Veigas de Camba, el pueblo sumergido hace medio siglo que sigue celebrando romerías y entierros
Los descendientes de los vecinos expulsados para construir la presa más alta de Galicia vuelven cada septiembre al lugar donde trasladaron a los difuntos del cementerio en plena crecida del pantano

El primer domingo de septiembre, un ciento de personas procedentes de muchos municipios de Ourense, o de Madrid, o de Barcelona, o de Ponferrada, viajan hasta un punto señalado en el descomunal paisaje del sureste de Galicia por una capilla y un camposanto. El lugar se deja abrazar por las montañas de la Serra Seca (1.100 metros de altitud), eterno camino a Castilla, y por el Parque Natural do Invernadoiro (1.550 metros). Allí veneran (de forma adelantada respecto al santoral) a su patrón, San Martiño; visitan lo que queda de sus muertos; y festejan que Veigas de Camba, su querido pueblo engullido por el agua del Embalse das Portas hace ya más de medio siglo, en 1974, sigue vivo en la memoria colectiva.
Van ya por la tercera generación (o la cuarta, porque algunos de los vecinos tuvieron que mudarse con más de 80 años) pero el apego a la tierra expropiada por orden de la Comisaría de Aguas del Norte de España a partir de 1971 no flaquea. Siguen visitándose cuando alguno está enfermo, y citándose en fiestas y sepelios. Y si no, que se lo digan a Teresa Martínez, que a sus 90 años ya no se siente en forma para acudir a las romerías, pero “¡a los entierros, maldita sea, vaya si va!”, exclama risueño su hijo, Miguel López: “¡No se pierde ni uno!”.

A veces, si coinciden una larga sequía y la apertura de la presa, llega a verse algún elemento reconocible de este paisaje borrado por el agua. Un castaño, una huerta, que aún se recuerda con el nombre de su antiguo dueño. Pero salvo los restos de una construcción, la casa do Avelino, en 2021, nunca han aflorado las viviendas que se apiñaban en dos barrios separados por un camino, Veigas de Camba de Arriba y de Abaixo, donde también quedó sepultada la iglesia de origen medieval y remozada siglos más tarde. Todo allí quedó sumergido al emparedar el truchero río Camba, afluente del Bibei; y este, del Sil; y este, del Miño, que lleva el agua del Camba hasta el Atlántico. Todo fue devorado por el Embalse das Portas salvo la memoria y los difuntos, que fueron exhumados junto con la tierra en la que yacían, en un penoso y poco ortodoxo traslado hasta Venda da Capela. Allí, en ese lugar más elevado, en la Serra Seca, fue donde la empresa Iberduero levantó una capilla nueva y donde este domingo 7 de septiembre celebrarán los vecinos su romería, su banquete y su procesión, con la imagen conservada del santo. Es su forma de afirmar las raíces y apuntalar el orgullo de pertenecer a un pueblo invisible pero siempre presente.
“Allí era feliz. La gente estaba superunida. No había nadie enfadado con nadie. Las puertas de las casas estaban siempre abiertas. Los niños jugábamos todos juntos en la calle y si nos daba la sed entrábamos a beber en la que tuviéramos más cerca”. Isaura Fernández tenía 15 años cuando tuvo que marchar con toda su familia. “Fue muy duro, la gente más mayor no superó la pena y murió pronto”, sigue narrando desde el municipio vecino de A Gudiña, donde reside. Recuerda perfectamente la de veces que, durante el llenado, fue andando hasta O Alto dos Carpinteiros, un punto elevado en el paisaje desde el que se contemplaba el valle de su infancia: “Veía cómo se iban cubriendo las casas día a día y lloraba”.

