El día en que grabar en una cassette volvió a Madrid
Luis González, de 38 años, ha montado una fábrica y tienda de cintas llamada La Cassetería donde registra la música original de docenas de grupos
El de Luis es un local pequeño, mediano quizá, en un bajo de ese Conde Duque que siempre parece estar a punto de ponerse de moda, o que quizá justo acaba de terminar de estarlo. No es el cuartel, ni aun Malasaña, ni las estribaciones de la Gran Vía. Pero el suyo es el lugar más modernoclásico de Madrid. Porque no hay como poner de moda lo más antiguo (llámenle vintage, por favor) para ser el más guay (llámenlo cool, ídem) de la Villa y Corte. Porque ese comercio de la travesía de Conde Duque número cinco, donde todavía se lee “Tintorería” en el letrero es hoy una tienda de, créanlo, cassettes. Y con no poco éxito.
Luis González (Majadahonda, 38 años) es mucho más que un moderno de media barba y camisa de cuadros. Este físico de formación es la mente pensante que se esconde tras el primer negocio de cassettes de esta década en Madrid, de toda España, incluso, argumenta él. La Cassettería no es solo una tienda de cassettes (con dos eses, dos tes y en femenino, explica González ), sino que también es una fábrica, cuyo último paso es este local comercial que hace las veces de oficina y que se puso en marcha hace un par de meses.
“Hicimos cuatro años en septiembre”, explica, sin embargo, González, sentado en una silla del local, entre cintas de Camela y de grupos de rock o indies. Porque hace cuatro años que, tras hacer un máster en industria musical en la universidad Carlos III, tuvo del todo claro que lo suyo era este arte y fundó la discográfica Ciudad Oasis. Con ella empezó a editar a grupos únicamente en vinilo o cassette, además de obviamente en digital —”si no estás en Spotify no existes, a no ser que seas los Beatles o los Rolling”, argumenta—, y vio que aquello podía tirar.
Y no era el único. “La cassette funciona buen. Taylor Swift o Kylie Minogue acaban de sacar sus discos en ese formato. En el mercado anglosajón ha estado presente siempre, los grandes sellos no han dejado de hacerlo y hay una cultura muy fuerte”, asegura. Además, la calidad no tiene por qué ser mala, “pero es que en España se duplica en pletinas con mogollón de cassettes”, se queja. Por eso decidió dar el paso de hacerse con máquinas en las que pudiera grabar el audio desde digital y pasarlo a cinta analógica. Solo pone dos condiciones para quien desee hacerlo: que el material sea suyo (o que esté libre de derechos de autor) y que lo haga en cantidades de al menos 50 cintas.
De ahí a la cinta ferromagnética que, ojo, también tiene su aquel: solo hay una mina en el mundo que las produce y durante un tiempo hubo una escasez mundial de la misma. Y, desde la cinta, a la máquina que la introduce en cada una de esas famosas cajitas de plástico, que importa desde Italia, porque en España no hay producción propia. Aunque para complicadas de encontrar las máquinas de grabación y de creación de las cassettes, que le llevaron una búsqueda de nada menos de dos años hasta que dio con un británico que vivía en Suiza. El pacto se cerró en marzo, se vino una pandemia y las máquinas por fin llegaron a Conde Duque en septiembre.
El proceso de González es puramente manual, desde las grabaciones hasta ponerle las etiquetas a las cintas; ahora, dice, va a evolucionar hasta grabarlas con láser próximamente. Ahora ha conseguido hacer que el negocio crezca y ya tiene cuatro personas que le ayudan con las redes sociales (ya tienen hasta TikTok), la prensa o el diseño, pero todo es casero, con ese punto artesanal y visual que tiene lo vintage. Las cassettes de colores, de grupos famosos o de vocalistas de Ciudad Oasis copan la tienda.
Las cintas son parte del negocio de La Cassetería, pero están los grupos cuya carrera gestiona González desde allí mismo o también las otras vertientes del negocio. Por ejemplo, los reproductores de cassette. “Todo el mundo tiene uno en casa, de vinilo quizá no, pero de cassette, todos”, afirma. Por eso ellos también ayudan a conservarlos y mejorarlos, “a su reparación y mantenimiento, a recuperarlos”. Y hay otra próxima pata a desarrollar: los videojuegos en cinta de cassette. Allí exponen varios, pero no son de muestra, ni mucho menos, sino que funcionan y pretenden crear nuevos con una empresa española.
Además, a los músicos les empieza a interesar este mundillo. La evolución es buena, y González da datos de la industria, como que por ejemplo en la primera mitad de 2020 se han vendido tantas cassettes como en todo 2019, y un 200% más que en 2018. Él sería feliz de grabar miles de cintas para un gran artista, pero por ahora se conforma con tiradas de 150 o 200, donde los intérpretes pagan alrededor de tres euros por cada una de las cassettes. Pero, puestos a soñar, le encantaría hacer algo para esos reyes de las gasolineras que han sido Camela, para sus adorados Héroes del Silencio o para aquellos pioneros que fueron Dover.
Quien fue físico de la atmósfera, que en 2008 salió rebotado y a deber de la empresa de energías renovables donde trabajaba, “con una mano delante y otra detrás, sin saber qué hacer con mi vida”, ahora alucina: “Los pedidos crecen como la espuma”. Los motivos, reconoce, no los tiene claro, pero hay uno, totalmente transparente, que sí: “La nostalgia vende”.
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