La memoria y el vacío
Ha pasado desapercibido, pero el Aula de Memòria Democràtica que la Generalitat creó en 2022 en Sant Miquel dels Reis para recuperar la memoria de aquel lugar y aquella dictadura ha desaparecido
Hay escondido dentro del Aleph de Borges un mundo infinito. Uno se asoma a su interior y puede contemplar en él todos los tiempos fusionados: el pasado, el presente, el futuro. Ve el Todo. Sin límites. A la vez.
Hay un Aleph en València y lo ha contado Antoni Tordera. Un edificio pétreo que ha sido alquería musulmana, monasterio, colegio, rincón de mendicantes, panteón de la virreina de un reino olvidado, cárcel de presos comunes, penal de presos políticos, sede de una inmensa biblioteca con las cartas y archivos más valiosos de esta tierra: nuestras arterias de papel.
Sant Miquel dels Reis, parapetado tras los gruesos muros que la separan de una huerta altiva bajo el inmenso azul, ha sido todo eso y más. Yo nunca olvidaré la carta que allí escribió en el invierno del 46 Enrique Carreras Taurá, para los suyos Enriquín, un veinteañero de tez morena y brazos fornidos, un guerrillero de postal que había luchado como voluntario en la guerra, que luego empuñó las armas ante los nazis en Francia, y que más tarde participó en la romántica invasión maqui del Valle de Arán, bajo su última luna en libertad, antes de que le llegaran las bofetadas, el juicio, las vejaciones y el jergón meado de la prisión de Sant Miquel dels Reis, desde donde escribió esa carta, queridos papás, hermanos y sobrinito, para contarles que aquí se aprende mucho a comprender, a esperar, a odiar y a amar. Eso les decía encerrado en la cárcel del Aleph por haber soñado, en una noche pirenaica de luna nueva, la libertad.
Esa carta que un día vi yo no la puedo olvidar ni tampoco disociar de la mole renacentista del barrio de Orriols. Pero lo que ha hecho Antoni Tordera en su libro Piedras madre y memorias heridas (Publicacions Universitat de València) ha sido rellenar los huecos de la memoria con la literatura. Ha querido imaginar esos vacíos, en la estela de Sebald o Berger, a partir de algunos objetos encontrados y otros imaginados.
Un reloj parado a las tres menos cuarto que apretó la muñeca del prisionero 30496 en el campo de concentración nazi de Buchenwald.
La foto de un enjambre de brazos obligados a apuntar al cielo en el patio tenebroso de una cárcel.
Un templo con recuerdos de atrocidad que albergó cadáveres muertos en la guerra y cadáveres vivos obligados a asistir a la misa del domingo en la dictadura.
En la palabra previa a este libro –que se convertirá en una exposición en La Nau a partir del 16 de diciembre–, Tordera trenza una reflexión que me ha hecho pensar. Dice que aquel patio, ya borrado, un día fue habitado por prisioneros, guardianes y cómplices a los que no conoce ni a quienes le une lazo o parentesco alguno. Y sin embargo, algo le ha empujado a entrar en él para reconocer a todos esos desconocidos, perdidos ya en memorias ajenas.
¿Qué es? ¿Qué mueve a conocer esas vidas tan ajenas y ya olvidadas?
Ha pasado desapercibido, pero el Aula Didàctica de Memòria Democràtica que la Generalitat creó en 2022 en Sant Miquel dels Reis para recuperar y difundir la memoria de aquel lugar y aquella dictadura ha desaparecido. La han dejado morir de forma sibilina. Más de tres mil alumnos habían pasado en año y medio por sus piedras, bajo la dirección de la escritora e historiadora de la memoria Esther López Barceló y del doctor en Arqueología Joan Salazar Bonet. Ya no está. No existe. Nada que reflexionar, repensar, divulgar. Nada que investigar. O es eso: la nada.
Es hermoso cuando la literatura completa los vacíos de la memoria.
Es siniestro cuando la política intenta borrar el relleno de la memoria. Esa política es como el Aleph: de un vistazo se entiende toda ella y a la vez. El hoy, el mañana, el ayer.
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