Fue en ese patio donde le pregunté: ¿Hay algo que quieras contarme? Esta anécdota me la recordó él en una conversación que tuvimos después de casi cuatro años sin hablar, o sin hablarnos, no lo tengo claro. Yo creo que fue la vida lo que pasó, sin más.

Yo ya era mamá y si algo me ha aportado la maternidad es conseguir que todo me de un poco igual y centrarme en lo importante. Y lo importante es que ese amigo tiene fotos mías con una Súper Pop y pendientes de plástico con forma de corazón rosa fluorescente, y eso no es fácil de encontrar. Poco a poco volvimos a regalarnos canciones, a reírnos de cosas que no le hacen gracia a nadie más en el mundo y la fortuna de comenzar conversaciones con un simple… ¿te acuerdas?.

En ese colegio siempre hubo un gran sentimiento de hermandad, compartíamos mucho tiempo libre, conocíamos a las familias, pero la yaya Julia era la más especial. Julia siempre iba vestida como si fuera a dar una conferencia, bien maquillada, uñas pintadas. Tenía un gusto exquisito. Su voz era firme, chulesca, pero tenía el don de embaucarte con esa chulería hasta hacerte sentir parte de su vida, de su historia. Solo con verla caminar sabías que esa mujer era libre.

Fue la primera persona que me habló de Madrid, era gata hasta la médula. Del chotis, de enviudar, de la guerra… ¡siempre era muy franca la yaya Julia! De esas personas que te lo dan todo y no te dejan ni dar las gracias, que cuando dicen “de nada” es de verdad.

La vi discutir en infinidad de ocasiones en los dos años en los que fui miembro del consejo escolar después de hacer una campaña que ni Kamala Harris. Y casi siempre discutía por lo mismo: darles a los niños la libertad de elegir su fe (que estaba guay, pero era un cole de monjas).

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Ayer hablé largo y tendido con mi mejor amigo. Llamó, como el que llama a una hermana para decirme que la Yaya Julia, SE FUE.

Siempre en mi recuerdo.

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