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ELECCIONES CATALANAS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Pasado o futuro

El cambio de equilibrios internos en los dos bloques dibuja una hegemonía de las posiciones progresistas. Las apuestas socialdemócratas desplazan en ambos casos a las opciones (neo)liberales

Paola Lo Cascio
Aspecto del hemiciclo del Parlament de Cataluña este viernes
Aspecto del hemiciclo del Parlament de Cataluña este viernesMassimiliano minocri

Los resultados de las elecciones del pasado domingo dejan escenarios muy abiertos. Se ha comentado en estas horas: sin alteraciones sustantivas entre los dos bloques (independentista y no independentista) con los cuales algunos quieren seguir interpretando la política catalana —como mostraban, sin ir más lejos, los gráficos de TV3 en la noche electoral—, sí que se dan cambios significativos en el interior de cada uno y en dos sentidos.

En primer lugar, en los dos han consolidado su liderazgo las opciones más dialogantes. En el campo del mal llamado “constitucionalismo”, los socialistas se alzan claramente con la victoria. Lo que les dará un margen de maniobra suficiente como para intentar maniobras de acercamiento y diálogo con el independentismo sin que para ello puedan sufrir demasiado el acoso de la derecha convencional, que sale con las piernas rotas de esta convocatoria. La extrema derecha, que entra con fuerza con 11 diputados, seguirá con su agenda de acoso y derribo, y no solo en este tema.

En el campo del independentismo la situación es más complicada. Primero, porque la distancia entre ERC y Junts es más estrecha y 24 horas de la proclamación de los resultados ya se avistan las posibles acusaciones de traición. Aunque no es novedad, sino que confirma lo que el partido de Puigdemont y Laura Borràs llevan meses haciendo: utilizar la supuesta tibieza nacional e independentista de los republicanos para presentarlos como impuros colaboracionistas, con una combinación que mezcla la exageración de los tópicos nacionales de corte convergente con estrategias de ataque propias del trumpismo.

En segundo lugar, el cambio de equilibrios internos en los dos bloques dibuja una hegemonía de las posiciones progresistas. Las apuestas socialdemócratas desplazan a las opciones (neo)liberales —por mucha retórica izquierdista que utilice Junts— , en los dos casos. Estas dos cuestiones influirán en el tiempo político que viene ahora, y que ya se sabía que sería el más complicado e importante: la configuración de una mayoría parlamentaria que pueda sostener un nuevo Gobierno.

Las opciones viables están sobre la mesa hace tiempo. Puede haber una reedición del pacto independentista con los papeles cambiados en la presidencia —que esta vez sí que correspondería por fin a ERC—, y con una implicación más o menos intensa de la CUP, o bien un pacto de izquierdas transversal, con una fórmula que deberían consensuar ERC, Comuns y el PSC.

La primera fórmula tiene ahora mismo dinámicas conflictivas, pero ya ensayadas. Igualmente, parece carecer de cualquier proyección programática de futuro. No ya solo en el plan de la gestión —por la divergencia ideológica entre los tres partidos, y porque los precedentes son francamente mejorables—, sino también en el ámbito de la reivindicación nacional. El paraguas de amnistía y autodeterminación”, que las tres fuerzas proclaman compartir, es más simbólico que real. La libertad de los presos independentistas vendrá de un indulto o bien de una reforma del código penal. Y la posibilidad de una consulta a la población será el resultado de un acuerdo y de una negociación que muy difícilmente desembocará en el referéndum sobre la independencia que plantean las fuerzas independentistas. Se diría que la reedición de una coalición independentista tendría que ver sobre todo con una solidaridad en términos “patrióticos” y con la experiencia que han vivido conjuntamente en el pasado. Sin embargo, implicaría integrar en el gobierno fuerzas como Junts, que no han dudado en integrar en sus listas a representantes con discursos excluyentes.

Por otra parte, el gobierno transversal de izquierdas evidentemente tiene muchos problemas de concreción por los vetos cruzados que ERC como del PSC se han profesado durante la campaña y de la evidente fractura política y emocional que las dos fuerzas llevan arrastrando hace años. Pero puede tener una ventaja grande. Puede hablar del futuro a través de una proyección programática fuerte, aún más necesaria en el actual momento de crisis sanitaria y económica. Un programa de mínimos que incluya el blindaje de los servicios públicos, la recuperación económica —para la gestión de los fondos de la UE se podrían construir alianzas con otros gobiernos autonómicos mediterráneos con los cuales se compartirían intereses y mayorías políticas—, y avanzar en un diálogo que lleve a una propuesta de reforma del encaje territorial que pueda ser votado por la ciudadanía.

Con estos resultados, ERC tiene la responsabilidad de decidir qué gobierno habrá en los próximos años. Puede hacerlo optando por el pasado o por el futuro.


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