Hoy, medio siglo después, y ya con Iberdrola explotando la central, también hacen el mismo camino. Cada vez que asoma algo del agua “van en peregrinación, tienen un sentimiento fortísimo”, cuenta la arqueóloga Nieves Amado, miembro de la Sección de Patrimonio e Bens Culturais del Consello da Cultura Galega (CCG). Hace tres años, Amado propuso realizar una jornada in situ para rememorar la historia de Veigas de Camba, reflexionar sobre el vínculo vecinal, repasar los procesos judiciales y los trámites de expropiación del último pantano del franquismo en Galicia, además de analizar la ingeniería de una presa en cuya construcción trabajaron más de 4.000 obreros. Este domingo, al fin, el proyecto de Amado tendrá lugar, con una ruta guiada por la zona y charlas de investigadores y vecinos, ya tras la romería, en A Gudiña. El CCG se propone reivindicar “la memoria de las personas en la diáspora de Veigas de Camba y Campobecerros”, donde también se expropiaron tierras. La institución quiere rescatar la “experiencia vital al ser deportados y despojados de su lugar de nacimiento y habitación secular, y de sus tierras más fértiles”.
Al embalse das Portas se le llama también “el mar interior de Ourense”, la única provincia gallega sin mar. Inundó 1.183 hectáreas y su presa, con 141 metros, es la más alta de Galicia. El pantano es el segundo de la comunidad en agua embalsada, con 536 hectómetros cúbicos. En febrero de 1974, cuando el agua entró en las casas, todavía quedaban allí bastantes vecinos de las más de 200 almas que sumaban entre los dos barrios. Se sabía que la crecida iba a llegar pronto, y tuvieron tiempo de buscar a dónde ir. Vendieron las ovejas, las cabras, las vacas y las gallinas. Compraron un terreno y una casa en algún otro lugar de Ourense o bien decidieron emigrar a las ciudades, pero el que más y el que menos se aferró a su aldea y a su vida de siempre hasta el último suspiro. “La empresa no esperaba que el agua subiese tan rápido cuando cerró las compuertas, pero es que era febrero, y en aquel valle el agua bajaba por todas partes”, rememora Isaura, “entonces vieron que la gente seguía en las casas y tuvieron que venir a movilizarla”.

“Todos sabían que ese día llegaría y hacía tiempo que no se cuidaban las casas... de hecho, estaba instalado un transformador para llevar al pueblo la electricidad pero nunca llegó a haber luz” porque Veigas de Camba iba a desaparecer, explica por su parte Miguel López, que también nació allí, hace 63 años. En este lugar sin luz que fue sepultado para producir, precisamente, luz todos sobrevivieron hasta el final con lámparas de carburo, velas y camping gas.
De aquello que perdura en el recuerdo colectivo dan cuenta las fotos que Miguel fue recobrando gracias al blog que decidió publicar como homenaje en 2008, cuando murió su padre. Empezó con las que guardaban él y su hermano, en blanco y negro, y con las estampas en color que conservaba su tío Ramón, que había emigrado a Alemania y se había comprado una cámara último modelo. Después, hizo correr la voz y todo el mundo rebuscó en los cajones. Así reunió el álbum del pueblo ahogado (sus casas, sus personas, la iglesia de San Martiño), y emocionó a todos. Entre el blog de Veigas de Camba y Facebook se reparte ahora este legado, donde la mayor joya, para Miguel, es una vista de los dos barrios desde lo alto, antes de su particular diluvio universal. “Si siguiera en pie, hoy sería con diferencia el pueblo más bonito del ayuntamiento”, defiende.

Vivían de la agricultura, la ganadería, la caza y venta de pieles de unas montañas ricas en fauna, y la fabricación de carbón vegetal que obtenían de la raíz de la uz (urce o brezo, en castellano). “Con el embalse se inundó todo un sistema de vida de alta montaña”, concluye Nieves Amado. Durante las negociaciones, la empresa ofreció a los vecinos “un traslado global, con la construcción de un pueblo en Las Hurdes [Cáceres]”, asegura Isaura, “pero ¡quién iba a querer irse tan lejos!”. Así que se dispersaron, y cada uno fue a parar a donde le permitió el dinero de la expropiación.
“A los primeros que aceptaron les pagaron muy mal”, sigue recordando la vecina, “por eso la gente se revolucionó... Hubo una reunión, se acordó contratar a dos abogados y un perito, y sacaron mucho más. Resultó que la empresa pretendía engañarnos a tope, porque a mis abuelos al final les cuadruplicaron lo que les ofrecieron de entrada”. “Aún así, solo se valoró lo material, la tierra, las piedras”, recalca Isaura, “no hubo una indemnización por el daño psicológico, el trauma del desarraigo”.
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